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Señor Cioran: la historia detrás de la novela

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Siempre quise ser novelista. De niño soñaba con escribir historias de aventuras que emularan a los héroes legendarios creados por Emilio Salgari, Daniel Defoe o R. L. Stevenson, pero nunca me atreví a escribir una historia larga, una historia de ficción que comprometiera en su escritura a mi cuerpo y a mi alma. Mientras tanto me dediqué a la poesía, un oficio que me ha dado muchas satisfacciones y me ha ayudado a conocer mejor el lenguaje. Oficio que, por cierto, no voy a abandonar jamás.
En los años en que asediaba a la novela sentía también que me faltaba el conocimiento técnico y la experiencia vital para ponerme a escribir una, hasta que hace unos años me atreví por fin y salió lo que salió. Lo que salió es una novela de mediana extensión que he corregido varias veces y que tiene como punto de partida mi experiencia emocional, política y social de mis años como estudiante universitario. La novela fue premiada en el marco del Hay Festival de Arequipa por la Fundacion para la Literatura Peruana y el BVVA y presentada al concurso por editorial CEA. Su primera versión fue rechazada por dos editoriales importantes de Lima, rechazada en el sentido de que nunca recibí una respuesta sobre la decisión que habían tomado los editores respecto a mi manuscrito. En este sentido, el silencio dijo más que las palabras. Este mismo silencio elocuente es el que creo percibir entre quienes me conocen y no aceptan que sea capaz dar el salto y publicar una novela. El mundo literario es muchas veces una cueva donde campea la envidia y el ataque artero; es lo que  Mircea Cărtărescu llama "el cordón sanitario de la fama". Esto, está demás decirlo, me tiene sin cuidado. 
Dentro de poco publicaré Señor Cioran no porque sienta que ya cuento con el conocimiento técnico y la experiencia vital para hacerlo, sino porque necesito hacer algo para confirmar que mi vida no es posible si no tengo a la literatura conmigo. Ahora mismo me encuentro escribiendo una segunda novela que no sé exactamente a dónde se dirige, una novela que siento que me sale de las entrañas y que ha sido motivada en buena cuenta por mi experiencia como padre de Luciana, una niña de cuatro años que ha cambiado mi forma de ver el mundo. Con esta nueva visión y con la que me da lo novela sobre el medio en el que vivo, creo que tengo suficiente.Toda literatura es, en cierto sentido, autobiográfica, lo cual no significa que tenga que ser necesariamente real, aunque sí verdadera. Estoy próximo a cumplir cincuenta y tres años y tengo la sensación de que es el momento adecuado para hacer realidad mi sueño de ser un novelista. Que sea uno bueno o malo, el tiempo y los lectores lo dirán. En todo caso, procuro ser auténtico y ponerle cariño a lo que escribo. Creo que los años previos a la escritura de Señor Cioran han sido años de preparación para este encuentro con el mundo narrativo. Son años también de mucha lectura y mucho sacrificio. Ante mis ojos han desfilado cientos, miles de ensayos, novelas, cuentos y poemas leídos con pasión y robándole tiempo al tiempo. Si no fuera por la lectura, mi amor por el mundo y la literatura hubiera desfallecido. "Que otros se enorgullezcan de los libros que han escrito, yo me enorgullezco de los libros que he leído", dijo Jorge Luis Borges, y yo lo suscribo plenamente.
En realidad, es muy difícil decir exactamente de qué va Señor Cioran. Claro que todo novela tiene una historia madre, un esqueleto narrativo al que el lector puede seguir sin confundirse. Lo que sigue es un intento por capturar su contenido, que espero seduzca a los lectores y les permita leerla con libertad y sin prejuicios. Yo aspiro a que mi literatura sea universal, obtenga cada vez una mayor calidad y no se acompleje ante nada ni ante nadie. De allí mi profunda aversión a las quejas continuas de los escritores que viven en  "provincias" sobre sus propias limitaciones, así como al desdén de quienes se creen parte del canon literario del Perú porque viven o publican en Lima. Ignoran que Lima es, a su vez, la periferia de otros centros o, en todo caso, que Internet ha dividido el mundo en varios centros y en varias periferias.
Señor Cioran es un homenaje a Emil Cioran, el ilustre pesimista rumano, nombre que los protagonistas de una de las historias usan como contraseña para reconocerse en la clandestinidad. En mis años como estudiante universitario eran muy pocos los que leían a Emil Cioran, sin embargo los que lo conocíamos estábamos convencidos que su pesimismo calzaba muy bien con el espíritu gris de los años 80 y que, al mismo tiempo, era como una cuerda que tensaba en sentido contrario los sueños "revolucionarios" de muchos de nosotros. En la facultad donde estudiaba había de todo: comunistas, demócrata-cristianos, apristas, reaccionarios, conservadores, descreídos y optimistas. El problema era que la "revolución" no la querían hacer los optimistas, sino los pesimistas. Todos, sin embargo, padecían una país quebrado, sin esperanzas, casi sin porvenir. 
La novela desarrolla cuatro historias en paralelo, las cuales se mezclan en distintos momentos. La primera: la relación tortuosa entre un miembro del servicio de inteligencia con una ex subversiva convertida en prostituta; la segunda: el drama de un grupo de soñadores e inconformes que quieren cambiar el mundo, pero el miedo los paraliza y termina cambiándolos a ellos; la tercera: la crisis existencial de un aspirante a poeta -y admirador de Cioran- que traiciona a sus amigos “revolucionarios” y termina suicidándose; y la cuarta: el amor entre el narrador de las historias y la mujer de su juventud, amor que los conduce al exilio en Europa, donde ellos presumen que serán felices y donde, de algún modo, se encontrarán con el fantasma de Fernando Pessoa, a quien el narrador ama hasta el llanto.
Señor Cioran es, en cierta manera, un retrato conmovedor y grotesco de la condición humana y el idealismo juvenil universitario durante las décadas de los 80 y los 90 en Trujillo (y por extensión en el Perú), una revisión entre serena y pesimista de las convicciones ideológicas, así como una apuesta a favor de la racionalidad y la sensatez como fórmulas para acabar con el odio y la enemistad que destruyen a las sociedades debilitadas por la indiferencia y el egoísmo.

Nota: Esta no es la portada del libro. Es un borrador que se está usando como referente para elaborar el diseño final de la misma.

La historia esperpéntica de nuestra literatura

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El libro Asociación ilícita de Leonardo Aguirre nos revela una historia grotesca y estrafalaria de nuestra literatura basada en el dato biográfico, los dilemas éticos,  las incontinencias verbales y la contradicción de sus  protagonistas.
Con su libro Asociación ilícita Leonardo Aguirre ha trasgredido conceptos y géneros literarios y, sobre todo, ha agitado el gallinero. Julio Ortega afirma que “ha inventado la crónica de auto-ficción”, ya que “reconstruye la biografía escandalosa” (yo diría grotesca y estrafalaria) de los escritores peruanos con la escrupulosidad de un documentalista (“erudición de un notario”, dice Fernando Ampuero).
Yo no estoy muy seguro de si hay autoficción en lo que ha escrito o si  se “ha disfrazado de testigo protagonista” para contarnos las cosas. No veo que mezcle lo autobiográfico y lo ficticio de manera intencional. Más que “autoficcional” creo que es “vitriólico”.
Ortega llama acertadamente al trabajo de Aguirre una “excelente metáfora para conocer  la interioridad […] del desarrollo social del escritor en el Perú”. Y lo que revela esa metáfora es una situación jocosa, esperpéntica y desenfrenada, nunca aburrida. Gracias a su capacidad notarial, documental y narrativa (y también perversa e insidiosa), Aguirre ha conseguido desvelar lo que se oculta detrás del telón.
El autor alterna su escritura en dos niveles: por un lado, el relato principal, oficial y visible, en el que mezcla biografías y hechos sustentados en fuentes comprobables; y por otro, un relato más subterráneo, clandestino o poco conocido, en el que ofrece más detalles de las contradicciones, exabruptos lingüísticos y metidas de pata en que los escritores incurren porque son precisamente seres humanos. Este relato usa como formato principal el pie de página.
Un pie de página es una información complementaria que se consigna al final de una página o un capítulo con la ayuda de un número o un asterisco. Por lo general, son incómodas y molestosas porque interfieren en la fluidez de la lectura. En el caso de Asociación ilícita, la mayor parte de las 1215 que tiene el libro funcionan como un complemento  o una escenografía de la comedia que los egos literarios (revueltos, dice Juan Cruz) representan (mejor dicho: viven) ante nuestra mirada atónita.
El editor Roberto Calasso afirma que las solapas y las contraportadas son las vías a través de las cuales los lectores “oyen” la voz de los libros. De manera que redactarlas requiere de experiencia, astucia y capacidad, cualidades que, por lo general, las tienen los buenos editores, que son quienes las han convertido en un género literario. Así también Jorge Luis Borges —que no fue un editor, sino un escritor— usó las notas a pie de páginas como una especie de la ficción. En este mismo sentido, yo diría que Leonardo Aguirre ha reasignado el rol de las notas a pie de página como recursos literarios, recursos empleados con mucha eficacia en una historia contemporánea de nuestra literatura que, por lo esperpéntica, más parece una ficción que una realidad.


El pasado y los nuevos electores

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Casi tres millones de electores votarán por primera vez en las elecciones del 2016 y ocho millones y medio eran niños y adolescentes cuando gobernaron Alan García y Alberto Fujimori. ¿Cuánto interviene el pasado en una elección?
 Según el padrón electoral de la RENIEC aprobado por el Jurado Nacional de Elecciones, 22´901,954 ciudadanos están aptos para participar en las elecciones generales del 2016. La mayor cantidad de votantes, según el mismo padrón del JNE, son jóvenes entre los 20 y los 24 años (2´973,041). Le sigue el grupo de 25 a 29 años (2´813,058) y el de 30 a 34 (2´641,812). Los votantes que  tienen entre 65 y 69 años suman 850,711 y los que tienen más de 70 años, 1´700,150.
Esto quiere decir que los que hoy tienen 20 y 24 años tenían entre 4 y 8 años en la época en que Fujimori fue a su re-reelección y se destaparon los escándalos de rapiña en su gobierno; los que están entre 25 a 29 años,  9 y 13 años; y los que están entre 30 a 34 años, 14 y 18 años.  Es decir, la mayoría de este inmenso bolsón de peruanos (8´427,911) vivía por entonces su niñez y adolescencia.
Hay 2´943,721 de electores peruanos que votarán por primera vez en las Elecciones Generales del 2016. Una gran cantidad de estos no habían nacido todavía cuando Fujimori quiso perpetuarse en el poder. La política peruana no es, desde luego, algo que un niño o un adolescente guarde en su mente y luego le dé sentido y significado según sus intereses. ¿Será por esta misma razón que somos tan tolerantes con la corrupción y tan pasivos frente a la traición de los políticos? ¿Tanto nos condicionan la niñez y la adolescencia para el desdén y la permeabilidad con el pasado?
 A quienes eran niños o adolescentes en la era García (la del horroroso primer gobierno) o en la era Fujimori no les podemos exigir, es cierto, que tengan un vínculo leal con el pasado. El problema es, creo, cómo leen y comprenden ahora ese pasado. Cuando digo “leen”, me refiero a la forma en que se informan sobre él. Los jóvenes de hace veinte años se enteraban de la realidad política y económica —si es que se enteraban— a través los diarios impresos, la televisión y la radio. Los de ahora lo hacen, fundamentalmente, a través de los medios digitales y las redes sociales. Su nivel de comprensión lectora, en un sentido general, es paupérrimo y ellos,  casi siempre, tienden a darle crédito a  cualquier fuente a la que accedan. La historia  se  les presenta de manera fragmentada y sin un ancla sensorial y afectiva.
Hoy por hoy, las redes sociales funcionan como medios de comunicación, formas de captación política y fotografías del presente. Esto lo saben muy bien los estrategas en comunicación de Verónica Mendoza, Julio Guzmán (ahora con graves problemas para su inscripción) y Alfredo Barnechea, quienes son los candidatos que mejor difunden su imagen y contenidos en los medios digitales. ¿Cuánto saben del pasado los receptores de los mensajes de estos políticos que estrenarán, en muchos casos, su capacidad de delegar su representación al nuevo presidente ya los vice-presidentes y congresistas? 

Hiroshima, un libro de culto de John Hersey

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 Es casi unánime en los círculos académicos del periodismo considerar Hiroshima de John Hersey como uno de los  mejores, sino, el mejor libro de periodismo narrativo (o literario) jamás publicado.
Acabo de leer Hiroshima de John Herseyen una traducción al español hecha por el colombiano Juan Gabriel Vásquez y publicada en una nueva edición por Debate (2015) y estoy sorprendido —como todos los lectores que se acercan a sus páginas— por la concepción y calidad de un texto más o menos breve que la revista The New Yorker publicó en un solo número en 1946 y consideró después como “el más famoso artículo de revista jamás publicado”.
Hiroshima es considerado un ejemplo de cómo se puede narrar desde de los personajes; es decir, desde los protagonistas o testigos de un hecho periodístico. La historia, en efecto, se estructura en base al relato en tercera persona de seis sobrevivientes a partir del momento (las 8:15 de la mañana del 6 de agosto de 1945) en que la primera bomba atómica relampagueó sobre el cielo de Hiroshima y sumió a los japoneses en una era de momentáneo apocalipsis.
Cuando el bombardero Enola Gay soltó a 10 kilómetros de altitud la bomba atómica bautizada como Little Boy y los 60 kilogramos de Uranio-235 estallaron  con una potencia de 13 kilotones, la señorita Toshiko Sasaki “estaba girando la cabeza para hablar con la chica del escritorio vecino”; el doctor Masakasu Fuji se alistaba a leer un diario; la señora Hatsuyo Nakamura observaba a un vecino derribar su casa; el padre Wilhelm Kleinsorge estaba recostado  sobre un catre leyendo una revista; el doctor Terufumi Sasaki caminaba por uno de los corredores del hospital donde trabajaba; y el reverendo metodista Kiyoshi Tanimoto descargaba una carretilla llena de cosas.
La crónica sigue la suerte de estos seis personajes y nos descubre los instantes de horror que causó la explosión y los días que sucedieron a esa pesadilla. El relato es aterrador: cadáveres chamuscados, heridos que caminan con los ojos vaciados, sangre y pus por doquier; es también  una suma de sorpresas sobre la cultura tradicional del Japón (los sobrevivientes  les piden perdón a los muertos por estar vivos, los sanos se disculpen ante los heridos por estar de pie y sin rasguños); así como una explicación serena de la crueldad a quienes están del lado de los “vencedores”. “No conozco otro caso de un texto tan profundo y tan claro en sus propósitos que lleve al público de un país que acaba de ganar una guerra a la mente, la sensibilidad y el sufrimiento de sus vencidos”, ha dicho Roberto Herrscher.
Tom Wolfe y los integrantes del Nuevo Periodismo norteamericano consideraron a John Hersey como “un antecedente remoto” de su movimiento (el que consideraba que la novela estaba en cuidados intensivos y que el futuro de la narración estaba en el periodismo que ellos practicaban), sin embargo él los consideró siempre como parte de un corriente postiza y fraudulenta, llena de excesos literarios. Hersey creía, ante todo, que un periodista debía ser fiel a la realidad. Y eso es lo que hizo con Hiroshima, un modelo de cómo escribir periodismo de alto vuelo sin traicionar a la verdad.

JR Ribeyro, un escritor sin tiempo

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Ribeyro debió ser un escritor del boom, pero su fobia a la fama y, sobre todo, su vocación por expresar mundos y personajes marginales, lo apartaron de este movimiento. Sin embargo, a su pesar, es hoy un escritor universal.
 Mientras vivió, Julio Ramón Ribeyro fue autor de libros intimistas y lector voraz de diarios y documentos confesionales. Cultivó —como un escritor del siglo XIX— las aporías, el aforismo, el diario y el género epistolar, formatos que muy bien podrían ajustarse a los que usan los seres humanos del presente como Facebook o Twiter.
A finales de un siglo como el XX, contaminado por la tecnología y la informática, escribió libros de muy difícil clasificación: Prosas apátridas, La tentación del fracaso y Dichos de Lúder, en tanto en el mercado abundaban las novelas policiales, de amor, de aventuras y de ciencia ficción. El siglo XX —enemigo declarado del intimismo literario— lo ayudó a que escribiera esos textos raros. Y cuando ya faltaba poco para que llegara la nueva centuria y esos “raros” empezaran a publicarse con más regularidad y éxito, se fue de este mundo.
Siempre imagino a Ribeyro frente a la pantalla plana de una PC, ansioso por hilvanar unas cuantas frases contundentes. Luego —como antes lo hacía desde un café del Barrio Latino— observar a la gente, a la cotidianidad, al paisaje, a la realidad entera y cortarla a pedacitos con el cuchillo filudo de la inteligencia. Y escribir. Rápido y sin parar. Él dijo que sus prosas eran “apátridas” porque no encajaban en los convencionalismos de su literatura. Los lectores añadimos que eran “apátridas” porque pertenecían a un hombre sin una patria específica. Nuestro admirado escritor se murió cuando el ciberespacio le podía haber dado la patria que necesitaba para escribir desde la hondura de su yo pasajero.
Se trataba de un escritor que iba a contracorriente y, en cierto modo, anacrónico por propia voluntad. Cuando el boom y la novela épica estaban en su esplendor, el autor de Los gallinazos sin plumas escribía historias de personas sin porvenir, vencidos por el tedio y la rutina, historias sin motivaciones sociales; de modo que no encajó en la revolución que quebró las estructuras de la novela contemporánea, pese a que generacionalmente estaba muy cerca del cogollo de ese movimiento: Vargas Llosa, Cortázar, García Márquez y Fuentes.
«Nacido en 1929, era quine años menor que Cortázar, dos años menor que García Márquez, un año menor que Fuentes, apenas siete años mayor que Vargas Llosa. Es decir, era en estricto escritor del boom latinoamericano. Y, sin embargo, poco o nada tuvo que ver con el fenómeno narrativo que en esos momentos estos nombres encabezaron», ha escrito Juan Gabriel Vásquez.

Entre los años 50 y 60, los narradores latinoamericanos imaginaban una realidad donde ocurrían cosas maravillosas e insólitas o surgían epopeyas sociales, Ribeyro en cambio escribió sobre asuntos más intimistas, domésticos, sin color, con personajes llenos de frustraciones y envueltos en su propia vida gris. Al cabo de los años, los tópicos del escritor peruano calzan, curiosamente, muy bien con las grandes preocupaciones del hombre contemporáneo. Ribeyro no escribió una novela como las que predominaban en los años sesenta y setenta, pero expresó con acierto la condición humana; de ahí su vigencia.

Instituciones, informalidad y competencia electoral

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En medio de un proceso electoral enrarecido por la actuación de los partidos y  los jurados electorales, aflora otra vez la urgencia de fortalecer las instituciones del Estado y erradicar la informalidad.
Uno de los síntomas más notorios de nuestro fracaso como país es  la desconfianza en las instituciones y las leyes y, como consecuencia de esto, del predominio de la informalidad en todas las actividades que vinculan a los ciudadanos con el Estado.
Nadie podrá negar que la vida política, social y económica de nuestro país ha dado un vuelco. Hace mucho tiempo que dejamos de ser el país feudal y atrasado que fuimos hasta los setenta. En la cresta de la ola del crecimiento económico de los últimos tiempos los fundamentalistas del liberalismo  creyeron que el crecimiento económico por sí solo nos iba a sacar de la pobreza y que el Estado iba a reformarse por la fuerza de los acontecimientos. Pero ahora, en pleno proceso electoral para elegir un nuevo presidente, aflora nuevamente un asunto crucial: la desconfianza en el funcionamiento y credibilidad de las instituciones del Estado.
Sin instituciones sólidas y sin respeto a las leyes las consecuencias son una democracia endeble, partidos políticos que funcionan como vientres de alquiler, jurados electorales que se contradicen debido a la presión mediática y de grupos de poder, ciudadanos que viven de espalda a las ideologías y el estado de derecho  y resquebrajamiento de la ética mínima de la convivencia entre políticos.
Francisco Durand, quien ha recogió los planteamientos de José Matos Mar y Hernando de Soto sobre la informalidad y el desborde popular afirma que el Perú está «fracturado» por fisuras horizontales (campo/ciudad, ricos/pobres) y por brechas verticales (economía formal, economía informal y economía delictiva) que lo conducían a la cultura de la «transgresión», lo cual pone en riesgo la construcción de un estado inclusivo.
Es sintomático por esto que la salida de la competencia electoral de dos candidatos tengan que ver, por un lado, con la violencia flagrante de las normas electorales y, por otro, con la improvisación y el desorden para elegir un candidato presidencial: dar dinero a cambio de votos y saltarse los estatutos solo porque el fin es más importante que los medios.
No deja de ser paradójico, sin embargo, que en un Estado débil e informal en su estructura la decisión última del JNE haya dividido la opinión pública entre quienes invocan la fuerza de la legalidad y los que exigen más tolerancia frente a las faltas. 
Hay quienes consideran que la salida de César Acuña y Julio Guzmán por decisión de JNE  constituye un golpe muy serio a la democracia, un fraude adelantado, un truco que beneficia al fujimorismo o un golpe de estado previo. No dudo de hay sospechas fundadas de que algo huele mal, muy mal, y que, por lo menos, no hay equidad en las sanciones que establecen los órganos electorales, pero me parece que la ambivalencia frente a las instituciones y la informalidad agrava más nuestra situación. ¿En qué quedamos entonces? ¿No es que necesitamos un Estado con instituciones creíbles y respetables?

Guerra verbal y elecciones

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Llamar a una candidata ‘bruta’ y ‘babosa’ es poco comparado con llamar ‘terruco’ a un ciudadano que piensa diferente. Estas calificaciones, comprensibles pero  injustas e irreales, revelan sin duda nuestro miedo al pasado.
Una de las etapas más terribles de nuestra historia es la guerra que desató  Sendero luminoso contra el Estado peruano, la cual provocó la muerte de miles de personas y abrió una brecha de rencor entre las víctimas de ambos bandos.
La Comisión de la Verdad nombrada por el gobierno de Alejandro Toledo analizó el contexto que dio origen a la guerra, investigó los crímenes y violaciones a los derechos humanos de los dos lados, determinó, en lo posible, a los responsables y formuló propuestas de reparación moral y económica para las víctimas con el fin de promover la reconciliación entre los peruanos.
Los resultados de dicha Comisión fueron aceptados por un sector de la sociedad y rechazados por otro. Lo cierto es que su investigación abrió viejas heridas, colocó a la mayoría de peruanos frente a la dolorosa verdad y nos advirtió del peligro de repetir experiencias de violencia semejantes.
En los últimos días, las salidas de César Acuña y Julio Guzmán de la competencia electoral provocó un realineamiento de los candidatos que quedaban en el partidor. Los más favorecidos por esta situación han sido sin duda Alfredo Barnechea y Verónica Mendoza, ubicados en el centro y la izquierda del espectro político respectivamente. Esto ha provocado, como se preveía, el estallido de una serie de ataques y acusaciones verbales con el fin de ganar distancia en la carrera.
En esta guerra en la que los candidatos se acusan de ‘chavistas’, ‘lobistas’, ‘corruptos’, ‘velasquistas’, ‘apristas’ y ‘fujimontesinistas’ (así llama Hugo Otero a Alfredo Barnechea), ha intervenido, sin invitación previa, una actriz, Karina Calmet —quien representa paradójicamente el papel de una mujer boba en una serie de televisión— para llamar a la candidata Mendoza ‘bruta’ y ‘babosa’. Los calificativos últimos son ofensivos, pero no los más fuertes. Los más fuertes son ‘terruco’ o ‘terrorista’, lanzados por quienes creen ver en la mencionada candidata y sus seguidores a la encarnación del peligro comunista y totalitario.
Entiendo que el uso de los términos ‘terruco’ o ‘terrorista’ está motivado por el miedo al pasado y a la destrucción provocada por los huestes de Abimael Guzmán. Ningún peruano quiere volver a vivir ese episodio negro de nuestra historia. Digamos que estos calificativos expresan muy bien una especie de compulsión a evitar o eliminar todo aquello que nos recuerde la destrucción senderistas. Los comprendo, pero creo que su uso ahora es irreal e injusto.

Quien lo explicado mejor es la periodista Patricia del Río: «Prácticamente no conozco a un solo peruano cuya vida no haya sido tocada de una manera trágica por la guerra que el Perú libró contra el terrorismo durante más de diez años. El terrorismo nos ocurrió a todos. Nos golpeó a todos y todos lo deberíamos deplorar con la misma fuerza, con la misma convicción. Cuando usas la palabra ‘terruco’ para agredir a quien no piensa como tú, no estás insultando a una persona. Estás insultando a un país entero, estás banalizando la desgracia. Tu desgracia». ¿Qué piensa usted?
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Ilustración tomada de ADN Sureste. 

La imparcialidad en el paredón

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Cuando un medio no practica la imparcialidad se convierte en un vehículo de propaganda donde la única verdad es la que quiere imponer a los demás. El periodismo es libertad informativa, pero también un servicio social.
Cada vez que entramos en la recta final de las elecciones se revelan nuestras crisis internas. Por un lado, debilidad de las instituciones e informalidad en los actos que vinculan al Estado con los ciudadanos; y por otro, banalización del discurso político y parcialización de los medios de comunicación con uno o varios candidatos.
Algunos medios de comunicación toman partido por una candidata o candidato sin distinguir muy bien los verdaderos objetivos  de la información, ni menos el daño que se le hace a la democracia. O quizás lo hacen por esto mismo: para aprovecharse del debilitamiento de esta y pescar a río revuelto. Hay excepciones, por supuesto.
Aunque no tengo estadísticas o pruebas semejantes para analizar de manera detallada la manera en que los medios de comunicación vienen informando sobre el proceso electoral peruano, no  necesito más que observar a simple vista para comprobar que la imparcialidad brilla por su ausencia.
No hubo imparcialidad cuando se colocó los reflectores sobre el candidato César Acuña y se dejó en la penumbra a los otros postulantes a la presidencia; tampoco la hubo con el candidato Julio Guzmán, a quien se le excluyó por los  mismos errores en que habían incurrido otros candidatos y fuerzas políticas. En este caso, la prensa no informó con el énfasis suficiente para denunciarlo. No digo que ambos no merecieran su exclusión, sino que se les trató con cierto sesgo.
No la hubo cuando “Sin medias tintas” entrevistó a Alan García con un panel a gusto del entrevistado.  Tampoco la hay ahora con la candidata Verónica Mendoza. Un canal de televisión difundió el supuesto informe de un perito (que luego se supo era solo una opinión) que demostraba que letra de ella estaba en las agendas de Nadine Heredia; dos diarios de gran tiraje publicaron sobre esto un mismo titular: “Ampay” (cosa muy poco probable cuando hay independencia); y el portal MSN anunció: “Retiran candidatura de Verónica Mendoza”, una falsedad a todas luces que luego tuvo que retirar del portal.
Javier Darío Restrepo sostiene que un medio tiene el derecho y el deber de expresar sus preferencias políticas en su página editorial. Si lo hace al revés; es decir, si utiliza la información como una manera de opinar «esto es completamente dañino para la democracia y para la credibilidad de los medios». Añade que un periódico «que sale con propaganda a favor de un candidato sólo sirve para envolver zapatos, no para hacer historia».
La verdad es que la información es lo más valioso que tiene un periodista para tener credibilidad y, sobre todo, para orientar a los ciudadanos, quienes necesitan de la información para hacerse una idea de la verdad y para pedirle cuentas al poder en el que van a depositar su confianza.
Todo indica que en los próximos días la imparcialidad seguirá cuesta abajo y que se seguirán borrando las fronteras entre información y opinión. ¿Qué hacer para impedirlo?
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Ilustración tomada de Mediación Global.



Fujimorismo y antifujimorismo

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¿Existe realmente un pugna ideológica en el actual proceso electoral o solo se trata de un enfrentamiento electoral al que concurren dos estados de ánimo que algunos llaman fujimorismo y antifujimorismo?
 Algunos analistas políticos sostienen que el debate político del país en el siglo XX enfrentó a dos corrientes ideológicas: el aprismo y el antiaprismo. La segunda, a diferencia de la primera, no era homogénea y agrupaba a fascistas, militaristas, socialistas y comunistas.
A finales del siglo XX y comienzos del XXI, el debate político, según esos mismos analistas, enfrenta a dos fuerzas: el fujimorismo y el antifujimorismo, lo cual me parece un poco exagerado. Se trata de un enfrentamiento, según mi punto de vista, electoral más que ideológico y, por lo mismo, circunstancial que no comienza  ni termina con las marchas contra Keriko Fujimori ni la acusación de “terrucos” a los que promueven el “no” a su candidatura.
En realidad lo que debería ocurrir es un pugna ideológica entre el modelo neoliberal y el modelo socialista que representa Verónica Mendoza. El fujimorismo no una ideología, es un movimiento clientelista y emocional que simpatiza con el neoliberalismo, pero del que no sabemos a ciencia cierta qué es ideológicamente. Alfredo Barnechea dice que en este proceso electoral hay dos modelos enfrentados: uno es el liberal a ultranza y el otro que, supuestamente, representa a él. ¿Pero cuál es el modelo que él representa? ¿No es acaso también  el neoliberal?
En su libro Ciudadanos sin República, Alberto Vergara  sostiene que en la construcción del desarrollo social peruano contemporáneo han competido históricamente cuatro proyectos: el republicano, el socialista, el corporatista y el neoliberal. Ha habido, es cierto, otro tipo de promesas, pero no han tenido mayor gravitación.
Las promesas socialista y corporatista (el Apra y el velasquismo, según Vegara) están “enterradas” o han sido arrasadas por la fuerza de los acontecimientos a fines del siglo XX. La promesa republicana  nunca se ha concretado y es más bien –sostiene Vergara― un fracaso sistemático. Este conviviría en relación de desencuentro con la promesa neoliberal, la cual sí ha logrado éxito a partir de los años 90 y consiste, esencialmente, en el desarrollo del mercado sin presencia del Estado y en la redistribución de la riqueza gracias a la competencia económica, con las consiguientes desigualdades que esto acarrea.
En lo que sí tiene razón Barnechea es que el modelo neoliberal está en crisis y necesita ser revisado y contrastado con otro modelo. Lo que no sabemos exactamente es en qué consiste esta nueva visión ideológica que vaya más allá de las propuestas de revisar los contratos de explotación del gas, el Perú como doctrina o la mayor intervención del Estado para defender el derecho de los ciudadanos. Hasta ahora, por lo menos, un modelo alternativo sí es el que plantea el Frente Amplio, pero nadie quiere hablar de esto. Los grupos políticos prefieren el ataque verbal y los medios de comunicación los titulares sesgados u opinativos y aceptar la superficialidad de que el debate es únicamente entre fujimoristas y antifujimoristas.



El país de la utopía

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El Perú nació como una utopía, un lugar pródigo que, por la abundancia de su oro y perlas, más parecía de la imaginación que de la realidad.
El sustantivo Perú fue al principio impreciso. Los españoles que vivían en Panamá en la primera mitad del siglo XVI lo asociaban a una persona, a un lugar y a una leyenda. Birú llamaban a un cacique de las tierras del sur, a un señorío lleno de riquezas y a una tierra incógnita.
Las sucesivas exploraciones hacia los territorios inhóspitos del sur fueron descubriendo la verdadera naturaleza de Birú. El nombre a su vez, quizás conforme la nebulosa de la codicia se disipaba, fue mutando a Pirú y más tarde a Perú.
Nuevas y bien documentadas indagaciones históricas han demostrado que antes de que Pizarro y sus socios pusieran un pie en tierras peruanas vía el Pacífico, un grupo de soldados portugueses encabezado por Alejo García llegó por tierra al Tahuantinsuyo vía Paraguay. En ese lugar, García oyó hablar a los nativos de la Sierra de la Plata, que no era otro que el Tahuantinsuyo. Los datos históricos informan que llegó hasta Bolivia y capturó la fortaleza de Cuscotuyo, hasta que Huayna Cápac, que por entonces se hallaba en Quito, ordenó su inmediata recuperación al general Yasca. Derrotados, los portugueses regresaron a Paraguay y la historia, en cierta forma, los olvidó, igual que el nombre que le pusieron al lugar: “El país de los caracaraes”.
Desde tiempos remotos se impuso la visión del “poniente”, la del país costero, rico, centralista y hegemónico. La otra visión, la andina, la del “levante”, la que venía del centro mismo de sus entrañas fue olvidada por desconocimiento y por desinterés. Es verdad que ni Pizarro y sus socios ni García y sus huestes se lo propusieron, pero esa es finalmente la estructura de país que heredamos. De allí nació el dilema en el que nos hemos movido hasta hoy: centro y periferia, atraso y modernidad, riqueza y pobreza, sierra y costa, indios y blancos.
En la Independencia tuvimos, por un lado, a San Martín, quien defendía un estado monárquico; y por otro, a Bolívar, quien era partidario del régimen republicano. Luego aparecieron en escena los intelectuales criollos (como los miembros de la Sociedad de Amantes del País) que nunca consideraron al Perú estructural o “profundo”. Después, en los siglos XIX y XX , intelectuales y políticos como Manuel González Prada, José de la Riva Agüero, Víctor Andrés Belaúnde y José Carlos Mariátegui plantearon tesis socio-políticas cuyo fines eran interpretar correctamente la realidad. 

A fines de los 40 del siglo XIX, los científicos sociales introdujeron las nociones de “choledad, “Perú mestizo” y “utopía andina”, que resultaron insuficientes para entender los cambios. En 1984, José Matos Mar sostuvo que en el Perú ocurría un «desborde popular» de los límites normativos e institucionales. De ahí en adelante, se habla de un Perú informal, emergente o en formación. En realidad, lo que prevalece es un país utópico,  una nación que necesita cerrar sus heridas y conquistar su futuro.


El Santo Grial del arte

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¿Dónde reside el origen de la creatividad o la pasión por el arte? Se cree que todo comienza con un estado de comunión entre el hombre y la naturaleza que el artista busca repetir inútilmente a lo largo de su vida.
 El placer artístico no parte nunca de la nada. Tiene un punto de partida que puede estar en nuestras vidas, en los libros, en el azar o en las experiencias ajenas. Tampoco es un solo instante, yo diría más bien que es suma de instantes. Es una persecución que, como dice Borges, nunca se produce pero se siente desde la perspectiva de lo inalcanzable, de lo próximo, de lo que roza la profundidad de nuestro ser.
La felicidad absoluta es para mí una edad: la infancia, y una imagen: unos niños bañándose debajo de un sauce a orillas del río Piura, a las 5 de la tarde, un lugar en donde solo se escucha el ruido del viento y el canto de los pájaros. El escenario es casi como el haiku de Basho, en el que la quietud de un estanque se ve interrumpida por el ruido de una rana que se sumerge de improviso en su misterio. Para mis  hermanos y yo, arrojarse sobre las aguas cristalinas del Lengash (nombre tallán del río) desde un árbol era encontrarnos con el vacío, con la nada, con el silencio supremo. Luego volvíamos al mundo pedestre y regresábamos a casa tiritando de frío mientras el sol se hundía en el horizonte con sus matices rojos, lilas y naranjas. Según los maestros espirituales de Oriente, el estado de la creatividad sería estar en armonía con la naturaleza o sintonizado con la vida y el universo. Los artistas, en general, buscan recobrar ese estado de sintonía o aproximarse a él.
Cuando era niño hubo una competencia con mis vecinos para determinar quién era más diestro con la honda. Para hacer más atractiva la competición, alguien dijo que la piedra que debíamos lanzar debía estar envuelta en un papel en el que cada uno de los competidores debía escribir un mensaje a Dios. Todos lanzamos las piedras, las cuales cayeron una a una en los techos del vecindario o en el descampado. Para mi fortuna (¿o para  mi desgracia?), yo no vi ni oí caer la mía. Seguramente fue amortiguada por la rama de un árbol o por la arena del camino donde jugábamos. Gracias al espejismo de mis sentidos, por un lapso de varias horas creí que mi mensaje había llegado a su objetivo y anduve como un sonámbulo por las calles hasta que alguien me sacó del sueño y me demostró que todas las piedras que se lanzan hacia el cielo caen debido a la fuerza de la gravedad. Fue duro escucharlo, pero así es la realidad de cruda e injusta.

Muchas veces he pensado que mi amor por el arte tiene que ver con esa imagen de unos niños bañándose a orillas del río Piura, a las 5 de la tarde, en una orilla donde solo se escucha el ruido del viento y el canto de los pájaros o con el mensaje envuelto en una piedra que surcó los confines del universo y que yo no vi ni oí caer. Gracias a la creatividad, estas experiencias son revividas todos los días de mi vida a la hora en que escribo. Se trata de imágenes que persigo infructuosamente, el Santo Grial de una pasión insaciable cuyo placer es no llegar nunca a sentirlas por completo.

La necesidad de la ficción

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¿Qué impulsa a los escritores a crear historias o a los lectores a leerlas si ambos ya tienen suficiente con la complejidad del mundo real? ¿Qué clase de necesidad vital se halla detrás de esto?
«¿Por qué añadir una realidad inventada a la realidad existente?», se pregunta el escritor Cees Noteboom refiriéndose al sentido de la creación literaria. En realidad, esta interrogante es clave porque nos permite encontrar no solo una respuesta provisional al misterio del quehacer literario, sino también otra sobre la inexplicable preferencia de los seres humanos por las historias producidas a partir de la imaginación.
El escritor alemán Rüdiger Safranski, afirma que «si ya tenemos bastante con hallar nuestro camino en la realidad, ¿por qué complicar las cosas batallando por añadidura con ficciones?». En principio, según Noteboom, es imposible separar de manera nítida la ficción de la realidad. En segundo lugar, añade Safranski, «interpretamos nuestra vida en el horizonte del destino de personas inventadas».
Una demostración de la imposibilidad de separar la ficción de la realidad es lo que sucede con un personaje como El Quijote de la Mancha. En su afán de perseguir las huellas de Miguel de Cervantes, los lectores terminan tras las huellas de El Quijote, Sancho Panza o Dulcinea del Toboso, en la medida en que estos personajes se han vuelto más reales o han calado más hondo en la mente de los lectores. Cees Noteboom cuenta en su ensayo sobre Cervantes que en su visita a la casa de Dulcinea se sintió maravillado por la situación que trastocaba la realidad real: «Para alguien que ha hecho de la escritura su vida es un momento maravilloso. Entrar en la casa real de alguien que nunca ha existido no es ninguna nimiedad».
En cuanto a interpretar nuestras vidas en base al destino o modelo de personas inventadas, los ejemplos son extensos. Además de El Quijote que personifica la vida de los idealistas o soñadores que no temen hacer el ridículo por el mundo con tal de hacer justicia, tenemos a Edipo, Antígona, Hamlet, Don Juan, Joseph K., Aureliano Buendía, Gregorio Samsa, el capitán Ahab, Hans Castorp, Zavalita, Horacio y la Maga y tantos otros personajes  gracias a cuya existencia es posible hacer comprensibles nuestras propias vidas. Esos seres inventados explican y dan luces sobre las manías, los sentimientos, los prejuicios, los anhelos, las miserias, las alegrías y las zonas insondables de nuestras propias existencias. Somos lo que somos en la medida en que nos parecemos a esos seres creados por la mente enfebrecida de poetas y novelistas.

Entonces, inventamos historias porque la naturaleza humana necesita a la vez a la ficción y a la realidad porque no encuentra, en esencia, una gran diferencia entre ambas en tanto una revela a la otra. Hay que cosas que son más reales de lo que parecen y otras más ficticias de lo que realmente son. Se trata de una complicación humana, por esta razón preferimos, por una parte, convivir con esta ambivalencia y, por otra, reconocer en los personajes inventados el sentido de nuestras vidas. Los escritores escriben ficciones y los lectores leen esas ficciones porque son parte de una necesidad vital: imaginar mundos paralelos que parezcan reales.
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Ilustración tomada de Actualidad Literaria.

Evocación de María Ofelia Cerro Moral

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Muchos de los escritores y periodistas de la generación del 80 y el 90 le debemos a María Ofelia Cerro Moral no solo haber publicado nuestros primeros artículos en el suplemento Lundero, sino también  haber descubierto el monstruo de la vocación periodística. 
 Con la aparición, en los años 80, del suplemento cultural Lundero de La Industria de Trujillo se abrió una etapa muy interesante de impulso a la cultura en el norte del Perú, particularmente a la literatura y a las artes plásticas; y con la muerte de quien fuera por varias décadas su directora, María Ofelia Cerro Moral —Marigola— se cierra en cierta forma ese periodo de gran producción creativa.
El suplemento Lundero, además de divulgar información sobre el patrimonio cultural de Trujillo y Chiclayo, organizó por muchos años un famoso concurso infantil y juvenil de cuento y poesía con el mismo nombre, concurso del cual emergerían poetas y narradores como  Lizardo Cruzado, David Novoa, Pedro Diez Canseco, Luis Vigo Cabrera, Duncan Sedano y otros más. Era anual y el jurado de las diferentes versiones estuvo siempre formado por los escritores más renombrados del Perú, de modo que se trataba de una lid realmente consagratoria para todos los niños y jóvenes que concursaban.
María Ofelia Cerro Moral fue congresista de la República (1995-2000) y una las creadores y organizadoras de la Bienal de Pintura de Trujillo que tantos buenos recuerdos y orgullo  provoca ahora entre los trujillanos. Es curioso que los últimos cincuenta años de nuestra historia cultural destaquen nítidamente los nombres de dos mujeres: el de María Ofelia Cerro Moral y el de Adriana Doig Manucci, quien retomó la energía inicial de Marigola y creó y organizó desde el 2002 hasta el 2009, con gran calidad y efectos mediáticos, la célebre Feria del Libro de Trujillo.
Conocí a María Ofelia Cerro Moral en 1986, gracias a la intermediación del escritor Guillermo Niño de Guzmán. Ella, gentilmente,  me invitó a  mí —y a muchos aspirantes a escritores y periodistas— a colaborar con artículos y entrevistas en el diario La Industria. Gracias a esa generosa acogida me convertí a los 23 años en columnista del suplemento dominical y articulista habitual del suplemento Lundero. Han pasado treinta años desde entonces.
Es justo reconocer que gracias a su liderazgo muchos de los miembros de mi generación afirmamos nuestra vocación por el periodismo. Siempre la recuerdo llamando para pedirme que escriba en su querido Lundero,  para que reseñe un libro que acababa de publicarse, para que entreviste a un escritor de renombre o para que le sugiera algún tema para los números siguientes del suplemento. Es decir, hacía eso que ya no hacen los directores y editores de ahora: orientar y poner a trabajar a sus colaboradores.
Luis Cabrera Vigo, miembro conspicuo de la generación “Lundero”  (y periodista a causa de esos efectos iniciales), ha resumido muy bien la influencia del quehacer de María Ofelia: «¿Cuántos lunderistas le agradecemos haber cobijado en sus páginas nuestros primeros, balbuceantes, textos? Muchos, muchísimos (…)». No solo tu generación, Luc Vigo, tiene que ser agradecida. La mía, en todo caso, le debe el comienzo de su pasión incesante por el periodismo, lo cual no es poca cosa.




PPK y el argumento del lado oscuro

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PK y Keiko Fujimori cometen, con frecuencia, errores que podrían costarles puntos valiosos en el resultado final de las elecciones, pero PPK parecer ser, por lentitud o desidia, el único incapaz de capitalizar los yerros  de su contrincante.
Es casi unánime entre los analistas políticos que PPK no está haciendo los esfuerzos suficientes ni reaccionando con rapidez para ganar las elecciones presidenciales. La percepción es que proyecta dejadez y lentitud y que, en el fondo, el sillón presidencial es algo por lo que, aparentemente, no piensa arriesgar lo suficiente.
No es que PPK sea el único que comete errores;  también los comete Keiko, pero el candidato de Peruanos por el Kambio parece ser el único que parece desaprovechar los de su contrincante. La mesa en las dos semanas anteriores  ha estado servida: el exhabrupto de Kenyi, los pactos con la minería informal y un sector ultraconservador de las iglesias evangélicas, las contradicciones respecto a quién pagó los estudios de los hermanos Fujimori en el extranjero, las evasivas a debatir en sur y en el norte, etc.
Recién en los días anteriores PPK parece haber sacado la cabeza del atolladero para colocarse en la ofensiva, pero creo que es insuficiente. Del lado de la candidata fujimorista hay más rapidez, más reflejos, más firmeza en la manera de resolver las situaciones difíciles que se le presentan. ¿Por qué ocurre esto? ¿Es que realmente PPK le da lo mismo ganar o perder? Las especulaciones van desde un pacto secreto entre ambos candidatos hasta problemas de salud en PPK. Lo cierto es que, hasta ahora, ambos candidatos corren a distintas velocidades, en las que PPk lleva las de perder.
Julio Guzmán, luego que su ex aliado Elmer Cuba afirmara que el ex candidato presidencial y Keiko Fujimori comparten metas similares respecto al destino del Perú, salió al frente para decir: "Yo nunca me pasaré al lado oscuro de la fuerza". Esta respuesta, creo, ha filtrado un argumento muy sólido que el ex ministro de Alejandro Toledo podría utilizar con gran éxito publicitario y mediático porque va directo a la yugular de la democracia. El lado oscuro de la democracia es la autocracia, la dictadura, la tiranía. Y esto es algo que los electores peruanos no ven ni sienten todavía con suficiente claridad.
En su última columna, “La yuca de PPK”, la periodista Patricia del Río ha sido muy certera respecto a la perfomance de este candidato presidencial: " (...) los antifujimoristas (el grueso de los votantes de Verónika Mendoza) no le van a regalar su voto al que no toma distancia. Al que no se moja. Al que no abraza con cierta pasión la causa democrática. Y votarán en blanco y emprenderán una lucha épica contra Keiko durante cinco años, antes de regalarle su voto a quien no les asegure independencia del lado oscuro”.

Sin necesidad de denigrar o lanzar navajazos a diestra y siniestra, usando solo el argumento de que él representa a la democracia, el sector del recambio,  el respeto a las instituciones y el alejamiento de cualquier tentación autoritaria (probablemente el punto más débil de Keiko Fujimori), PPK podría tomar distancia ventajosa de su competidora. Pero no lo hace, prefiere la comodidad de la tortuga, la pasividad del frío e indiferente. 

Pessoa: «Fingir es conocerse»

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En el mundo actual todos quieren que los reflectores de la fama y la celebridad les lleguen directamente; nadie aspira a ser nadie. El poeta portugués, Fernando Pessoa, nos enseñó, sin embargo, que desapegarnos de nuestras máscaras cotidianas es también una forma de alcanzar el autoconocimiento.
Todos queremos ser seres visibles, aparecer en la pantalla de la vida para conquistar, cariño, fama o celebridad. A la mayoría nos seduce ser alguien en el reparto y, a muy pocos, ser nadie. La causa del sufrimiento humano, según el budismo, es el apego a las cosas materiales y a los sentimientos negativos.
En este mundo de reflectores hay quienes, sin embargo, han decidido desaparecer o desapegarse de las ataduras que los mantienen unidos al mundo vulgar, a eso que comúnmente se llama éxito. Pero cultivar una vocación de renuncia y desapego no es cualquier cosa, requiere de una cierta preparación y conocimiento de uno mismo.
La búsqueda de sí mismo fue un tema central en la vida y la obra del portugués Fernando Pessoa.Él fue un radical en lo que se refiere a la imposibilidad del conocimiento por vías pedestres. Partía de la idea de que los seres humanos no eran seres unitarios sino plurales y practicó en su propio ser lo que llamó “drama en gente”, una especie de fenómeno de despersonalización que consistía en la creación de personalidades autónomas (heterónimos) creadas en la mente de un ser ortónimo (él mismo).
La otra idea central de su doctrina es el estado de fingimiento; es decir, “la simulación,  engaño o apariencia con que se intenta hacer 
que algo parezca distinto de lo que es”. Fernando Pessoa creyó siempre que somos seres enmascarados que desempeñamos diversos roles según la máscara que nos cubre el ser y que tenemos tantos antifaces como las vidas que vivimos. «Nadie me conoció bajo la máscara de la identidad ni supo nunca que era una máscara, porque nadie sabía que en este mundo hay enmascarados. Nadie supuso que junto a mí estuviera otro que, al fin, era yo. Siempre me juzgaron idéntico a mí», escribió Pessoa.
«Fingir es conocerse» es otro de sus pensamientos guía, pensamiento que luego desarrolló en unos versos con no menos rotundidad: «El poeta es un fingidor. / Finge tan completamente/ que hasta finge que es dolor/ el dolor que en verdad siente». Pessoa intentó averiguar quién era a través de la multiplicación o desintegración de su personalidad y lo que halló, sin duda, fue un laberinto casi infinito en el que encontró más preguntas que verdades sin llegar nunca a descubrir quién era realmente.

El budismo —la única doctrina religiosa que no es una religión— plantea una liberación espiritual (el nirvana) a través de la moralidad, la meditación y la sabiduría. Mediante este camino que comprende ocho vías (conocimiento, actitud, discurso, acción, vida, esfuerzo, estado mental y concentración) se llega a la “extinción de los fuegos de todos los deseos y la absorción del yo en el infinito”; es  decir, al autoconocimiento. Fernando Pessoa conoció perfectamente esta doctrina, pero la que practicó fue la primera, la búsqueda de sí mismo a través del descubrimiento de múltiples personalidades dentro de sí. Si algún legado nos dejó este fue el de la liberación y el deseo de ser nadie, de desparecer en un mundo en el que todos se mueren por “ganarle a alguien” o “ser personas importantes”.

Poder político y poder mediático

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Los medios, además de informar, deben canalizar el derecho de los ciudadanos a saber a qué intereses económicos responde un candidato y, sobre todo, a combatir la corrupción y darle solidez a la democracia.
La disputa por ganar la presidencia entre Pedro Pablo Kuczynski y Keiko Fujimori se libra en la calle, en foros públicos, en las redes sociales y, sobre todo, en los medios de comunicación. Esto nos recuerda la vieja relación entre poder político y poder mediático.
El poder político, salvo cuando es producto de una dictadura, es legitimado por formas democráticas como las elecciones, mientras que el mediático es un poder de hecho que no se legitima sino que se ejerce, hablando en términos ideales, sobre la base de premisas democráticas como la imparcialidad.
Joaquín Estefanía y otros estudiosos afirman que los poderes fácticos tradicionales como el Ejército, la banca y la Iglesia han sido remplazados desde hace unas décadas por tres nuevos poderes: el de los mercados, el de los medios de comunicación y el de los sondeos de opinión.
Si el poder mediático no es el resultado de la soberanía popular y constituye un poder de enormes gravitaciones para la vida social, ¿cuáles son sus vínculos y responsabilidades con la democracia?, ¿cómo aportan a la gobernabilidad, a la justicia social y a la lucha contra la corrupción de un país? y, sobre todo ¿cómo ejercen su poder sin que los intereses  de sus dueños colisionen con los intereses de las mayorías?
El modelo liberal anglosajón entiende a los medios de comunicación como un negocio más dentro del mercado en tanto el modelo opuesto, que podríamos llamar social demócrata, los considera como un servicio público que usa un bien que pertenece a todos: la realidad. Lo cierto es que actualmente  tenemos un modelo dual: por un lado, el Estado con sus propios medios y, por otro, la empresa privada con los suyos.
Públicos o privados, los medios deben ser independientes de los poderes político y económico para canalizar y defender el derecho a la información. Ya que los medios no están sujetos a ningún control estricto (y no tendrían por qué estarlo),  quienes los manejan saben que existen límites  jurídicos y morales y que  cualquier exceso de libertad representa un serio problema para la democracia.
En un país con partidos políticos en crisis y con instituciones débiles, los medios de comunicación se han convertido en mediadores y representantes políticos. Algunos diarios y canales de televisión van más allá y se arrogan la representación del interés público. En este sentido, ¿es correcta la actuación de los medios que acusan a la candidata Fujimori de blindar a un miembro de su partido sospechoso de lavado de activos y vínculos con el narcotráfico a una semana de la segunda vuelta electoral? La respuesta es sí.

Los ciudadanos necesitan saber en nombre de qué intereses políticos y económicos actúan los políticos, solicitar la rendición de cuentas sobre fondos públicos y exigir que los candidatos cumplan con sus promesas de gobierno. El mecanismo para lograrlo son los diarios, la televisión, la radio y los medios digitales. “Los medios de comunicación son las nuevas plazas públicas donde se construye lo político y lo social”, dice María del Pilar Tello.
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(Ilustración de Ivan Lira)

Una utopía llama autocomunicación

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¿Podrán algún día los medios y las redes sociales en las grandes metáforas de la inclusión informativa? Por ahora, debido a la crisis de los partidos y las instituciones, estos se han convertido en nuevos espacios de discusión y representación política.
Internet, las redes sociales y los medios de comunicación son las nuevas plazas públicas donde se construye lo político y lo social, afirma la analista María del Pilar Tello. Y tiene razón.  Esto ocurre porque las instituciones son frágiles, los partidos débiles y las ideologías está desacreditadas.
Los jóvenes, los principales impulsores del cambio en una sociedad, son quienes viven a todo tren este cambio de la plaza pública a los medios virtuales.  Ellos han comprendido mejor que nadie que los medios y las redes sociales son un factor decisivo en la formación de la opinión pública y, sobre todo, creen que en estos nuevos espacios es donde puede ocurrir el fenómeno que Manuel Castells denomina “autocomunicación”; es decir, el modo de producir información sin intermediarios y en oposición a los medios.  Es el momento, dice Castells, en que “la sociedad será capaz de automediatizarse poniendo fin a los monopolios y evitando que se tergiverse la información”.
A finales del siglo XX, quienes vivían entonces su adolescencia o juventud fueron acusados por sus mayores de «apáticos», «conformistas», «descreídos», «apolíticos» y «desideologizados». El título de un libro muy popular de Douglas Coupland publicado en 1991—Generación X— fue usado para llamar a esta nueva generación.
A la «Generación X» le sucedió la «Generación Y», conformada por quienes vivieron el auge de Internet y desarrollaron, debido al descrédito de las utopías políticas, aspiraciones económicas individualistas, así como una visión más pragmática del mundo.  Con los años, hemos podido comprobar que tras el juicio histórico a los «X» y a los «Y» han existido muchos prejuicios.
Sin embargo, gracias al apogeo de Internet y las redes sociales los jóvenes son ahora los protagonistas del cambio y la protesta gracias a las posibilidades que ofrecen Internet y las redes sociales. El triunfo del liberalismo a fines del siglo XX consagró el prejuicio de que el modelo de democracia occidental no podría ser cuestionado, pero ocurre que las tecnología de la información  impulsadas por este modelo  han abierto una grieta en su estructura.
En el Perú, este fenómeno coincide con otro: En la “espectacularización de la política”. Los políticos con ideología y discursos con contenido desparecieron o se arrinconaron en movimientos de última hora. Los empresarios, los periodistas, los militares retirados, los caciques de provincia y algunos ciudadanos de «éxito» se apoderaron de puestos de mando y representación. Hoy, próximos a un nuevo proceso electoral, la política vuelve a ser lo mismo. Por este motivo, existe la necesidad de encausar las aspiraciones de los nuevos electores y los ciudadanos hartos de falsas promesas.
¿Como mediadores y ejes de representación política los medios expresan cabalmente las aspiraciones de los ciudadanos? ¿Las redes sociales pueden llegar a convertirse en impulsores de la llamada autocomunicación? Todo indica, hasta ahora, que  para esto ocurra necesitamos de sociedades y ciudadanos maduros, conscientes de sus derechos y obligaciones,  comprometidos con el futuro, críticos y analistas, que distingan bien entre lo democrático y lo antidemocrático y, sobre todo, que amen a su país.
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IIustración tomada de Crónica Z, cultura y educación

La novela sobre Cioran

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Los años 80 y 90 del siglo pasado son el escenario de una novela en la que se intenta expresar, por un lado, el idealismo político de una generación que admira a Cioran y, por otro, el anclaje en una realidad que llenó de desesperanza al Perú de esos años.
Escribir una novela es una tarea absorbente que implica una dedicación exclusiva y excluyente que no se equipara con el proceso de escribir poesía, que es más bien libre y de tramos cortos.
Desde hace años me rondaba la idea de escribir una historia que tuviera como escenario Trujillo en las difíciles décadas del 80 y el 90 del siglo XX. El libro finalmente ya está a punto de publicarse y tiene un nombre: Señor Cioran.
Señor Cioran desarrolla cuatro historias  interconectadas entre sí.La primera historia cuenta la relación tortuosa entre un miembro del servicio de inteligencia,Plinio Barrenechea, con una ex subversiva convertida en prostituta, Dalila San Juan, quien lo considera una especie de monstruo moralque  ha investigado su pasado no se sabe con qué fines. Pliniotiene una hija que se enamora de uno de los
La segunda historia presenta el drama de dos grupos de estudiantes  soñadores e inconformes que quieren cambiar el mundo, pero el miedo los paraliza y termina cambiándolos a ellos.En el primer grupo, uno de los protagonistas  se convierte involuntariamente en un soplón, el Poeta, otro muere en una persecución policial, León Balboa ,mientras que los otros (Fausto Pinillos, Facundo Arrieta y Camilo Barbarán ) terminan presos.En la clandestinidad ellos usan la expresión "Señor Cioran" para identificarse, pues creen que este filósofolos ayuda a tener los pies sobre la tierra. El santo y seña lo ha elegido el Poeta. El otro grupo está integrado por Malena Amador, Vladimir Bubas y León Balboa, quienes, tras la delación del Poeta huyen a Asia y Europa, pues temen que lapolicía los capture por su amistad con los subversivos.
La tercera historia narra la crisis existencial de un aspirante a poeta que traiciona a sus amigos revolucionarios y termina suicidándose. Está enamorado de Beatriz Barrenechea, hija de Plinio, con quien tiene una hija: Madrid. Deja unos manuscritos  que Beatriz descubre   su muerte en donde expresa su inconformidad con el mundo y su admiración
La cuarta historia cuenta dos historias de amor: la relación entre un periodista y la mujer de su juventud, Penélope Ganoza, amor que los conduce al exilio en Europa, donde ellos presumen que serán felices y donde, de algún modo, se encontrarán con el fantasma del portugués Fernando Pessoa, a quien el narrador ama hasta el llanto. Ellos conocen a los estudiantes idealistas, aunque nunca han participado de la acción revolucionaria. La otra es la de Santiago García y Mayte Revueltas, quienes se aman, pero no pueden vivir juntos porque el primero vive atormentado por sus remordimientos e indecisiones del pasado.
El filósofo Emil Cioran está presente en las cuatro historias de la siguiente manera: como contraseña que los idealistas usan para reconocerse en la clandestinidad, mediantes las citas de su pensamiento escéptico que sirven como telón de fondo pesimista sobre lo que pasa en ese momentoen el Perú, como una mecanismo para que un grupo de idealistas permanezca anclado en la realidad y como el héroe literario de uno de los protagonistas.

En realidad, mi objetivo es  ofrecer en la medida de lo posible un retrato conmovedor y grotesco de la condición humana y el idealismo juvenil universitario durante las décadas de los 80 y los 90 en el Perú, una revisión entre serena y pesimista de las convicciones ideológicas, así como una apuesta a favor de la racionalidad y la sensatez como fórmulas para acabar con el odio y la enemistad que destruyen a las sociedades debilitadas por la indiferencia y el egoísmo. Vamos a ver cómo nos va ahora que la novela sale a luz.

Fowles, entre la realidad y el sueño

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El Mago del inglés Jhon Fowles, una de las novelas más extraordinarias de nuestro tiempo, fluctúa entre la preocupación por los temas filosóficos y la seducción del lector mediante las armas de la fabulación, el enigma y la aventura amorosa.Las novelas extensas tienen la desventaja de lidiar con la atención del lector, de modo que este nunca decaiga en su interés y llegue al final convencido de que ha valido la pena invertir mucho tiempo; y también la ventaja de la extensión para que el narrador pueda seducir con una serie de recursos su gusto, por lo general proclive a historias cortas y que no demanden mayor esfuerzo intelectual.
Hace poco leí El mago de John Fowles en la versión que este mismo autor corrigió en 1976. Por lo que sabemos, esta novela le costó veinte años de dedicación al novelista inglés y en ella desplegó todo su conocimiento sobre los grandes temas filosóficos e intelectuales de nuestro tiempo. Esta, sin duda, es una de sus grandes fortalezas: la capacidad de comunicar temas profundos en medio de los avatares que viven sus personajes.
Su otra virtud es su talento como narrador. Fowles logra a lo largo  de más de 700 páginas conmovernos con la historia de Nicholas, un joven ambicioso, enamoradizo y resuelto que viaja a una isla griega como profesor de inglés en un internado. En el lugar conoce a un personaje extraño, Conchis, El Mago, quien lo inicia en una serie de juegos eróticos con unas hermanas gemelas y en la resolución de sucesivos enigmas en la frontera entre la realidad y el sueño. Nicholas lo hace contra su voluntad y alentado por el ideal de que es realmente un ser libre, cuando no lo es.
La tensa relación que establecen Conchis y Nicholas, la identidad oculta de las hermanas gemelas, la búsqueda incesante de Nicholas sobre sí mismo y la puesta escena de casi todas las experiencias que viven Conchis y quienes lo rodean no sugieren el ideal pessoano de que fingir en conocerse. La historia parece proponernos de que la vida está hecha no por lo que somos en realidad, sino por las sucesivas máscaras que asumimos según las circunstancias de nuestras mortales y limitadas vidas. La búsqueda de la identidad comparte rol con otros dos grandes temas: la ilusión del poder y la búsqueda del absoluto, temas en los que al autor despliega una serie de ideas fuerza y argumentos contundentes.
Las pistas sobre Conchis son múltiples, pero ninguna certera: un farsante, un psiquiatra, un científico, un hipnotizador, un mago o un rico caprichoso que quiere tener el mundo a sus pies. La historia tiene como eje la investigación que realiza Nicholas para averiguar quién es realmente El Mago y en este desarrollo despliega sucesivas pieles narrativas: del thriller pasa a la novela gótica, de la novela gótica al ensayo, del ensayo a la novela erótica y de la novela erótica a la novela policial. Una suma de registros ricos y envolvente que nos seducen con gran eficacia.

Me ha costado mucho trabajo digerir sus cientos de páginas, no porque sea difícil de leer, sino porque cuesta dejar sus páginas cada cierto tiempo. Una historia de iniciación como ninguna, una novela magistral, llena de sorpresas, pero siempre intensa y plural. Nunca había leído a Fowles, de modo que ahora tendré que buscar la novela El coleccionista del mismo autor que, según me recomiendan algunos amigos, es tan buena o mejor que la que acabo de leer.

El “Síndrome de Salomón”

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El “Síndrome de Salomón” no solo explica la tragedia de país como el Perú, sino que revela, por un lado, la falta de confianza en nosotros mismos y, por otro, la envidia; es decir, la acción de minar el éxito y el talento ajeno.
 El psicólogo estadounidense Salomon Asch sometió en 1951 a 123 seres humanos a una serie de pruebas con el fin de comprobar la influencia del entorno social en las decisiones de las personas. Una de las conclusiones del experimento fue que en su actuación las personas trataban siempre de no ir en contra de los demás o de no convertirse en un elemento discordante en su entorno. En pocas palabras, de que no eran libres, de que estaban condicionadas por el medio más de lo que creían.
Los psicólogos modernos llaman al fenómeno anteriormente descrito “Síndrome de Salomon” y lo describen como la conducta que adoptamos con la finalidad de evitar que los reflectores caigan sobre nosotros; es decir, asumir eso que llamamos perfil bajo o negativa a sobresalir así lo merezcamos. ¿Por qué? Para evitar, dicen los psicólogos, llamar la atención en exceso o por miedo a que los demás se sientan ofendidos por nuestros triunfos.
«El síndrome de Solomon pone de manifiesto el lado oscuro de nuestra condición humana. Por una parte, revela nuestra falta de autoestima y de confianza en nosotros mismos, creyendo que nuestro valor como personas depende de lo mucho o lo poco que la gente nos valore. Y por otra, constata una verdad incómoda: que seguimos formando parte de una sociedad en la que se tiende a condenar el talento y el éxito ajenos. (…) Detrás de este tipo de conductas se esconde un virus tan escurridizo como letal, que no solo nos enferma, sino que paraliza el progreso de la sociedad: la envidia», escribe Borja Vilaseca.
«Solomón tendría que conocer el Perú, porque la envidia es la gran lacra del país», ha escrito en Facebook Rodolfo Hinostroza. La frase es dura, pero cierta.«Si oyes solo cosas buenas acerca de un escritor, si ves que todos los quieren como a un hermano,  puedes estar seguro que nadie le teme, de que todos le estrechan la mano para ser generosos con él pues, en cualquier caso, no representa un peligro. Los compañeros de profesión no se permiten nunca alabar a los que son mejores que ellos ni tampoco siquiera a los iguales (…) los alabados son elegidos con gran cuidado entre los inofensivos, entre los tiernos fabricantes de “sofisticados destellos lingüísticos” (…) mientras que los verdaderamente buenos están rodeados por el famoso cordón sanitario: o bien no se habla de ellos en absoluto, o bien se habla mucho, pero  a sus espaldas (…) o bien se les somete a una encarnizado tiroteo de insultos tan pronto como uno los ve en el objetivo», ha escrito en sub libro Las bellas extranjeras el rumano Mircea Cărtărescu.
Las consecuencias del “Síndrome de Salomon” son la baja autoestima y el deseo de que al otro le vaya mal porque es más que nosotros. Este es, sin duda, un escenario recurrente en el Perú, el cual explicaría nuestros complejos y fracasos como Estado y como nación. La solución, según Vilaseca: «comprender la futilidad de perturbarnos por lo que opine la gente de nosotros» y «dejar de demonizar el éxito ajeno para comenzar a admirar y aprender de las cualidades y las fortalezas que han permitido a otros alcanzar sus sueños». Es difícil, pero se aprende.






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