Quienes escriben deliberadamente libros con este fin saben muy bien que deben ser diestros en dos estrategias: el uso de recursos vinculados con lo sobrenatural y lo fantástico, y el desarrollo de estructuras y procedimientos narrativos más o menos simples e identificables.
Según Jorge Luis Borges, existen cuatro o cinco grandes temas en la literatura ―el amor, la soledad, la muerte, el odio y el miedo― en los que se basan los autores para escribir sus libros. Así también en la literatura denominada infantil existe un número finito de tramas ―veinte o treinta― que sirven de base para componer historias, cuentos y leyendas.
El éxito de un libro infantil no reside en el dominio de esos temas o tramas, sino en la manera en que cada escritor crea a partir de una fuente limitada de elementos. En el caso de la literatura infantil, al fenómeno de la creación hay que añadir la actitud del escritor frente al niño, a quien debe tratar no como un ser limitado, sino como un lector concreto, independiente y creativo.
Jorge Díaz Herrera es uno de los autores peruanos más reconocidos en literatura infantil. A él le debemos piezas memorables en esta materia. Él acaba de publicar ahora Los duendes buenos, un libro híbrido, ya que puede leerse como un cuento o representarse como una pieza teatral. En cualquiera de los casos, el argumento que desarrolla es fascinante: las aventuras y tribulaciones de un niño y un grupo de personajes fantásticos y entrañables ―Duende de los Cerezos, Primo Canario, Señora Luna, Estrellita de la Brisa y Amigo Lirio― que luchan contra las maldades del tirano Envidión y ayudan al niño a encontrar a su gato Tino.
Hay un personaje cuya participación es esporádica, aunque importante: los Niños Invisibles; es decir, el público al que la historia se dirige ―infantes de diversas edades―, el cual es requerido por los protagonistas y antagonistas mediante preguntas directas a fin de que participe como cómplice o coautor de la historia. En unos casos, los niños son interrogados sobre la ubicación de un personaje; en otros, sobre la aprobación o rechazo de un comportamiento. Las respuestas son, por supuesto, a coro e impulsan la narración hacia adelante. Si bien se trata de una vieja estrategia del teatro, Díaz Herrera la usa de una manera original y pertinente. Nunca abusa de este valioso recurso narrativo-teatral. Su correcta utilización ayuda a que la historia de Los duendes buenos sea asumida también por los lectores como un juego divertido.
La línea narrativa de Los duendes buenos está enriquecida por dos recursos destinados a enfatizar el humor y la frescura del relato: las canciones ―que expresan al parecer el carácter de todos los personajes, ya que las cantan tanto los buenos como los malos― y las acciones divertidas acompañadas de comentarios jocosos y recurrentes ―por ejemplo la actitud “incrédula” y los comentarios del niño con Duende los Cerezos, o la audacia y valentía de este para rascarle los pies al tirano Envidión con la finalidad de hacerlo dormir durante 80 años―. En medio de estas anécdotas, el autor introduce sutilmente valores éticos como la libertad y la dignidad humanas.
«El autor ha querido que este sea tu libro de compañía, que te lleve por donde elijas entre los tantos caminos que te ofrecen los duendes buenos», ha escrito el autor. En honor a la verdad, creo que lo ha conseguido con creces. Los niños lectores ―y los adultos que llevamos un niño dentro― se lo agradecemos de todo corazón.