¿Por qué algunas personas escriben y otras no? La respuesta quizás resida en que no todos están dispuestos a poner en riesgo su vida en un oficio que consiste, en gran parte, en ser uno mismo.
El escritor anglo-pakistaní Hanif Kureishi es autor de un hermoso libro, Soñar y contar, en el que realiza un análisis fino y conmovedor sobre el acto de escribir, así como de las motivaciones que llevan a alguien a ejercer la profesión de escritor.
Dice Kureishi que Anton Chejov tiene razón cuando sostiene que los actos más profundos y extraordinarios provienen de las experiencias que vivimos en lo cotidiano, lo corriente, lo que no nos llama la atención. El arte, en este sentido, consistiría en transformar lo insignificante en algo significativo o que vale la pena.
En asunto está en que todos los seres humanos tenemos experiencias ordinarias y soñamos dormidos y despiertos; es decir, vivimos en la realidad y también fantaseamos a nuestro antojo. Sin embargo, no todos somos o queremos ser escritores. Es decir, no todos por el solo hecho de contar con experiencia de vida e imaginar una vida distinta a la vulgar terminamos escribiendo un libro.
La verdad es que algunas personas escriben y otras no. «La mayor parte de la gente no puede sentarse sin más y empezar a escribir con brillantez, levantarse de la mesa, hacer alguna otra cosa todo el día y después, a la mañana siguiente, volver a empezar sin ningún conflicto o ansiedad». Esto no ocurre, en principio, porque no todos tienen talento.
Talento significa capacidad, aptitud o inteligencia para desempeñar algún oficio o profesión. Para esto hay que prepararse técnica y emocionalmente. El talento a la larga se cultiva y se pule, de lo contrario se esfuma o atrofia. Pero quizás lo más importante sea lo que dijo Rainer Maria Rilke: «Las obras de arte nacen siempre de quien ha afrontado el peligro, de quien ha ido hasta el extremo de la experiencia, hasta el punto que ningún humano puede rebasar. Cuanto más se ve, más propia, más personal, más única se hace una vida».
Aquí está el partidor de aguas, el límite entre un escritor y quien no lo es: ¿cuántos de los seres humanos que tienen experiencias e imaginan realidades están dispuestos a poner en riesgo su vida mediante la escritura? ¿Por qué un escritor si lo haría?
La literatura brinda desde luego muchas satisfacciones. La más importante de todos quizás sea leer; o mejor, releer. Un escritor escribe porque en esencia es un lector; es decir, alguien que vive dos veces, puesto que aprende de los que otros experimentan y aspiran. Leer es el acto de seducción por antonomasia y el escritor que no sucumbe a su hechizo está renunciando a su propia condición de creador de ficciones. Otro placer reside en el hecho de que una ficción (o un texto de ficción) es el punto de encuentro entre dos cómplices: el lector y el hacedor de historias. Ambos celebran un contrato tácito, una ceremonia íntima en la que, por un lado, el lector se compromete a vivir lo imaginado como si fuera real y, por otro, el lector garantiza que su historia, aunque no sea perfecta, tiene como objetivo encantar con recurso verosímiles a quien busca escapar de la monotonía de la realidad.
Satisfacer la necesidad de soñar, leer y estimular la complicidad del lector son razones muy importantes, pero carecen de sentido si falta un acto voluntario y gratuito: escribir por convicción, por necesidad, por fe. Rainer Maria Rilke aconseja escribir únicamente si esta es la única forma posible de que estemos en el mundo. En esta elección no cuentan ambiciones, cálculos, objetivos materiales, deseos de fama y reconocimiento, sino unas ganas profundas de ser uno mismo. «Lo que tienes que hacer, en cierta forma, es tomar posesión de ti mismo. Es escritor y el ser humano son el mismo», dice Hanif Kureishi.