Una novela de iniciación de Jeremías Gamboa ha dividido a críticos y escritores en el Perú. Lo cierto es que al margen de sus tropiezos ―en buena cuenta secundarios― se trata de un libro cuya historia nos resulta conmovedora.
Pasado el tiempo del fuego cruzado alrededor de la novela Contarlo todo de Jeremías Gamboa, es hora de aproximarnos con relativa frialdad y desapasionamiento a un libro que no solo ha dado mucho que hablar ―cosa rara en un medio donde no existen tantos lectores―, sino que ha puesto en cuestión cuál es el verdadero valor del marketing para la literatura.
Se ha dicho hasta el hartazgo que Contarlo todo es una novela de iniciación o de formación, eso que los alemanes denominan “bildungsroman”, como lo son Un mundo para Julius de Alfredo Bryce yPaís de Jauja de Edgardo Rivera Martínez; es decir, un producto literario que narra un proceso de ganancias y pérdidas en un largo camino de aprendizaje. Creo que aquí reside uno de los atractivos de la novela: que puede leerse como una maciza reflexión sobre el extenso y tortuoso arte de escribir. En este caso, el héroe se llama Gabriel Lisboa y desea imponer su vocación de escritor. Para lograrlo, primero tiene que vencer sus propios miedos y prejuicios.
En realidad las críticas a favor y en contra del libro empezaron antes de que se publicara o de que alguien, a excepción de quienes estaban directamente involucrados con este, lo hubiera leído siquiera. Una muy bien urdida campaña de promoción colocó a Contarlo todoen boca de críticos, escritores y reseñadores, incluido Mario Vargas Llosa, quien declaró abiertamente su admiración por un autor a quien consideraba como «dueño de sus medios expresivos, que sabe concentrarse en lo esencial, que es siempre contar una historia bien contada». Tan buena era la novela que Vargas Llosa fue más allá en su generosidad: llevó a su autor hasta la mítica agente literaria Carmen Balcells. ¿Qué vio exactamente el Nobel en el bisoño narrador?
El libro fue lanzado con gran estruendo mediático en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. ¿Estuvo mal que así fuera? Creo que no, es lo usual en el lanzamiento de un producto que pertenece a una gran editorial. Entonces la andanada de elogios y condenas empezó otra vez. Y aún continúa, por lo menos hasta que se diluya el fuego del marketing. De un lado están quienes sostienen que la novela no es buena y que si no fuera por la campaña de lanzamiento que le ha acompañado nadie le daría importancia. Ellos insisten en que se trata de una novela mal escrita en la que abundan los errores: «(…) la enorme cantidad de gazapos y falta de oficio –eso sin contar el abultado y desbordante queísmo, adverbios (con terminación en mente, por ejemplo), una sintaxis escasa, malsonancias, cacofonías o parrafadas– convierten al texto en un culebrón de 500 páginas que se puede leer en unas horas, si pasas por alto todas las tropelías con el lenguaje y el buen decir» (Rodolfo Ybarra). De otro lado, están los que creen que está bien contada y no dudan en reconocerle una prosa bruñida y una gran penetración psicológica (Guillermo Niño de Guzmán). En ambos casos los argumentos son verdaderos, aunque van en un solo sentido. No se trata de considerarla simplemente un “bluf” y de pasar por alto sus errores o de calificarla como “buena” o “extraordinaria”. Un libro debe ser juzgado en su totalidad.
Tengo la impresión que la irrupción de Jeremías Gamboa en el escenario literario peruano ha suscitado las mismas suspicacias que generó en su momento Vargas Llosa con La ciudad y los perros: miedo, desconcierto y, en algunos casos, parálisis entre sus contemporáneos. Ignoro cuáles sean exactamente las reacciones de cada uno de los narradores de la generación a la que pertenece Jeremías Gamboa, sin embargo estoy convencido que algo muy semejante está ocurriendo. En medio de este contexto, creo, es que arrecian los elogios y las condenas.
La verdad es que a pesar de algunos pasajes morosos y reiterativos, así como de un cierto descuido en la construcción de las oraciones (los cuales finalmente pasan a un segundo plano frente a su fuerza creativa), Contarlo todo desarrolla una historia que se lee con placer y que nos envuelve gracias a la capacidad del narrador para encadenar los hechos y, sobre todo, para conmovernos. La novela ha sido escrita sin complejos y resiste con solvencia un análisis literario en profundidad. Estamos, sin duda, ante un autor que dará mucho que hablar más adelante.