En una de las novelas más imaginativas de Murakami, la mente manipulada de un individuo es capaz de crear un universo paralelo y mejorado, aunque despojado de los sentimientos y recuerdos elementales.
Iba a escribir sobre Los años de peregrinación del chico sin color, la más reciente novela de Harumi Murakami, que me dejó una gratísima impresión, pero cayó en mis manos El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas (2009) del mismo autor y no pude sustraerme a su fuerza narrativa.
No pude sustraerme porque de todas las novelas escritas por él, esta es, probablemente, la más ambiciosa desde el punto de vista imaginativo y la que mejor explora el nivel fantástico de la realidad. En sus páginas están todos los elementos que distinguen su novelística: relaciones de amor ambivalentes, culto a la música, seducción por la cultura moderna y personajes que tratan de encontrase a sí mismos en un mundo apurado y fascinante; más una visión que juega con la idea de las utopías y las distopías humanas.
El protagonista de la novela no tiene nombre, en realidad ninguno de los personajes tiene nombre, como en las historias de Kafka, el maestro de Murakami. El narrador los llama según el rol que desempeñan. En el caso del protagonista, es nombrado simplemente como El Calculador, un hombre de 35 años años que trabaja para el Sistema (el gobierno, el Estado omnipresente) y que es poseedor de una gran inteligencia y un cerebro extraordinario.
El Calculador es reclutado por un científico anciano, quien unos años atrás le ha incrustado en el interior del cerebro un sistema de circuitos (una pila y un electrodo) que le permiten tener dos formas de pensamiento: uno que permanece inmutable y otro que cambia continuamente. Por razones del azar, los circuitos se funden y el protagonista empieza a vivir una restructuración del mundo presente (“El despiadado país de las maravillas”) basada en nuevos recuerdos. Es decir, tiene que mudarse a otro escenario para vivir: “El fin del mundo”, el cual está localizado en el núcleo de su conciencia.
Las investigaciones del anciano han provocado la codicia de los semióticos (piratas de la información) y la ira de los tinieblos (seres de las oscuridad que odian a los humanos). Los semióticos logran destruir el laboratorio del científico y los datos necesarios para devolver al Calculador a su estado mental primigenio, de modo tal que la migración del joven informático a “El fin del mundo” es irreversible. En cuestión de horas tendrá que despedirse de Tokyo, ciudad en la que ha vivido como un solitario. Mientras tanto trata de vivir con dignidad y un poco de amor sus últimos instantes.
En la novela se alternan dos historias: una tiene como escenario “El país de las maravillas”, un Tokio cruel y frío, aunque querible. La otra, una ciudad amurallada que nos hace recordar El Castillo de Kafka. Allí, el protagonista, que previamente ha sufrido la mutilación de su sombra por un guardián despiadado, es despojado de sus recuerdos y poco a poco, como antes ha sucedido con otros seres humanos, unos unicornios de pelaje dorado empezarán a absorber su corazón hasta privarlo de todo sentimiento.
“El fin del mundo” es un universo antinatural e ilógico, en el que todo es perfecto: no hay luchas, ni odio ni deseo. Los seres viven en absoluto sosiego, siempre y cuando carezcan de sombras y corazón. Por oposición, “El despiadado país de las maravillas” es el mundo en el que conviven las luchas, el odio, el deseo y sus opuestos, un mundo digamos normal en el que la felicidad existe por contraste con el dolor. El protagonista, compelido por su sombra, tiene que decidir finalmente en qué clase de mundo quiere vivir. Y lo hace solo cuando comprende que “El fin del mundo” ha sido creado por él.
¿Hasta qué punto la ciencia es capaz de manipular a la mente humana? ¿Qué sucede con el ser humano cuando es despojado de sus sentimientos más elementales? ¿Cuándo y en qué momento el ser humano pierde su identidad? ¿Cuál es valor de la música como intermediaria entre el placer y el los recuerdos? ¿Cómo funciona eso que denominamos conciencia y que nos permite conectarnos con la realidad? Estas son algunas de las preguntas que quedan flotando en la mente del lector luego de concluir el libro. Muchas de ellas tienen respuestas explícitas, otras tácitas y algunas simplemente no las tienen. La virtud de El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas es situarnos a través de una prosa diáfana, fluida y seductora frente a ellas.