¿En qué momento el gusto por la lectura deja de serlo para convertirse en una pesadilla? ¿Es la escuela, con sus imposiciones, el lugar donde se acaba el valor simbólico y hedonista de los libros?
Lo paradójico de todo esto es que todo el mundo reconoce que los peruanos no leemos, pero siempre el que no lee es el otro. No hay un mea culpa respecto a esta deficiencia y, lo peor, nos rasgamos las vestiduras con los resultados de la pruebas PISA y creemos que todo se arreglaría si nuestros niños aprendieran a leer más y mejor.
Pero algo pasa con la lectura en el momento en que los niños dejan de serlo para convertirse en adolescentes. Durante la primaria, es innegable que existe un gusto por la lectura. Después, sin embargo, este placer se trastoca por una profunda indiferencia, mayor cuando los chicos están en secundaria, que es cuando leen más por obligación que por hedonismo.
¿Qué pasa en este paso de un nivel educativo a otro? ¿Por qué parece acabarse ese gusto que muestran los niños por la lectura conforme se vuelven adolescentes y jóvenes? Cuando veo a mi hija Luciana de tres años coger sus libros con gran afecto y gozo no puedo dejar de preguntarme si este amor que siente por ellos logrará remontar las diversas etapas que atravesará a lo largo de su vida. Espero que sí. Supongo que el amor que yo también les prodigo a los libros reforzará esta tendencia y la ayudará a resistir mejor los embates que sufre la lectura en la escuela.
El gusto por la lectura parece acabarse, en principio, porque en un momento determinado el libro deja de tener un valor simbólico y no es más la puerta de ingreso a la sabiduría. Cuando somos niños vemos a los libros como objetos sagrados y como fuentes infinitas de delectación, aunque no sepamos leer. Ellos lo son todo: la puerta de escape, un mundo paralelo, la imaginación convertida en realidad, la realización de nuestros anhelos y deseos.
Cuando ya sabemos leer mejor y esperamos que ese amor por la lectura continúe es cuando comienzan los verdaderos problemas. «Desde muy niño tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela», escribió Bernard Shaw. Tal vez cuando logamos insertarnos en el sistema educativo ― que no ha dejado de ser ni rígido ni represivo― es que perdemos la candidez, y la lectura ―que ya ha adquirido sesgos impositivos por esta lógica― se convierte en el blanco predilecto de los niños y adolescentes que odian este sistema.
Leer es, ante todo, un placer y no una imposición. Profesores y estudiantes deben replantearse los objetivos del plan lector y todas las ideas que tienen en torno a incentivar la lectura. El placer supone también amor, pasión por la lectura. Un profesor desapasionado tendrá como consecuencia un estudiante apático y desdeñoso. Y el sistema educativo peruano está lleno de estudiantes apáticos y desdeñosos.
La lectura empieza a acabarse también cuando los mayores enseñamos a los niños, queriendo o sin querer, que un televisor, un reloj o una prenda de vestir valen más que los conocimientos que los libros albergan. Siguiendo esta lógica, los mayores alentamos a veces la compra de textos pirateados o fotocopiados. De esta manera, lo único que hacemos es perder el respeto por ellos, reducirlos a meros objetos utilitarios y acabar con el escaso valor simbólico que aún tienen. De manera que, si deseamos tener niños que lean y comprendan todo lo que caiga en sus manos, pongamos más cariño a esos objetos mágicos que, de ser posible, podrían cambiar el mundo mediocre en el que vivimos.