Para ser aceptados, los libros escritos para niños y jóvenes no solo debe entretener, sino que deben saber trasmitir también la experiencia fascinante del amor y la belleza.Rompecabezas para volar cumple a cabalidad con este propósito.
No es fácil escribir historias para niños. Los autores suelen emplear muchas estrategias para enganchar a sus pequeños lectores, pero hay dos de ellas que les rinden siempre frutos: el uso de los recursos de la adivinación, el misterio y lo sobrenatural; y el desarrollo de estructuras narrativas simples y empáticas que se traducen en tramas como: el héroe o heroína se relaciona con alguien que le da un don o poder; el héroe o heroína recibe un objeto mágico; el héroe o heroína cae en desgracia o sufre mucho por la maldad e incomprensión de otros; el héroe o heroína emprende una búsqueda llena de peligros, y así por el estilo.
Pero, como bien dice Oswaldo Reynoso, no necesariamente lo que se relata ―el argumento― es lo más importante en una historia para niños. Ahí están también las imágenes y las palabras para seducirlos. En la novela Rompecabezas para volar de Pilar González Vigil, tanto lo que se relata como la forma en que se relata tienen idéntico valor.
El libro cuenta la historia de la relación entre una niña y su abuelo. Esta ocurre en una circunstancia muy especial: la niña no recibe todo el afecto que quisiera de sus padres y el abuelo, un viudo que viaja mucho en compañía de su perro Alma, vive los últimos días de su vida. El abuelo vincula a la niña con la naturaleza y la riqueza interior de los seres humanos. Con este fin le presenta a amigos como Apólito, un guitarrista sabio y generoso, y la lleva de paseo al mar y a los bosques para que descubra la esencia de la vida. La niña, que es muy lista, no solo entiende la filosofía escueta del abuelo Toto, sino que se encariña con él y con la placidez que le prodiga.
La historia se desarrolla en dieciséis capítulos escritos con un lenguaje claro y tierno donde las imágenes, o mejor dicho las representaciones vivas y eficaces de la felicidad o las visiones poéticas del mundo infantil, vibran como cuerdas muy bien afinadas. Un claro ejemplo de esto es el armado de un doble rompecabezas: el real, el de la figura del colibrí que Toto y la niña arman en la mesa; y el simbólico, el que la niña descubre luego que su abuelo se muere. En ambos, hay una pieza faltante que el azar y las circunstancias ayudan a completar. El rompecabezas representa a la felicidad y la felicidad al rompecabezas.
Rompecabezas para volar de Pilar González Vigil posee, además de su belleza literaria, otras virtudes derivadas del trabajo psicopedagógico de su autora: nos enseña cuán difíciles son las relaciones entre padres e hijos, nos introduce con destreza en el mundo interior y fantástico de los niños; nos advierte sobre las carencias de la educación infantil y nos aproxima a la esencia de la condición humana, esa que Toto vive junto a su nieta en el crepúsculo de su vida.
Los libros de niños tienen como punto de partida el entretenimiento y como punto de llegada la experiencia enriquecedora; es decir, lo que queda, lo que nos conmueve, lo que nos enseña mediante el lenguaje y representación simbólica de la belleza. El libro de Pilar González Vigil se lee de un solo tirón y se procesa, con sumo placer, en periodos largos y perdurables.