La verdadera literatura es posible solo si un escritor logra juntar técnica y talento, el justo medio que abre las puertas hacia la conmoción y la belleza artística.
No es posible enseñarle a escribir historias a alguien, lo que se puede hacer es mostrarle qué técnicas y procedimientos existen y, sobre todo, estimularlo a que pergeñe una pieza narrativa a partir del análisis de la experiencia que otros han vivido.
Llegué, una vez más, a esta conclusión luego de dictar hace unos días un taller de narrativa al que asistieron estudiantes de secundaria, jóvenes docentes universitarios y señores muy maduros. En realidad, lo que saqué en claro es que más que escribidores lo que necesitamos son lectores que se entusiasmen con una historia bien contada.
Las diferencias de edades de los asistentes no fue un impedimento para compartir un mismo nivel de lecturas: Catedral de Raymond Carver,Los asesinos de Ernest Hemingway, El gato de Ian McEwan,La noche boca arriba de Julio Cortázar”, Un día perfecto con el pez plátano de J.D. Salinger, La mujer parecida a míde Felisberto Hernández y La carta robadade E.A. Poe; todas piezas elegidas para servir de ejemplo y, más que esto, para servir de acicate en el proceso de lectura al que fueron sometidos durante varias sesiones.
Cuando les pregunté a todos el primer día de clases por qué estaban matriculados en el taller, recibí diversas aunque parecidas razones: para aprender contenidos que luego aplicarían en sus clases, para incrementar el conocimiento de autores, para ampliar su cultura y para aprender a leer. Ninguno, salvo uno o dos que me confesaron tímidamente que escribían cuentos, me dijeron que querían ser escritores. Quizás no lo dijeron porque todavía el oficio de escritor es visto socialmente con cierta desconfianza y recelo. Al margen de esto, la verdad es que tuve como alumnos a gente talentosa, lista para despegar, aunque tímida para revelar sus verdaderas intenciones. Llevo en mi mente todavía el momento en que Don José Gaspar Villalobos, un asistente al taller de más de ochenta años, leyó un cuento estupendo, Los zapatos, que generó el aplauso unánime de los lectores.
Ahora que lo pienso bien, creo que aunque no fueron sinceros, alcanzaron a decirme parte de sus intenciones. No sé si, consciente o inconscientemente, me revelaron una verdad de Perogrullo para el arte literario: que para poder escribir correctamente primero hay que llegar a ser un buen lector. Desde este punto de vista, la experiencia en el taller fue muy enriquecedora. Por lo que me manifestaron directamente y por lo que deduje, la mayoría terminó convencida de que la lectura es la antesala de la escritura; es decir, el lugar por donde es imprescindible pasar para llegar a la meta.
El taller fue también el pretexto adecuado para hablarles de técnica y talento, las dos caras de una misma moneda. Todo aspirante a escritor debe saber que la técnica es algo que se aprende, que se descubre y se practica. Y que el talento es consustancial a nuestra personalidad. Puede ocurrir que un escritor esté dotado de una gran fuerza natural para escribir y, de este modo, consiga publicar uno o dos libros realmente originales, pero después, como consecuencia de su agotamiento creativo y su escasa o nula preparación técnica, termine por tirar la toalla. O al revés, que alguien que ha aprendido perfectamente las técnicas y procedimientos solo consiga escribir historias efectivas, y hasta entretenidas, pero carentes del rayo iluminador que conduce a la belleza; cosa que únicamente se logra educando y puliendo el talento.