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Fútbol: pasión y poder

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El fútbol es un negocio, una estructura de poder y un mito universal. Pero, ante todo, se trata de un deporte con una épica recurrente, salvaje y colectiva: el gol contra el arco contrario.
Sobre el fútbol se ha escrito mucho, a favor y en contra. En todos los casos, pese a considerarse un deporte más bien simple y popular, las pasiones se desatan cada tanto y, sobre todo, cuando existe un mundial de por medio.
A mí me gusta el fútbol, aunque creo que me gustaba más cuando era adolescente. No es que le haya perdido el gusto. Sucede simplemente que he descubierto otra manera de mirarlo. Digamos que ahora me gusta menos como se juega y más cómo nacen y se alimentan las supersticiones, ritos y mitos que lo rodean.
Como en el Perú se juega un fútbol mediocre, esas supersticiones, ritos y mitos tienden a complejizarse. Por ejemplo, para justificar que la baja calidad de nuestro fútbol no nos permite ir a un mundial desde 1982, hemos creado la falsa idea de que en los años 70 tuvimos una de las mejores selecciones del mundo. La verdad es que en México 70 solo llegamos hasta los cuartos de final, igual que en Argentina 78.
Otro mito muy difundido es que en los Juegos Olímpicos de 1936, la selección de fútbol no obtuvo una medalla de oro porque el racismo de Adolfo Hitler lo impidió. A este, dice la leyenda, no le gustó que un equipo de indios y negros le ganara a Austria por goleada y ordenó que el partido se volviera a jugar, cosa que cayó mal entre los directivos peruanos, quienes decidieron retirar a todos los equipos deportivos de la competencia antes que ceder a los delirios de Fürher.
Ahora se sabe, de manera muy documentada, que Adolfo Hitler no tuvo nada que ver con la decisión de la FIFA, sino que más bien esta obedeció a razones de carácter reglamentario. Ocurre que algunos deportistas e hinchas peruanos que estaban en la tribuna habían invadido el campo  e intentado pegarle al árbitro y a algunos integrantes del equipo austríaco, por esta razón se ordenó que el partido se volviese a jugar.
Es cierto, como decía Jorge Luis Borges, que en esencia se trata de un deporte en el que veintidós personas persiguen, de manera reiterada y monótona, a un balón hasta meterlo en el arco contrario. Sin embrago, detrás de este rutina previsible hay una pulsión que mueve los sentimientos hasta límites insospechados. El fútbol no es, desde luego, ni el más bello ni el más completo de los deportes, pero sí el único capaz, dice Juan Villoro, de «convertir a los estadios en catedrales, a los jugadores en apóstoles y a los árbitros en ángeles del infierno».
Como la pulsión a la que me refiero no tiene control, los hinchas peruanos tienen que encausarla de algún modo. Treinta y dos años de frustraciones no son cualquier cosa. Una de esas formas quizás sea buscar chivos expiatorios contra quien dirigir la furia. Esos chivos expiatorios suelen ser, sin duda, los políticos y los gobernantes. A veces algunos de estos, gracias a su “apoyo” al fútbol, se convierten más bien en parte del mito. Así ocurrió con la dictadura militar de la década del 70, década en la cual la selección de fútbol clasificó los mundiales de México (1970) y Argentina (1978), y llegó a ser campeona sudamericana (1975).
Pero no solo tenemos supersticiones, ritos y mitos. El fútbol es también un negocio muy lucrativo y un deporte con unas estructuras de poder muy bien definidas en los niveles local, regional y mundial. El presidente de la Federación Peruana de Fútbol, Manuel Burga, es un reyezuelo cínico e inepto que sabe aprovechar muy bien esas formas de poderío. A nivel macro, la FIFA tiene más agremiados que la ONU y, por lo mismo, más, muchísimo más, presupuesto que esta, lo cual supone un orden mundial sui generis, en el que ni siquiera los estados pueden intervenir política o jurídicamente.

Pese a todo esto, el fútbol sigue siendo una pasión, un sentimiento incontrolable. Basta con salir a las calles y comprobar cuán desiertas se quedan mientras la televisión trasmite uno de los tantos e interesantes partidos del Campeonato Mundial Brasil 2014.

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