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Juan Gonzalo Rose, ternura a flor de piel

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El autor de Cantos desde lejos es, probablemente, el poeta más tierno de la literatura peruana.  Detrás de esa voz, pocos saben que habitaba un hombre con un gran sentido del humor y con mucho ingenio para las frases efectistas.
Los libros tienen como un soplo de vida que los lectores descubren apenas posan sus ojos en ellos. No importa si este soplo de vida encarna en un cuerpo de pasta dura, blanda o de bolsillo. Lo que los lectores hacen es simplemente conectarse con ese soplo de vida que llamamos, según sea el caso, mensaje, cultura, conocimiento, sabiduría.
Esa fue mi experiencia con un libro de Juan Gonzalo Rose que compré en 1983. La ternura de Juan Gonzalo Rose que descubrí en el tomito de marras  cambió mi rumbo como lector de poesía. Sin embargo para llegar hasta ese sentimiento de cariño entrañable que representaba Juan Gonzalo Rose tuve que hacer un itinerario sentimental completo para descubrirlo.
Empecé con la lectura de sus poemasde entusiasmo y beligerancia social: “Al paredón, al paredón las penas /...al paredón, el mismo paredón / si no quiere servirnos de testigo /…  mi propia poesía al paredón / si no quiere cantar lo que digo”.  Pero fue sino con sus poemas más intimistas que caí rendido ante su ternura. Carta a María Teresa: “Para ti debe ser, pequeña hermana, / el hombre malo que hace llorar a mamá”. Las cartas secuestradas: Tengo en el alma una baranda en sombras. / A ella diariamente me asomo, matutino, / a preguntar si no  ha llegado carta; / y cuántas veces la tristeza celebra con mi rostro / sus óperas de nada.// Una carta.// […] Si no fuera poeta, expresidiario, / extranjero hasta el colmo de la gracia, / descubridor de calles en la noche, / coleccionista de apellidos pálidos,/ quisiera ser cartero de los tristes/ para que ellos bendigan mis zapatos (…)”.El vaso: “Roto ha de estar, supongo, / el vaso cojo de mi antigua casa. / ¡Cómo ha podido contener, él solo,  el agua toda que bebí en mi infancia! …”.
Detrás de la imagen de un hombre víctima de su propio infortunio, la incomprensión y el intimismo destructivo que proyectaba Juan Gonzalo Rose había, sin embargo, otro ser: un tierno e ingenioso personaje, dueño de una simpatía y de un humor profundamente lúcido. Se cuenta que en cierta ocasión Haya de la Torre lo increpó diciéndole: “Recuerde que usted fue aprista” y Rose, con finísima ironía, le respondió: “Y usted también”.
En otra ocasión, algunos amigos, preocupados por el despeñadero al que lo conducía su dipsomanía, le aconsejaron que visitara una institución de alcohólicos anónimos. Rose, sereno e interesado, preguntó inmediatamente por el horario de atención. Como ya era entrada la noche, consultó su reloj y dijo con implacable ironía: “Ya es muy tarde”.
Un hombre con este humor solo podía haber escrito poemas muy delicados y compasivos, casi sin parangón en nuestra literatura. Yo lo sigo leyendo por temporadas y a intervalos. Ya no poseo más el tomito blanco que le editó el INC en 1974, pues lo perdí por cuestiones del azar y la necesidad. Pese a que tengo un libro de una edición más moderno que reúne toda su poesía, siento que he perdido algo que ya no podré recuperar. Tal vez el entusiasmo de antaño, el asombro, el sentido alegórico del libro físico, aunque no la ternura. Esa es imposible de extraviar y me sirve siempre de consuelo como lector impenitente de Juan Gonzalo.



Auge y problemática de la novela peruana

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El auge de la novela peruana supone la continuidad de una tradición, pero también la revelación de algunas paradojas: su escasa resonancia en los medios y la ausencia de una crítica especializada.
La novela parece gozar de buena salud en el Perú. En una de sus columnas de julio, Mirko Lauer resalta, sin citar la fuente, que cada mes se publican treinta novelas nuevas. Si es cierto esto, al año tendríamos algo así como 360 novelas publicadas.
Las cifras parecen muy elevadas, pero en todo caso son un indicio de lo que está sucediendo ahora mismo en nuestra literatura: una gran producción narrativa nueva cuya cúspide, por el momento, son La distancia que nos separade Renato Cisneros y Contarlo todo de Jeremías Gamboa, la consolidación de sellos editoriales dedicados a la narrativa como Animal de Invierno o Estruendomudo, la aparición de un grupo de jóvenes novelistas y cuentistas peruanos menores de 40 años que, según Fernando Ampuero, “constituyen la más sorpresiva explosión de talento”  en la segunda década del siglo XXI (“generación post” le llama él por sus vínculos con las redes sociales), el rescate tardío de excelentes escritores como Augusto Higa, Carlos Calderón Fajardo y la formación de nuevos lectores que podrían rastrearse en el éxito creciente de la Feria Internacional del Libro de Lima y otras ferias organizadas en el interior del país.Hoy pues, más que nunca, somos un país de narradores”, dice muy optimista en su artículo Ampuero.
¿Por qué un género como la novela es aceptado por la mayoría de lectores en el Perú?  ¿Por qué no ocurre lo mismo la poesía? Parte de la explicación está en lo que ocurrió en el siglo XIX, que es  el del esplendor  de la novela realista, la cual se adaptó fácilmente a los desafíos del mundo  moderno y se subió en un dos por tres al tren de la historia; es decir, satisfizo las ansías de entretenimiento y placer que buscaban los lectores de aquella época: nada de problematizar la existencia ni buscar el absoluto, como en el caso de la poesía. Digamos que hoy la novela expresa mejor la complejidad del mundo moderno y esto es algo que han intuido muy bien los lectores.

Este supuesto auge de la novela peruana presenta, sin embargo, algunos problemas agudos: confirma el viejo centralismo (a pesar de que vivimos en un mundo global), de modo que, como dice Ampuero,  es primordialmente limeña” y “cosmopolita” con el consiguiente desdén involuntario con lo que se produce en la periferia; que los productos de la nueva novela peruana no son muy conocidos por los propios narradores; y que “no existen canales de difusión adecuados para un catálogo novelesco que crece a enorme velocidad”. Esto último lo dice Alonso Rabí do Carmo en el último número de la revista hueso húmero, tras aplicar una encuesta a 33 escritores para averiguar cuáles son las novelas peruanas preferidas aparecidas entre los años 2000 y 2015. Para Rabí do Carmo existe una paradoja, por ahora insalvable: “pese  a contarse con un núcleo numeroso de editoriales, una cantidad considerable y creciente de novelistas y otro tanto de novelas, toda esta actividad encuentra escasa resonancias si es que no pasa inadvertida para los medios de comunicación”. A esta paradoja habría que añadir otro dificultad: la ausencia de un aparato crítico que dé cuenta de lo que está sucediendo actualmente con nuestra narrativa.
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Ilustración: Toamda de http://www.letras.s5.com/lp0201061.htm

Redoble por la amistad

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En la amistad verdadera, unas son de cal y otras son de arena, pero, como dice el escritor Alfredo Bryce Echenique, hay que tener grandeza de alma para perdonar a los amigos que nos fallan, aunque esto nos cueste un gran dolor. 
Hay dos pensamientos de dos escritores que admiro que resumen muy bien, creo, el valor de la amistad. Las cito por dos razones: por su lucidez y certeza y porque caen como anillo al dedo por las circunstancias que he vivido en las últimas semanas con motivo de la publicación de mi primera novela.
«El amor, para existir, no requiere necesariamente del consentimiento del ser amado. Podemos querer a una persona que nos desprecia o incluso que nos ignora. La amistad, en cambio, exige la reciprocidad, no se puede ser amigo de quien no es nuestro amigo. Amistad: sentimiento solidario, amor solitario. Superioridad de la amistad», ha escrito Julio Ramón Ribeyro en Prosas apátridas.
Aunque la amistad, de acuerdo a Ribeyro, es superior al amor en cuanto a calidad y durabilidad, no es la perfección ni mucho menos. También los amigos nos suelen fallar y cuando fallan las heridas que producen no son poca cosa. Entonces aparece la frase certera de Alfredo Bryce Echenique para que esas fallas no se conviertan en una catástrofe afectiva: «En el fondo era como si todos estuviesen presintiendo o hasta descubriendo que, así como el amor es ciego, la amistad es entender hasta lo que uno no entiende de sus amigos y perdonarles absolutamente todo, aunque joda».
Todos quisiéramos tener la capacidad de perdón para con aquellos que nos dan la espalda, nos envidian, se muestran indiferentes o se esfuman cuando más lo necesitamos. De sus amigos uno no puede sino esperar lo mejor, pero todos somos seres humanos y cometemos muchos errores y, como afirma Bryce, es de amigos perdonar o, por lo menos, intentarlo.
«La envidia es la gran lacra del país», ha escrito en Facebook Rodolfo Hinostroza. La frase es dura, pero cierta y desgraciadamente es un factor disociador. «Si oyes solo cosas buenas acerca de un escritor, si ves que todos los quieren como a un hermano,  puedes estar seguro que nadie le teme, de que todos le estrechan la mano para ser generosos con él pues, en cualquier caso, no representa un peligro. Los compañeros de profesión no se permiten nunca alabar a los que son mejores que ellos ni tampoco siquiera a los iguales (…) los alabados son elegidos con gran cuidado entre los inofensivos, entre los tiernos fabricantes de “sofisticados destellos lingüísticos” (…) mientras que los verdaderamente buenos están rodeados por el famoso cordón sanitario: o bien no se habla de ellos en absoluto, o bien se habla mucho, pero  a sus espaldas (…) o bien se les somete a una encarnizado tiroteo de insultos tan pronto como uno los ve en el objetivo», ha escrito en su libro Las bellas extranjeras el rumano Mircea Cărtărescu.

La amistad, a diferencia del amor que simplemente sucede, se elige. Y no es fácil elegir a quiénes serán en adelante nuestros amigos y menos saber cuándo debemos perdonarlos o aceptar que ya podemos considerarlos nuestros amigos. La vida es un aprendizaje continuo y cuando se aprende, dice Héctor Abad Faciolince, «lo más difícil es saber escoger en quién confiar. Y lo más difícil de todo: no equivocarse. Casi siempre, para no equivocarse, se empieza por los parientes. Se confía, por ejemplo, en un hermano». Y un amigo es un hermano. La amistad, cuando es verdadera es, sin duda, confiable. Y los verdaderos amigos, aunque suene exagerado, son antes que nada seres confiables. Viva la amistad.
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Ilustración. Tomada de http://www.lanacion.com.ar/1919996-amigos-en-la-literatura-argentina-entre-el-carino-y-los-celos

Leer y experimentar

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Un informe científico demostraría que el cerebro no distingue claramente entre leer ficción y  vivir  la vida real; es decir, confirmaría que la literatura no es solo verosímil, sino real.
El hombre es mente y cuerpo y, como tal, enfrenta situaciones inesperadas. Ante a un estímulo externo como el amor, por ejemplo, el cerebro envía mensajes electroquímicos mediante el sistema nervioso y mensajes hormonales a través del sistema circulatorio, lo cual quiere decir que nos enamoramos con el corazón y con el cerebro. Cuando uno está enamorado, el corazón se acelera, la dopamina crea sentimientos de euforia, aumenta el flujo sanguíneo, el corazón late más rápido, tenemos mariposas en el estómago y un estado emocional muy parecido a la locura.
En otros casos, frente a una situación de peligro el corazón bombea sangre a mayor velocidad para irrigar mejor nuestro organismo, los pelos se erizan, la sangre disminuye en la piel y las vísceras y abunda en los músculos y los párpados y las pupilas se abren en toda sus extensión para ver mejor.
Si se trata de frío, la piel se nos pone como la de la gallina con la finalidad de enfrentar el descenso de la temperatura; y se trata de calor, sudamos con el objetivo de que nuestro cuerpo se refrigere. Cuando hay miedo, entre otras cosas, el corazón trabajas más rápido, aumenta la presión arterial, la glucosa en sangre, la actividad cerebral y la coagulación sanguínea, se dilatan las pupilas, la sangre fluye a los músculos de las piernas en mayor cantidad y el que padece miedo tiene taquicardia, temblores y sudoración abundante.
¿Y qué pasa con nuestro cerebro cuando leemos? Para entenderlo, dicen los científicos, hay que entender no solo a este sino también a nuestra mente. Por años, los estudios han estado centrados en el hecho de averiguar qué zonas del cerebro se activan y dónde se localizan determinadas funcionas de la mente. Hace poco, la BBC publicó información reveladora acerca de lo que le ocurre al cerebro y a la mente cuando leemos libros de ficción. La conclusión más relevante a la que llegó ese informe decía que «al  leer la acciones de un personaje de ficción, en el cerebro se activan las zonas motoras como si uno realizara esa actividad».
Keith Oatley, profesor emérito de Psicología Cognitiva de la Universidad de Toronto, Canadá y Raymond Mar, doctor en psicología de la Universidad de York de ese mismo país,  concluyeron que «el cerebro, al parecer, no distingue claramente entre leer sobre la experiencia de un personaje de ficción y vivir esa actividad en la vida real».
De acuerdo a estos hombres de ciencia, leer una detallada descripción sobre El Quijote o Madame Bovary, por ejemplo, puede hacernos poner en su lugar y casi experimentar las mismas sensaciones que estos personajes viven en su universo ficcional. «Aparentemente hay similitudes en la forma en que el cerebro reacciona a leer sobre algo y experimentarlo», explicó Mar.

Los narradores han buscado toda su vida enganchar a los lectores, hacer verosímiles sus historias (es decir, hacerles creer por un instante que lo que están viviendo es verdadero) y borrar las fronteras entre lo real y lo ficticio. Si todo lo que dice el informe de la BBC es cierto y se comprueba, la literatura habrá demostrado por qué es tan eficaz y por qué las drogas son nada frente a su poder alucinador.
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Ilustración: Tomada de http://sobremicerebro.blogspot.pe/2012/05/lectura-y-cerebro.html

El poder de las ficciones humanas

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La ficción, según el diccionario, es una invención, una cosa fingida, irreal. ¿Por qué y para qué existe? ¿Cuál es papel que esta ha jugado en las historia de la humanidad? 
Siempre se ha creído que la ficción existe porque satisface la necesidad de creer de los individuos. Ella existe, dice la novelista Eugenio Rico, para colmar los sueños de las sociedades. Al parecer, la mente humana no puede soportar la realidad sin los sueños.
En su libro De animales a dioses: Breve historias de la humanidad, Yuval Noah Harari se pregunta cuál es la razón por la que el Homo Sapiens consiguió cruzar el umbral crítico de las organizaciones humanas compuestas por más de 150 individuos; es decir, cómo consiguió vivir en comunidades jerárquicamente organizadas. Su respuesta es que utilizó la ficción como vehículo unificador.
Harari sostiene que toda cooperación humana a gran escala se sostiene sobre la base de mitos comunes y los mitos comunes son ficción. Así, las iglesias, los estados, los sistemas judiciales o la publicidad, por poner solo algunos ejemplos, se basan en mitos comunes, de otro modo no se entiende el éxito de ideas como que Dios se materializó en un hombre y consintió en ser crucificado con la finalidad de salvar a la humanidad del pecado, que la raza aria es superior y por lo tanto debe someter al resto de una humanidad impura, que todos los hombres son iguales ante la ley y que Coca Cola es la chispa de la vida. Todos, mitos cuyo objetivo de mantener cohesionados (y, de paso, engañados, a grandes conglomerados humanos).
En realidad, ninguna de las realidades a las que se refieren los mitos existen; todas son invenciones, productos de la imaginación y, sin embargo, se utilizan para que los seres humanos cooperen de manera efectiva con poderes políticos, económicos o ideológicos. “A diferencia de la mentira, una realidad imaginada es algo en lo que todos creen y, mientras esta creencia común persista, la realidad imaginada ejerce una gran fuerza en el mundo”, afirma Harari. Los mitos se sostienen sobre mentiras que, a su vez, crean órdenes imaginados o constructos sociales en los que la mayoría de la gente basa su accionar diario, de ellos se alimentan los poderes de manera repetitiva. De ahí el valor y la importancia del concepto “derribar un mito”, cosa por lo demás muy difícil de realizar.
Aunque la religión, el nazismo, los derechos humanos y la felicidad que inspira la Coca Cola son invenciones de nuestra imaginación, los seguidores de las religiones creen sinceramente que Dios creó el universo, los partidarios de Hitler que la raza aria es superior, los activistas de los derechos humanos que todos somos iguales ante la ley y los bebedores de Coca Cola que esta es realmente la chispa de la vida.
Cuando los mitos pierden vigencia o se debilitan se vuelve una necesidad cambiarlos con un único propósito: que los creyentes sigan cooperando en favor de algún poder. Harari cita algunos ejemplos de esto: en 1789, los franceses pasaron del mito del derecho divino de los reyes al mito de la soberanía de los pueblos; en 1988 los alemanes pasaron del mito de la Alemania comunista igualitaria al mito de la Alemania democrática y reunificada, y así por el estilo.

Lo cierto es que sin las ficciones, los poderes y las sociedades humanas serían imposibles.
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Ilustración: Tomada de http://expansion.mx/tecnologia/2012/11/19/la-ciencia-y-la-ficcion-colaboran-para-unir-la-realidad-y-fantasia

El fútbol: una ficción más que una religión

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Se ha dicho que el fútbol es un negocio, una estructura de poder, un mito universal  y unareligión.  ¿Pero es realmente un conjunto de normas y valores sobrehumanos?
Para Yuval Norah Harari la religión “es un sistema de normas y valores humanos que se fundamenta en la creencia en un orden sobrehumano”. Ella es tan importante para el hombre que es  casi imposible concebir la historia humana apartada de su influencia. El imaginario popular necesita del fútbol para que su vida sea menos aburrida. El verdadero opio de los pueblos, dicen algunas personas, es el fútbol. Y en esto quizás tenga cierto parecido con las religiones.
Desde que se inventó el fútbol y este fue ganando cada vez más adeptos hasta conquistar casi a la mayoría de seres humanos como un deporte que mueve nuestras pulsiones se ha dicho que el fútbol es una religión. Incluso futbolistas como Diego Armando Maradona tienen seguidores que han fundado una secta llamada “Iglesia maradoniana”.
El fútbol no es, desde luego, ni el más bello ni el más completo de los deportes, pero sí el único capaz, dice Juan Villoro, de «convertir a los estadios en catedrales, a los jugadores en apóstoles y a los árbitros en ángeles del infierno». ¿Pero puede considerarse por esto como una religión?
Lo cierto es que el fútbol es muchas cosas a la vez. Gobierna el mundo. El planeta hambriento, brutal, injusto y esquizofrénico ama su terapia, su evasión, su pan, su circo, su sueño de opio, su espejismo. No hay fraude en el fútbol. Tampoco pierde. Hay simbolismo bélico.
El fútbol es igualmente una estructura de poder y un negocio muy lucrativo. La industria del fútbol genera millones de dólares, gracias a la televisión y a una tecnocracia que quiere robots antes que futbolistas propiamente dichos. Los dirigentes del fútbol mundial eran hasta hace poco una especie de  reyezuelos cínicos amparados por la FIFA, ese supra estado que tiene más agremiados que la ONU y, por lo mismo, más, muchísimo más, presupuesto que esta, lo cual supone un orden mundial sui generis, en el que ni siquiera los estados pueden intervenir directamente.
Las sociedades se miran en el espejo de fútbol para saber cómo son o se expresan, pero este, si atendemos al concepto de Harari, no es una religión. “El fútbol no es una religión porque nadie aduce que sus reglas reflejan edictos sobrehumanos. El islamismo, el budismo y el comunismo son religiones porque son sistemas de normas y valores humanos que se fundamentan en la creencia de un orden sobrehumano”.
Y claro no lo es porque a pesar de las muchas leyes, rituales y costumbres que lo componen todos los amantes de este deporte saben que fueron ingleses de carne y hueso quienes lo inventaron y que la corrupta FIFA es quien determina qué reglas permanecen o cuáles hay que cambiar. Por otra parte, si bien las normas de la FIFAN obligan a las federaciones a seguir sus mandatos, el fútbol no es (nunca ha sido) una fuente de normas y comportamientos morales.
Si el fútbol fuera en todo caso una religión, sería politeísta para sus seguidores y monoteísta para la FIFA. Pero como no lo es, quienes lo amamos lo sentimos más como una hermosa banalidad antes como que como un conjunto de creencias sobrehumanas. Tal vez sea una hermosa ficción para mantenernos adormecidos y cooperantes con un orden político feo e injusto que no se inmuta ante la destrucción del medio ambiente.

Ilustración. Tomada de http://www.periodistadigital.com/religion/opinion/2014/04/30/deporte-nueva-religion-iglesia-espina-futbol-encuesta-equipo-estudio.shtml

Milorad Pavić y la complicidad del lector

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Una muestra del talento literario del serbio Milorad Pavić, autor poco leído en nuestro país, es Pieza única, una “novela delta” que nos introduce en los laberintos del sueño y la fugacidad del tiempo a través de una serie de asesinatos sin resolver.
Milorad Pavić: (Belgrado, 1929-2009) llamó a su novela Pieza única una “novela delta”, quizás para referirse metafóricamente a los diversos brazos que el texto-río abre en su desembocadura (en su relación con el lector).
En efecto, esta insólita y magistral novela se bifurca varias veces, pero siempre para encausarse en una historia madre: la serie de asesinatos  que intenta resolver el inspector superior Eugen Stross, los cuales están conectados con los sueños que vende el andrógino Aleksandar Klozevits (o Sandra Klozevits) a través de su empresa Sympton House a personas que quieren soñar en el presente sueños futuros propios o ajenos a cambio de un precio muy alto.
A las ya aludidas historias de Eugen Stross y el andrógino Aleksandar-Sandra Klozevit se suma la del cantante de ópera Matheus Distelli, quien sueña su muerte a partir de un sueño ajeno: la vida y obra de Pushkin; la de la insaciable y erotómana  Marquesina Lempitksa, mujer de Distelli, quien compra también sueños futuros para averiguar quién es realmente ella; la de lady Heth y la del amante de ambas mujeres: Maurice Erlangen, un hombre apuesto que termina siendo el principal sospechoso de ambas muertes y purga prisión por esta causa.
Se trata de un thriller detectivesco que mantiene al lector en vilo hasta el final de la historia y constituye una “pieza única” porque, como se explica en la misma novela, busca la participación del lector como un inquisidor más, de manera que cada uno logre entrelazar, según sus propias conjeturas y pistas, al verdadero autor y causa de los crímenes cometidos. Laberinto fascinante del cual es muy difícil sustraerse.
La historia está contada en cuerdas separadas: mediante un narrador  omnisciente y a través de las anotaciones que el inspector superior Eugen Stross, narrador protagonista, realiza en un Cuaderno azul. La edición que acabo de leer está impresa en dos tomitos separados que se pueden leer de manera simultánea o uno detrás de otro. En ambos casos, la intervención del lector es fundamental, en tanto de sus asociaciones, sospechas, palpitaciones o intuiciones depende el armado de la historia. El inspector Eugen Stroos, narrador directo de los acontecimientos, afirma al final de sus  anotaciones que ha descubierto al verdadera asesino: “V”, pero, al mismo tiempo, se cuida de no revelar su nombre completo. El lector es quien debe completar las indagaciones.

En esta novela de Pavić: se pueden apreciar los dos ejes que sostienen su obra narrativa: por un lado, su idea de que la vida de los seres humanos está hecha de un presente fugaz, pasajero, una suma deleznable entre la eternidad y el tiempo; y, por otro, su profunda preocupación por el destino y calidad de los lectores. Pavić: es, probablemente, uno de los autores posmodernos que más ha buscado su complicidad. Sin embargo, es también quién más ha desconfiado de ellos. Según su punto de vista, hay dos clases de escritores en el mundo actual: “Unos perciben el gusto de los lectores y atienden ese gusto sin prestar atención a lo que va a resultar de sus libros. Otros quieren cambiar el mundo y la literatura, sin prestar atención al gusto de los lectores y al interés de su editor”. Saque usted sus propias conclusiones. 

En el corazón del desierto

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Se necesita una dosis de pasión y un gran amor por la naturaleza y el Perú para  sembrar la tierra en el corazón del desierto. El lugar se llama Samaca y el soñador Alberto Benavides Ganoza, un hombre que es más poeta,  intelectual y filósofo que agricultor.
Una camioneta 4 x 4 nos conduce por una trocha abierta sobre la superficie de las dunas, blanco, sinuoso, lleno de baches y rodeado de cerros de magnesio. Hace unos minutos hemos dejado atrás el valle de Ocujaje y lo que viene es una sucesión interminable de huarangos secos y cerros de formas extrañas esculpidos por millones de años de erosión.
Es la primera vez que voy a Samaca. Me han dicho que no son más de veinticinco kilómetros hasta allá, sin embargo ya llevamos más de una hora  y siento que no vamos a llegar nunca, que el camino se prolonga sin que podamos hacer nada, que la monotonía del desierto es una fuerza que está más allá de nuestra voluntad. ¿A qué clase de ser humano, fuera de los nazca y los paracas, se le ocurriría sembrar la tierra en un lugar como este?, me pregunto. Supongo que es la misma pregunta que se harán todos los que van por primera vez al lugar. La respuesta la tiene Alberto Benavides Ganoza, un hombre que es más poeta,  intelectual y filósofo que agricultor y, sin embargo, es un agricultor. Lo que Alberto siembra en realidad son ideas, ideas para cambiar nuestra relación con la naturaleza.
A esta altura del viaje, Samaca es como la Comala de Rulfo: una obsesión, un lugar al que queremos llegar ya, sin demora. Y de pronto ya está. Hemos llegado a Samaca sin saber que estamos en Samaca. La gente del lugar nos recibe con sendas jarras de chicha morada con hielo y sí, el lugar es un contrasentido, una lógica al revés, un lugar de vida en medio de la no vida, una apuesta de fe, un lugar para encontrarse con uno mismo, con el pasado, con el futuro, con el misterio de la tierra.
El primer gran personaje que conocemos es Amara, una llama hermosa y presumida, que se acerca hasta donde está Alberto para que este la engría. “No saben lo maravilloso que este animal, la comunicación que se puede establecer con él. Siento desde lo más profundo mi peruanidad cuando entro en contacto con Amara”, nos dice. Hay otras 20 llamas en los predios de Samaca. Existen también venados, gatos, aves, perros y otros animales silvestres. Muy raras veces cruzan por allí guanacos y pumas. 
Durante la noche bebemos un pisco en una de las cabañas y hablamos del pasado, de los cronistas del Perú, de la poesía peruana y del hermoso porvenir que la agricultura le podría traer al Perú. Alberto lee algunos de sus poemas. Lo mismo hacer Martín. Los demás escuchamos y nos sentimos como en el poema de Li Po: decimos salud a la luna y ya somos varios más con nuestras sombras. Esa noche fue inevitable pensar en el pasado, en lo que hicieron los nazca y los paracas con estas tierras, en el porvenir que nos aguarda, en lo que sucedería para bien si es que los agricultores y los empresarios pensaran como Alberto o sintiera una pizca de lo que siente él por la tierra y la naturaleza en general.

Al día siguiente partimos de regreso a Ica. El convoy vuelve por el mismo camino por donde vino. Esta vez, sin embargo, el camino parece ser más corto. Quizás porque la experiencia de Samaca es como un gusano del tiempo, como una verdad congelada, como una hermosa  batalla que alguien sigue librando en medio del desierto.
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Ilustración: Toamda de http://larepublica.pe/turismo/ambiente/741633-samaca-fundo-organico-desarrollo-armonico-y-opcion-filosofica

Lacrónica, según Martín Caparrós

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En América Latina hay una línea de cronistas puros y duros que tiene en Martín Caparrós uno de sus más brillantes cultores.  Su libro, Lacrónica, es una de las contribuciones más grandes a un género que trabaja con las herramientas de la literatura.
Nadie ha indefinido tan bien a la crónica como Juan Villoro: el "ortinorrinco de la prosa". Si los biólogos no saben lo que es exactamente un ornitorrinco, esto quiere decir que los periodistas tampoco saben exactamente qué clase de frankenstein crean cuando escriben una crónica.
Un ornitorrinco es un animal formado con retazos de otros animales. Tiene de rana, de topo, de castor, de canguro. Y es un mamífero. La crónica es también un híbrido, tejido con hilachas que vienen de todas partes. Tiene de ensayo, de entrevista, de reportaje, de cuento, de novela y de teatro. Y es una especie del periodismo. O sea, no puede eludir a la verdad.
¿Qué crean los cronistas cuando escriben crónicas? En verdad nada que se parezca al orden o a la normalidad. No hay un modelo único de crónica. Hay modelos de crónicas, todos personales. Los cronistas engendran hijos que no se parecen nunca a ellos mismos ni a sus antecesores. La crónica es, por esta razón, un niño raro, un bebé-monstruo al que todos quieren y engríen. Ese bebé es monstruoso, pero nunca feo ni desagradable. Como el hombre elefante.

La cocina de la crónica no difiere mucho de la que posee la literatura. Un periodista, como dice Villoro, utiliza las mismas herramientas, técnicas y procedimientos que utiliza un escritor. Solo que el periodista está condenado de antemano: debe ser  fiel a la realidad.

Otro autor que ha definido de manera certera qué es y para qué sirve la crónica es Martín Caparrós, uno de los cronistas más dotados de América Latina, un grafómano en el sentido más cabal de la palabra. Caparrós, afirma en su uno de sus últimos libros, Lacrónica, que esta es “un texto periodístico que se ocupa de lo que es noticia”.  “La información —tal como existe—consiste en decirle a mucho gente lo que le pasa a muy poca: la que tiene poder”, sostiene. […] Lacrónica se rebela contra eso —cuando intenta mostrar en sus historias, las vidas de todos, de cualquiera: lo que les pasa a los que también podrían ser sus lectores. Lacrónica es una forma de pararse frente a la información y su política del mundo: una manera de decirle el mundo también puede ser otro. La crónica es —ya era tiempo de empezar a decirlo— política”, dice el argentino.
En La crónica, Martín Caparrós interpola las mejores crónicas y perfiles que ha escrito a lo largo de su extensa labor periodística con ensayos en torno al periodismo narrativo, en uno de los cuales hace un defensa brillante sobre la subjetividad y el uso de la primera persona: “[…] la crónica dice yo para no para hablar de mí sino para decir que  aquí hay un sujeto que mira y que cuenta, créanle si quieren, pero nunca se crean que eso es escribes es ´la realidad´:  es una las muchas miradas posibles”.
En cuanto a la supuesta neutralidad del periodismo informativo, Caparrós parte de la idea de que la objetividad es estructuralmente imposible. Las noticias, afirma el autor de El hambre, “se presentan como contadas por nadie desde ninguna parte, producidas por una productora de objetividad, la Máquina-Periódico. Llevamos siglos creyendo que existen relatos semiautomáticos producidos por ese ingenio fantástico que se llama prensa”. La crónica y el cronista, entonces, deben asumir una actitud política y abierta para cerrarle el paso a la neutralidad hipócrita y a la ficción de que nadie cuenta las historias.
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Ilustración: Tomada de http://www.diariodecultura.com.ar/literatura/martin-caparros-publica-lacronica-una-reflexion-del-periodismo-a-traves-de-30-anos-de-cronicas/

Huérfanos del consejero del lobo

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Con la muerte de Rodolfo Hinostroza, la poesía peruana ha perdido no solo a uno de sus mejores poetas, sino también a uno de sus más grandes renovadores. Su producción poética fue breve, pero suficiente para torcer el curso de nuestra tradición.
En la década del 60, la poesía de tono coloquial era la predominante en Latinoamérica y, en el Perú, reinaban las voces de Antonio Cisneros, Luis Hernández y Rodolfo Hinostroza, quien en 1965 debutó con un libro de fuerza original: Consejero del lobo. Del otro lado, pertenecientes más bien a una tradición vinculada a la tradición española, destacaban las voces de Javier Heraud, Marco Martos, entre otros.
Si bien Rodolfo Hinostroza dejaba traslucir una notable asimilación la poesía inglesa y francesa, su voz se mostró de inmediato original, diversa, rica en registros lingüísticos y distante, y a la vez cercana, de lo que hasta ese momento se hacía en nuestro país. Luego, en 1971, publicó su célebre libro Contranatura,con el que alcanzó reconocimiento internacional al ganar el premio Maldoror (1972) y sentó las bases de la renovación de la poesía peruana.
En su primer libro, Consejero del lobo, la crítica reconoce el conflicto entre el yo poético y la realidad; y en el segundo, Contranatura, entre el yo y el poder. En ambos casos, el autor impone un lenguaje de metáforas violentas, cultista, surreal, hermético y alucinado. En la revista Letras libres de México, Eduardo Moga escribió lo siguiente sobre estos dos libros fudamentales: “Hinostroza, que escribió Consejero del lobo durante su segundo viaje a Cuba, rechaza el realismo social y opta por un individualismo agraz, que no es ajeno al pacifismo hippy y a la rebeldía marcusiana. Pero su lenguaje no es nunca figurativo –lo que supondría un consentimiento implícito de aquello que se propone combatir–, sino saludablemente transgresor. […] Hinostroza quiebra las palabras –burlando su encadenamiento sintáctico, su causalidad lógica y hasta su morfología– para quebrar las relaciones de poder que las palabras transcriben, pero no lo hace oponiéndoles otras relaciones de poder, es decir, otras palabras, sino deshaciéndolas por implosión: subvirtiendo su sentido, arrancándolas de su contexto y su raíz, troceándolas, aislándolas”.
Creo que donde mejor puede medirse su influencia es la poesía peruana de los 80, cuyos integrantes vieron en esta poesía un nuevo camino a seguir y una fuente de liberación frente a las ataduras y la hegemonía de lo conversacional. Su magisterio ha sido unánime en este sentido. Según el poeta Roger Santiváñez, “ Contranatura es el libro más influyente en el ámbito de la poesía hispánica después del 70”. En mi caso, entre 1989 y 1994 publicamos con Domingo Varas Loli una página de reseñas, comentarios y entrevistas llamada Consejero del lobo, un claro homenaje a una de los más grandes poetas del Perú. “Consejero del lobo, portador/ de un extraño don […], rezan unos versos del magnífico primer libro que escribió Rodolfo Hinostroza, y cuyo título —hurtado impunemente— ostenta ahora el nombre de nuestra página”, decía la nota de presentación.
Han pasado veintisiete años desde aquella vez. El autor de Consejero del lobo acaba de morir y la poesía peruana se ha sumergido en la oscuridad por un breve tiempo.
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Ilustración: Tomada de http://peru21.pe/espectaculos/rodolfo-hinostroza-poesia-nos-emparenta-lo-sobrehumano-2040807

La estrategia narrativa de Javier Cercas

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¿A qué se debe la aceptación casi unánime entre los lectores de la novela Soldados de Salamina? Una dosis combinada de ficción, realidad, lenguaje llano y un enigma irresuelto explica en gran parte su éxito.
La novela Soldados de Salamina que se publicó por primera vez en el 2001 ha sido reeditada muchas veces a lo largo de estos últimos 15 años y no cesa de generar interés entre los lectores, sobre todo en los de habla hispana. Hace poco, el suplemento Babelia del diario El País de España realizó una encuesta para averiguar cuáles eran los mejores libros en español de los últimos 25 años. Cincuenta críticos, escritores y libreros eligieron fueron consultados. La novela de Cercas estuvo entre las elegidas.
¿Por qué es tan aceptada Soldados de Salamina entre los lectores? Los factores, según mi modesto entender, van desde el tema personales hasta el  uso de una técnicas como el punto ciego, una especie de dilema irresuelto que, según Cercas, tienen todas las grandes novelas de todos los tiempos.
El título de la novela hace referencia un episodio de la historia griega: Temístocles y unos cuantos atenienses salvan a la civilización al derrotar a los persas, por extensión esto se aplica el republicano Miralles, uno de los personajes más importante de la historia, quien a su vez, gracias a arrojo y firmeza moral en favor de los republicanos españoles,  salva moralmente la civilización al perdonarle la vida a un falangista. Al mismo tiempo, se trata de una alegoría: los republicanos han sido olvidados como los remotos héroes griegos de Salamina.
El argumento es muy simple y parte del siguiente hecho. El falangista Rafael Sánchez Mazas, un hombre muy influyente entre los partidarios de Franco, es tomado prisionero por los republicanos, quienes deciden fusilarlo, sin embargo a última hora el hombre que lo va a ejecutar decide —por compasión, por desdén, por apatía— perdonarle la vida.  El narrador Cercas decide a partir de este dato investigar quién fue el republicano que le salvó la vida a Sánchez Mazas. Cercas llama a esto, con el fin de enganchar más a al lector, “historia real” y sospecha que la persona que busca es Miralles.
Otra manera de enganchar a los lectores es mediante el lenguaje. Su prosa llana y el lenguaje claro, eficaz y directo. Emplea varios registros lingüísticos: diálogos coloquiales y lenguaje literario, por momentos poético, además de abundantes figuras literarias. Al maneje diestro del lenguaje, Cercas añade el sentido de lo cómico; es decir, la capacidad o facultad que tiene el ser humano para producir lo cómico: lo que divierte y hace reír. Quien encarna esto es Conchis, la novia del narrador, una mujer dotada para los chistes, las frases escatológicas, las expresiones inoportunas, y las ocurrencias.

Por último está la técnica del punto ciego. “En el centro mismo de la novela hay (…) una pregunta sin respuesta, un enigma irresuelto, un punto ciego, un minúsculo lugar a través del cual, en teoría, el lector no ve nada; lo cierto es que, en la práctica, el significado profundo de toda la novela radica precisamente allí (…)”, ha escrito Javier Cercas. Y en efecto. En Soldados de Salamina los lectores se preguntan hasta el final sin obtener respuesta nunca. ¿Es Miralles el republicano que salvó de morir a Rafael Sánchez Mazas?

Una muestra del universo Murakami

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Tokio blues no es solo una de las grandes novelas de Murakami, sino también una muestra notable de la maestría de su autor, un narrador de prestigio y de grandes ventas a la vez.
Haruki Murakami es un novelista de éxito, nadie lo duda ahora. Y esto ocurre, en principio, gracias al cuidadoso entramado de sus narraciones y a su facilidad para convertir temas corrientes en profundos, lo que no es poca cosa. Los críticos dicen, además, que este escritor japonés ha llegado lejos gracias a escribe historias en un japonés de “tono traductor”; es decir, estándar o neutral que facilita su traslación a otras lenguas como el inglés o español.
Una de los libros que catapultó a Murakami al mundo occidental es Tokio blues, una novela realista que se estructura en base a la narración escénica donde los diálogos son fluidos y verosímiles. Otro acierto es la apretada descripción de escenarios, paisajes y figuras humanas, de modo que el lector se ve involucrado directamente en las acciones narrativas.
En realidad se trata de un melodrama  hábilmente tejido: Toru Watanabe es amigo de Naoko y Kisuki, quienes son novios desde la infancia. Los tres forman una comunidad inseparable hasta que el suicidio de Kisuki termina por separarlos.  Toru y Naoko (ambos están próximos a cumplir veinte años) viajan por separado  de la provincia a Tokio para estudiar en la universidad y se reencuentran. Entre ellos se inicia una relación amorosa ambigua y compleja.  Toru conoce y Midori y se involucra con ella sin llegar al fondo, por temor a perder a Naoko. Esta, que no ha podido superar la muerte de Kisuki y su propia depresión, se ahorca, pese a la valiosa ayuda que recibe de Reiku y Taru, quien presa de dolor huye de Tokio y viaja como un vagabundo por algunos lugares del Japón hasta que regresa a Tokio para pedirle a Midori que se quede con él.  Todos estos personajes buscan el sentido de la existencia,  el equilibrio entre la esperanza y las posibilidades que ofrece el mundo sin lograrlo nunca.
Murakami muestra gran destreza en la construcción de los personajes. Curiosamente los femeninos son los más logrados. Veamos. Toru Watanabe: contradictorio, nostálgico, enamoradizo, busca el sentido de la vida y la búsqueda de la verdad en el amor; Naoko: débil, depresiva, víctima de sí misma y de las circunstancias del amor, carece de voluntad férrea; Midori: locuaz, sensual, impulsiva, tiene necesidad de amar y ser amada; Kizuki: un personaje similar a Naoko, alguien que necesita de los demás para vivir y enfrenta con muy pocas posibilidades de éxito las situaciones límites de la vida.
Pero así como algunos ven en los personajes femeninos un punto a favor, otros ven en ellos un punto en contra debido a que consideran que son seres humanos resignados al dolor e incapaces de luchar contra el daño que les causan los personajes masculinos; incluso estas aparecen, por momentos, como ingenuas, infantiles y caprichosas.
La novela incluye  mudas temporales (saltos hacia atrás, pausas) y avanza en forma de recuerdos, descripciones, y reflexiones. Está contada por un narrador protagonista (“Yo tenía entonces treinta y siete años y me encontraba a bordo de un Boieng 747…”) con un tono suave y conciso. En suma, una novela notable para ingresar en el universo Murakami.


Un novelista iluminado

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Publicada por primera vez en el 2008, La iluminación de Katzuo Nakamatsu de Augusto Higa, constituye una de las grandes revelaciones de las últimas décadas en la narrativa peruana. Una novela que se lee con deleite y asombro.
 Augusto Higa pertenece formalmente a la generación del setenta e ideológicamente al grupo Narración, del que formaron parte también Antonio Gálvez Ronceros, Gregorio Martínez y Oswaldo Reynoso y que se caracterizó por la escritura colectiva de crónicas y testimonios sobre rebeliones populares.
La primera etapa de su producción literaria está marcada por el mundo social y sus historias configuran, según Fernando Iwasaki «un territorio poblado por criaturas que construyen su propia marginalidad a través del lenguaje, la violencia, y los rituales iniciáticos, desde el sexo, las fiestas, los deportes, y la supervivencia parecen subordinados a una implacable ley de la calle jamás escrita, pero que todos sus protagonistas acatan».                                                                                                                            Hoy, la novela contemporánea va por otro rumbo, un rumbo en el que las historias que tienen como protagonistas a las revueltas sociales, las gestas colectivas y las revoluciones campesinas y obreras son proscritas del canon o tipificadas como anacrónicas.
Los autores y lectores de estos tiempos prefieren las narraciones cortas, localizadas en ambientes urbanos  y con protagonistas que padecen conflictos individuales salpicados con grandes dosis de sexo y violencia. Son los tiempos de las novelas breves, los libros de autoayuda y las sagas góticas en los que el entretenimiento, en algunos casos, vale más que la trascendencia.
La épica sigue existiendo, pero ha perdido fuerza y sobrevive a duras penas. Son raros los novelistas de hoy que desarrollan historias donde lo colectivo ocupa el rol central. Después de novelas como Redoble por Rancas de Manuel Scorza y La guerra del fin del mundo de Mario Vargas Llosa, la literatura mundial, con escasas excepciones, ha transitado preferentemente por el camino inverso: el descubrimiento del individuo y su existencia agónica como centros de gravedad de las historias.
Con La iluminación de Katzuo Nakamatsu, Augusto Higa parece haberse reinventado con gran éxito. Esta novela corta, influenciada por la narrativa occidental, en particular por Kafka y Thomas Mann, y la narrativa japonesa, en especial la de autores que cuyos personajes viven al borde del precipicio existencial, cuenta la historia de un descendiente de japoneses viudo y jubilado que un día sufre en el Parque de la Exposición de Lima una especie de enajenación mental, una iluminación o una epifanía (según se vea) mientras contempla los brotes de sakura.
Tras el sacudimiento que sufre su ser, Katzuo Nakamatsudeambula, según narra en un informe Benitto Gutti, un colega de Katzuo,  por las calles de los distritos criollos y mestizos de Lima en busca de sí mismo. En su viaje mental dialoga con el recuerdo del poeta Martín Adán, a quien admira desde siempre, y con el Etsuko Untén, un delirante patriota japonés que vive esperando el barco imperial que regresará a todos los japoneses a su patria original. Los amigos de Katzuo lo ayudan a salir del pozo, cosa que consigue más adelante con mucho esfuerzo.

El lenguaje de esta novela corta es magistral, limpio, con mucha plasticidad. En su relato abundan los adjetivos, pero su utilización nunca se torna incómoda. El discurso narrativo es también admirable gracias al manejo de la tensión propiciada por las reiteraciones y la pulsión nerviosa de las frases.

Recuerdo de Miguel Gutiérrez

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Desde El viejo saurio se retira (1967) hasta Una pasión latina (2011), Miguel Gutiérrez construyó un universo literario original, donde el tiempo, la violencia y el poder ejercen un influjo devastador sobre la vida de los hombres. Ahora descansa en paz. He aquí el fragmento de una entrevista que le hice hace muchos años.
 Su carrera como escritor comenzó en 1968, con la publicación de El viejo saurio se retira, de modo que usted tiene más de un cuarto de siglo como autor de novelas. ¿Qué reflexión le provoca el tiempo en su quehacer literario?
La reflexión es que luego de cada novela que escribo siento que todavía no he aprendido lo suficiente. Un nuevo libro es un nuevo aprendizaje, un motivo de exploración en el campo temático y en la dimensión de las formas, las estructuras y las técnicas. Si bien puede haber motivos y temas recurrentes en mis novelas, pienso que cada una de ellas es distinta. No hay un patrón único de estructuración.
¿Qué convierte a un ser humano en escritor? ¿Cómo ocurrió ese proceso en su caso?
Cada escritor, cada novelista tiene su propia manera de contar. Yo parto de lo siguiente: que el acto de fabular es una dimensión esencial de los seres humanos. Todos somos fabuladores, pero sólo algunos logramos plasmar este fabular en un lenguaje literario. En mi caso, parto de lo que recuerdo de mi propia niñez y luego lo traduzco en formas literarias. Continuamente, incesantemente, estoy contándome historias a mí mismo. Esto, por supuesto, lo puede explicar muy bien un  psicólogo. Se trata de formas y maneras que los seres humanos adoptamos para completar el mundo o para defendernos de él. 
LITERATURA E IDEOLOGÍA
 ¿Para qué y para quién escribe? ¿Qué esperanzas alienta con la escritura de un libro?
Yo ya estoy lejos de la concepción imperante en los años 50 y 60, según la cual la novela es un agente de los sucesos de cambio de una sociedad y de un país. Yo ya no creo más en esa idea, porque me parece presuntuoso pensar que yo tengo la capacidad de ilusionar a las masas y a las personas cuando puedo expresar mejor todas mis certidumbres personales. Además, ¡son tan pocas las personas que leen! Mis ediciones son a veces de mil o de dos mil ejemplares y, en el mejor de los casos, de tres mil ejemplares. Me parece pues pedante pensar que con ese tiraje voy a contribuir al cambio del mundo.
¿A qué se debe que su libro La generación del 50: un mundo dividido haya corrido una suerte distinta a sus novelas? Porque, a diferencia de sus novelas que la mayoría reconoce como buenas, este libro ha desatado polémicas encendidas y agudas controversias.
Justamente por eso,  porque no es una novela sino  ensayo. Los ensayos  son  para mí una forma eficaz de participar en el debate. Los ensayos son igualmente aportes estilísticos. El libro La Generacióndel 50: un mundo dividido es el debate de toda una generación. En él hago una distinción muy clara entre lo que es una generación de escritores y lo que es su participación como ciudadanos en la vida política. Ese libro, por ejemplo, contiene, por un lado, un ensayo muy elogioso sobre los cuentos de Julio Ramón Ribeyro; y por otro, juicios muy severos sobre su conducta en la vida política o pública.
¿Su generación no entendió bien lo que dijo en el libro o usted fue muy lapidario y exageró sus apreciaciones?

Gracias a este libro se resintió mucha gente. Algunos de mis amigos me quitaron el habla. Hasta ahora siento las consecuencias de haberlo escrito y publicado. No obstante, pienso que mi ensayo no se leyó —ni se lee todavía— con atención. Debido a que en una de sus partes celebro la poesía de Jorge Eduardo Eielson.

Poesía: una necesidad espiritua

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Los lectores de poesía se cuentan con los dedos de la mano, pero los poetas siguen escribiendo, las editoriales publicando y los lectores leyendo. La razón: la poesía es una necesidad espiritual, un estado superior de conciencia.
Siempre me asombra la persistencia de los poetas en publicar sus poemas y la de los lectores en leer lo que los poetas publican. Por lo general,  los primeros y los segundos suelen ser los mismos, de modo que no hay por qué alarmarse. Se trata de un arte de minorías, un arte del que el gran público se alejó hace algún tiempo.
Poesía viene del término griego poiesis que significaba, al comienzo, hacer en un sentido técnico y, por lo mismo, se refería al trabajo creativo en general, incluido el de artesano. Poesía era entonces creación y el poeta un creador. Hoy la poesía tiene una definición más restringida y se considera una forma de expresión de lo emocional a través de un lenguaje particular que tiene como ejes la metáfora y la imagen.
La metáfora,según el diccionario de la RAE,es la “traslación del sentido recto de una voz a otro figurado, en virtud de una comparación tácita, como en las perlas del rocío, la primavera de la vida o refrenar las pasiones, mientras que laimagen es la “recreación de la realidad a través de elementos imaginarios fundados en una intuición o visión del artista que debe ser descifrada, como en las monedas en enjambres furiosos”.
Una de las razones por las que el gran público se alejó hace algún tiempo de la poesía es su lenguaje. Con lectores cada vez más banales y frívolos, el lenguaje poético necesita ser explicado. Los lectores no  poetas necesitan familiarizarse con la metáfora y la imagen. Viven en un mundo global y pragmático y a ellos no se les puede hablar con un lenguaje figurado o que dice lo que no dice. En este sentido, el cuento y la novela han desarrollado mejores estrategias para conectarse con el lenguaje del ciudadano promedio.
Uno de los rasgos característicos de la poesía moderna, según Perer Gimferrer,  es su voluntad minoritaria. La que se escribía antes de la aparición de los simbolistas —quienes se apartaron a fines del siglo XIX de la escena pública y se volvieron solitarios— contaba con muchos lectores. Ahora, ella es más un objeto de culto, una curiosidad reservada para unos cuantos iniciados. Los libros tienen tirajes ínfimos y los lectores no leen poesía debido a que existe, por un lado, la decisión de parte de los poetas de escribir para una “inmensa minoría” con un lenguaje críptico, justo ahora en que la información es tierra de nadie; y de otro, a que el propio lector se ha vuelto banal y adicto a los juguetes electrónicos, las dietas y los libros de autoayuda. Los lectores de hoy son, con toda certeza, más superficiales que los de antes.
Pero la poesía persiste. Los poetas siguen escribiendo, las editoriales siguen publicando y los lectores ―pocos, es cierto, pero compuestos en su mayoría por los mismos que escriben y publican― siguen leyendo. Y persisten por una única y maravillosa razón: la poesía nace de  una  profunda  necesidad del  hombre: buscar  estados superiores de conciencia y virtualidad.

Ha sido hasta cierto punto incapaz de adaptarse a la gran crisis moral y cultural que vive el mundo  a  partir del  siglo XIX, agudizada después  con las  guerras,  las dictaduras y los grandes conflictos  sociales  que han hecho perder  la  esperanza  a  muchas  personas, sin embargo es una necesidad espiritual.
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Ilustración: Tomada de http://biblioteca.iesfuentefresnedo.es/?p=635

El amor y la lucha por la dignidad

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Mario Puga, un gran autor olvidado, publicó en 1955 una novela, Puerto cholo, en la que recoge los grandes temas del realismo y las nuevas técnicas y procedimientos que transformaron después nuestra tradición narrativa.
En los años 50, la narrativa peruana estaba inmersa en dos fenómenos: la hegemonía del realismo urbano y la renovación de las técnicas literarias gracias al contacto de sus autores con la narrativa norteamericana. Por un lado, el centro de atención de los narradores ya no eran las luchas sociales que libraran los campesinos frente a los terratenientes en el campo, sino más bien las conflictos derivados de la migración hacia los grandes ciudades como Lima; y por otro, los narradores peruanos adoptaban ahora las nuevas técnicas impulsadas por James Joyce, William Faulkner y otros integrantes de la llamada “Generación perdida” con enormes efectos positivos sobre el desarrollo de nuestra tradición literaria.
Mario Puga (Trujillo, 1915) está generacionalmente muy próximo a Ciro Alegría y  José María Arguedas, pero literariamente muy cerca de la generación subsiguiente, la del 50. Cuando  publica en México su novela Puerto cholo (1955),  los rasgos dominantes de la narrativa peruana, como dije antes, empezaban a orientarse hacia los conflictos sociales urbanos y la renovación en los modos y procedimientos para contar historias. En su hasta ahora única novela conserva el tema de las luchas sociales (debido quizás a su intensa labor como activista político y ensayista), pero introduce nuevas técnicas y procedimientos, sobre todo el uso de las mudas y pausas narrativas. Nada más lejos de Puerto cholo que el costumbrismo o la veracidad naturalista de la novela realista de la primera mitad del siglo XX.
La novela de Mario Puga se estructura en base a tres ejes: el amor, la vida social en un puerto y la lucha por preservar la dignidad de los seres humanos. Así tenemos la historia de amor entre Jacinta y Manuel Fiestas. Él se embarca un día en un barco mercante y no regresa sino hasta dentro de muchos años casi inválido y con el remordimiento de haber abandonado a  ella y a su hijo, Juan Pedro. Jacinto le perdona, lo acoge,  lo ayuda a rehabilitarse; es decir, la da una lección de grandeza moral. Este drama familiar tiene como escenario Puerto Eten, un lugar en el que todos viven de la pesca y la empresa que administra el muelle y el ferrocarril; lugar en el que todos se conocen y comparten sueños y frustraciones, hasta que la formación de un sindicato de pescadores propicia el desencuentro y los conflictos de clase entre sus habitantes. La antigua armonía social de Puerto cholo es restablecida tras el terremoto que causa la muerte de muchos vecinos y destruye gran parte del pueblo. Frente a esa situación límite, lo pobladores del puerto liderados por Manuel Fiestas se olvidan de los rencores que los aquejan y se dedican con un voluntad monolítica a ayudarse los unos a los otros.

Esta novel puede leerse también como un documento social y antropológico. A fines de los 40 del siglo XIX, los científicos sociales introdujeron las nociones de “choledad y “Perú mestizo” para expresar los cambios socio-políticos que afectaban a nuestra sociedad. Es la base de lo que más adelante se ha llamado país informal, emergente o en formación. En realidad, lo que prevalece ahora es un país utópico, una nación que necesita cerrar sus heridas y conquistar su futuro.  Y a esto apunta esta novela sorprendente y amena.

Leer y comprar libros, un imperativo

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Las ferias de libros brindan la oportunidad de comprarlos, valorarlos como una fuente infinita de placer y conocimiento y poner a los escritores en contacto con sus lectores directos e indirectos.
Hay dos realidades en relación con el libro que ya no admiten discusión: que, tal y como anunciaban los profetas del futuro, el  libro no ha muerto y, según parece, no morirá pronto; que los lectores siguen y seguirán  banalizándose y, por lo mismo, cada vez serán menos quienes lean de verdad.
Las afirmaciones anteriores parecen contradictorias, pero, como dice Vallejo, considerándolo en frío, no lo son en realidad; por un lado, porque el libro, aunque cambie de soporte material, siempre será (hasta que no se demuestre lo contrario) más duradero que los objetos digitales que se emplean hoy para leer; y, por otro lado, no porque existan más libros, o se vuelvan baratos o se cuelguen a libre disposición en Inetrnet vamos a tener más lectores que antes. Tampoco tendríamos más lectores si confiáramos en la publicidad o en simples programas de sensibilización. La lectura es una actitud, una pasión que se logra en grandes plazos y, a veces, en pequeñas dosis en diversos ámbitos de la vida y no solo en el colegio o la universidad.
Antes de morir, Umberto Eco escribió lo siguiente: «El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez se han inventado, no se puede hacer nada mejor. No se puede hacer una cuchara que sea mejor que la cuchara. El libro ha superado la prueba del tiempo. Quizá evolucionen sus componentes, quizá sus páginas dejen de ser de papel, pero seguirá siendo lo que es»
Las editoriales siguen produciendo libros físicos porque existe todavía un mercado para lectores anacrónicos o sobrevivientes como yo, porque los e-books son todavía relativamente caros y no han podido desarrollar una cultura del placer cibernético y porque aún restan muchos años para que abandonemos del todo las estanterías abarrotadas de textos impresos.
Por la misma razón que se siguen editando libros físicos existen las ferias de libros, como la Feria del Libro de Trujillo.  ¿Por qué seguir comprando libros, leerlos tumbados en un sofá y luego guardarlos en estantes si dentro de poco serán cosa del pasado, viejos objetos que los bibliómanos y bibliófilos conservarán como las joyas de la abuela? Porque los libros son fuentes de saber y de placer, no se diga más.
Una feria del libro se realiza no para tener más lectores, al alfabetizar a los ciudadanos o volvernos más cultos, sino para crear condiciones más apropiadas para que el libro sea respetado y la lectura sea considerada como una forma de dialogar con el conocimiento y el saber.
Existen también otros intereses subalternos detrás de un feria del libro:  proyectar la imagen de Trujillo como una ciudad moderna, pujante y vinculada a la cultura; poner a los escritores en contacto directo con los lectores directos e indirectos; demostrar la cultura no es algo inmóvil y aburrido; que la empresa privada y los políticos tengan la oportunidad para desarrollar su “apoyo” a la cultura y que las editoriales vendan sus libros. Apoyemos a la FILT leyendo y comprando.


Testigo de la vida real

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Un periodista es como un historiador del presente; y un diario, como el espejo donde los ciudadanos leen sus quejas y contentamientos. Memorias de papel. 120 años de historiaes un libro que documenta, al mismo tiempo, lo efímero y lo perdurable de la información.
"Periódicos: Museos de minucias efímeras", escribió Jorge Luis Borges. Este pensamiento es parecido a este otro de Gabriel García Márquez: “los periodistas escriben para el olvido”. Y a este otro más: “El periodismo dura la eternidad de 24 horas”.
Para contrarrestar esta idea de lo efímero y fugaz, ser habla ahora del periodismo como “historia del presente”, pero estos términos son en realidad contradictorios. El título del libro Memorias de papel. 120 años de historia contiene esta seductora contradicción. La historia, por definición, trata del pasado. ¿Cuál es límite entonces entre periodismo e historia? ¿Acaso al periodismo solo le está reservada “una fina línea, un milisegundo de longitud, entre el pasado y el futuro”?, como dice Timothy Garton Ash. Los periodistas son testigos de la vida real, los historiadores no.
Los especialistas sostienen que el defecto de la labor periodística es la superficialidad y el del trabajo académico, la irrealidad. Los periodistas escriben bajo presión para poder cumplir con los plazos de cierre, mientras que los historiadores pueden demorar semanas, meses o años en terminar un solo artículo y, sobre todo, no necesitan conocer la realidad sino investigarla con la finalidad de comprobar hechos, nombres, citas, etc.
El Libro Memorias de papel. 120 años de historia que acaba de publicarse es un compendio de textos y fotos del diario La Industria que le llevó un año de trabajo a Pepe Hidalgo Jiménez y  al director creativo Henry Silva, trabajo en el que Pepe tuvo que hacer de periodista e historiador al mismo tiempo.
Pero los diarios no son máquinas que producen historia. Son medios escritos por personas y para personas. A mí siempre me ha inquietado, por esta razón, la relación entre un diario y la ciudad donde se publica y difunde. Entre La Industria y Trujillo hay como una especie de relación de amor-odio puesto que, por un lado, la información que se publica da cuenta de lo feo y lo malo; y por otro, de la positivo y edificante. La relación se da en una atmosfera de tocador: los trujillanos sienten que el diario es como el espejo en el que todos se miran; por eso, en esencia, sienten que les pertenece.
A través de las ilustraciones y los textos elegidos podemos observar las costumbres, oficios, manifestaciones del progreso, quejas y contentamientos de los trujillanos, el crecimiento y progreso de la ciudad y, sobre todo, qué hacían, qué pensaban y escribían los intelectuales de comienzo de siglo. Supongo que elegir temas e ilustraciones es muy difícil, en tanto queda siempre la sensación de que falta algo, sin embargo un periodista es siempre un editor, un maniático de lo prioritario y, en este sentido, selecciona lo actual, lo trascendente, lo que tiene más impacto en el imaginario de los ciudadanos.

La Industrianació cuando en el Perú, tras el caos y el desorden que dejó la Guerra del Pacífico, se peleaban pierolistas con caceristas, se abrían paso los grandes latifundios, la publicidad gráfica estaba en pañales y las revistas y diarios estaban guiados por enfoques ideológicos, por el debate de ideas. Ese es espíritu es que animó a los fundadores de La Industria que durante los tres primeros años de creación fue un semanario para luego convertirse con los años en el diario más importante del norte del Perú.

Controversias en torno al Quijote

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Sobre la novela de Cervantes no cabría concebir discrepancias dado su carácter modélico, sin embargo Vladimir Nabokov se permitió afirmar que se trataba de una novela inferior y a la zaga de cualquier comedia de Shakespare. 
Con un libro como El Quijote de la Mancha es imposible estar en desacuerdo con la importancia que ha adquirido para los hispanohablantes a lo largo de sus 500 años de vida. Es muy raro que alguien haya hecho o haga reparos en relación a la calidad del texto producido por Miguel de Cervantes Saavedra. Sin embargo, no todo es unánime. Cervantes tuvo y tendrá sus críticos.

En realidad, el Quijote es uno de esos personajes ante los que es imposible separar la ficción de la realidad. En su afán de perseguir las huellas de Miguel de Cervantes, los lectores terminan tras las huellas de El Quijote, Sancho Panza o Dulcinea del Toboso, en la medida en que estos personajes se han vuelto más reales o han calado más hondo en la mente de los lectores. Cees Noteboom cuenta en su ensayo sobre Cervantes que en su visita a la casa de Dulcinea se sintió maravillado por la situación que trastocaba la realidad real: «Para alguien que ha hecho de la escritura su vida es un momento maravilloso. Entrar en la casa real de alguien que nunca ha existido no es ninguna nimiedad».
El Quijote, por otra parte, es un personaje a través del cual interpretamos nuestras vidas en base a su destino o modelo. Además de El Quijote que personifica la vida de los idealistas o soñadores que no temen hacer el ridículo por el mundo con tal de hacer justicia, tenemos a Edipo, Antígona, Hamlet, Don Juan, Joseph K., Aureliano Buendía, Gregorio Samsa, el capitán Ahab, Hans Castorp, Zavalita, Horacio y la Maga y tantos otros personajes  gracias a cuya existencia es posible hacer comprensibles nuestras propias vidas. Esos seres inventados explican y dan luces sobre las manías, los sentimientos, los prejuicios, los anhelos, las miserias, las alegrías y las zonas insondables de nuestras propias existencias. Somos lo que somos en la medida en que nos parecemos
Javier Marías en su libro El Quijote de Wellesleyafirma que “si algo prueba la vigencia del Quijote es la infinita cantidad de lecturas que de él pueden hacerse, a menudo opuestas y contradictorias”. El libro de Marías recoge las notas para un curso que él dictó en 1984 en la Universidad Wellesley. La suya, por supuesto, se contrapone a la Vladimir Nabokov, para quien el Quijote no era la mejor novela de todos los tiempos, ni siquiera consideraba que fuera buena. Entre 1951 y 1952, el narrador ruso dictó seis lecciones sobre la novela de Cervantes en la Universidad de Harvard, lecciones luego recogidas en un libro: Curso sobre  el Quijote. Nabokov afirmaba allí que se trataba del “libro más amargo y bárbaro de todos los tiempos” y que “Del Rey Lear, el Quijote sólo puede ser escudero”. Y que gustoso habría abandonado la novela, de no ser por la obligación de leerla, en el capítulo sexto. Es curiosos que la defensa y ataque más ilustres se hayan concebido en cursos y lecciones en cursos universitarios, lo cual prueba que el Quijote sigue siendo una novela de minorías.

Unos podrán desmitificar el libro de Cervantes, otros seguirán poniendo énfasis en su carácter de historia modélica y universal. En ambos casos, siempre se destacará su condición de libro rico y complejo y, por lo mismo, objeto de controversia.

La lista del lector imperfecto

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No se me ocurre nada mejor que una síntesis de las mejores lecturas que he tenido este año. No se trata de un recuento o un balance literario de libros publicados durante el 2016, sino solo de una lista de libros cuyas lecturas han sido las más significativas.
 En mi lista, algunos libros son del 2016 y otros fueron publicados en años anteriores, pero todos leídos el años que se va. Iré de atrás hacia adelante; es decir, de los últimos hasta los primeros. Empezaré con el tomo uno de Los diarios de Emilio Renzi de Ricardo Piglia, una joya, un manjar sobre los años de formación del escritor. Antes, mientras buscaba los diarios, leí El último lector, un conjunto de ensayos deliciosos en los que este autor argentino pretende desentrañar la naturaleza insondable del lector y la lectura.
Otro libro que me impresionó mucho es el la selección de relatos de Lucia Berlin, Manual para mujeres de la limpieza, una autora redescubierta y rodeada de un manto de misterio. “Una vida de película”, dicen los editores para incrementar el interés. Se trata de historias magistrales sobre la vida banal de la Norteamérica de los 70, aderezados con un humor punzante y un uso calculado de la melancolía.
Luego sigue Puerto cholo de Mario Puga, un gran autor olvidado que publicó en 1955 esta novela en la que recoge los grandes temas del realismo y las nuevas técnicas y procedimientos que transformaron después nuestra tradición narrativa. Publicada por primera vez en el 2008, La iluminación de Katzuo Nakamatsu de Augusto Higa, fue otra de las lectura gratas. Una novela que se lee con deleite y asombro. El lenguaje de esta novela corta es magistral, limpio, con mucha plasticidad. En su relato abundan los adjetivos, pero su utilización nunca se torna incómoda.
Un libro que despertó mi admiración fue también Lacrónica en el que su autor, Martín Caparrós, interpola las mejores crónicas y perfiles que ha escrito a lo largo de su extensa labor periodística con ensayos en torno al periodismo narrativo, en uno de los cuales hace un defensa brillante sobre la subjetividad y el uso de la primera persona.
El espacio no alcanza para incluir todos los libros que quisiera, sin embargo destaco dos novelas. Una, Pieza única del serbio Milorad Pavić, una “novela delta” que nos introduce en los laberintos del sueño y la fugacidad del tiempo a través de una serie de asesinatos sin resolver. En esta novela de Pavić: se pueden apreciar los dos ejes que sostienen su obra narrativa: por un lado, su idea de que la vida de los seres humanos está hecha de un presente fugaz, pasajero, una suma deleznable entre la eternidad y el tiempo; y, por otro, su profunda preocupación por el destino y calidad de los lectores.Pavić: es, probablemente, uno de los autores posmodernos que más ha buscado su complicidad

Y la segunda es El Mago del inglés Jhon Fowles, una de las novelas más extraordinarias de nuestro tiempo, fluctúa entre la preocupación por los temas filosóficos y la seducción del lector mediante las armas de la fabulación, el enigma y la aventura amorosa. Me costó mucho trabajo digerir sus cientos de páginas, no porque sea difícil de leer, sino porque cuesta dejar sus páginas cada cierto tiempo. Una historia de iniciación como ninguna, magistral, con registros diversos y envolventes que nos seducen con gran eficacia.
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