George Orwell no fue solo uno de los escritores y periodistas más importantes del siglo XX, sino un intelectual decente y autónomo a quien era muy difícil encasillar como de “izquierdas” o “derechas”.
George Orwell, gracias a sus novelas Rebelión en la granja (1945) y 1984 (1949), se convirtió en modelo del anti-totalitarismo de la postguerra. Las críticas de ambas estaban dirigidas en un comienzo, al parecer, a combatir los excesos del estalinismo, sin embargo gracias a su profundo valor simbólico pueden extenderse a cualquier sistema contrario a la libertad y autonomía de los individuos.
La primera es un fábula que ridiculiza la corrupción de un sistema totalitario: los animales de una granja expulsan a sus dueños abusivos e instauran un sistema de gobierno peor que el de antes, sistema en el que los cerdos se erigen como jefes morales. La segunda, la más célebre, presenta la historia de una sociedad donde un estado “perfecto” puede controlar todos los comportamientos sociales. El régimen suprime derechos y hasta sentimientos y, para sobrevivir, las personas tienen que ser fieles y adherirse a sus objetivos. Esta novela es la que introdujo el concepto de “Gran Hermano”, usado hasta hoy por los medios de comunicación.
Pero lo que George Orwell en realidad más desarrolló no fue la literatura, sino el periodismo a través de la crónica, el ensayo y el análisis político. Desde esta última actividad se dedicó a denunciar cómo el poder fáctico usaba el lenguaje para controlar el comportamiento de los ciudadanos. Su tesis era que los poderosos usaban un lenguaje cuyas palabras significaban exactamente lo contrario a lo que decían, de modo que el verdadero significado ―o el significado oculto― debía olvidarse gracias esta acción engañosa. Ejemplo: En la novela 1984, el Ministerio de Guerra cambia su nombre por el de Ministerio del Amor y así encubre sus verdaderos fines.
Para evitar que las mentiras suenen a verdad o que los eufemismos atenten contra la exactitud de las cosas, Orwell propuso seis reglas de oro que debían seguir todos los periodistas: «1. No uses nunca una metáfora, símil o figura lingüística que estés acostumbrado a ver impresa, en particular expresiones como “talón de Aquiles”, “canto del cisne”, “hervidero”, “semillero”, pues se trata de metáforas muertas. La mayoría de veces se usan sin conocer su auténtico significado. 2. Si puedes usar una palabra corta, no uses nunca una larga. No hagas un uso uso “pretencioso” del idioma con el abuso de palabras como “fenómeno”, “individuo”, “objetivo” y “elemento” o sin significado como “romántico”, “plástico”, “valores” y “humano” 3. Si puedes acortar una palabra, hazlo.Es frecuente encontrar párrafos largos y carentes de sentido no solo en discursos políticos sino en textos sobre arte y crítica artística. 4. Nunca uses la voz pasiva si puedes usar la activa.5. Nunca uses un vocablo extranjero, un término científico o jerga si crees que existe un equivalente en el lenguaje común. 6. Rompe cualquiera de estas reglas antes que decir una barbaridad. Por ejemplo, si es necesario para construir la frase más exacta pero bajo la recomendación de no usar el lenguaje para manipular o engañar al lector».
Gracias a la edición del libro Ensayos (Debate, 2013) ahora disponemos de una amplia selección en español de sus trabajos periodísticos. De estos, según la traductora Irene Lozano, emerge un Orwell decente, es decir, un ser humano limpio, honesto y digno en actos y palabras. De muy pocos intelectuales se puede destacar la decencia como característica central. Orwell lo fue tanto así que la intelectualidad de derechas lo consideraba un “rojo” y la de izquierdas un “reaccionario”. Él se definió a sí mismo como un escritor «de izquierdas por convicción, de derechas por temperamento». Fue, en esencia, un autor heterodoxo, un indagador incansable de la mentira en las verdades, un cultor de la calidad literaria y la independencia de pensamiento, así como un pensador preocupado por ajustar sus reflexiones a la realidad y no la realidad a sus intereses. Quizás por esta razón sus escritos cobran total vigencia y nos devuelven a un Orwell al que se lee siempre con gusto e interés.