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¿En qué se parece El alquimista a Caperucita?

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¿Qué conexión existe entre los cuentos infantiles y los libros escritos por Paulo Coelho y J. K. Rowling? O en otras palabras, ¿qué tienen en común El alquimista y Harry Potter con Caperucita roja y Blancanieves y los siete enanitos?
Las preguntas anteriores parecen absurdas, pero son pertinentes en la medida en que están vinculadas a otra: ¿por qué los libros que tanto seducen a los seres humanos mientras son niños se vuelven insoportables (para la mayoría) conforme estos ingresan a la adolescencia y a la juventud?
Se podría alegar que los libros infantiles son atractivos porque son ilustrados, se valen en algunos casos de recursos audiovisuales y se pueden leer de un tirón gracias a su brevedad. Sin duda, esto atrae a los niños y los ayuda a relacionarse con sus contenidos, pero no explica de todo el fenómeno. ¿Qué está pasando en el centro de atención del adolescente y el joven? ¿Por qué los libros son prioridad cero para ellos?
Una de las primeras explicaciones que se me ocurre es que en el trayecto en que el niño se muda a adolescente y luego a joven, el libro pierde dos cosas: su carácter simbólico y su ligazón sentimental con quienes alientan su lectura. Lo primero tiene que ver con el hecho de que un libro representa sensorialmente la sabiduría, el entretenimiento y la información. Lo segundo, con la pasión de quienes nos introducen en el mundo fascinante de la lectura.
El carácter simbólico se pierde porque se no hace el tránsito correcto. El niño que disfrutó de Peter Pan y lo lleva como una huella psicológica muy positiva en su vida de pronto, unos años después, debido al carácter obligatorio del Plan Lector, tiene que leer El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha o Cien años de soledad, así sin más, con la ayuda de un profesor que tampoco ha leído y disfrutado esos libros y, sobre todo, con alguien que no tiene una ligazón sentimental con estos; es decir, con alguien que carece de pasión. Y carece de pasión porque, tal vez, considera su labor como docente como un simple oficio alimentista. ¡Qué distinto al cariño que lo ponían los padres y profesores a los cuentos que le leían o contaban!
Cuando se pierde el carácter simbólico del libro este deja de tener valor y se vuelve un objeto inservible, sin utilidad práctica incluso para el Estado que tolera, y hasta alienta, esta desvalorización. ¿Han visto ustedes alguna vez una campaña contra la piratería de libros como se hace contra la fabricación ilegal de softwares o billetes? No, si el libro importa un comino y, además, nadie lee en el Perú y basta con el Plan Lector, una medida, según mi punto de vista, totalmente equivocada, ya que incentiva la lectura por obligación cuando la lectura debe ser, por encima de todo, un placer. Y cuando se enseña a leer sin pasión, lo que en realidad se enseña es a odiar la lectura o a asociarla con el aburrimiento. Se ignora que en la escala zoológica, el hombre es el único ser que asocia muy bien el pensar con la espontaneidad del placer.
De acuerdo a Héctor Abad Faciolince, en el caso de los libros de Paulo Coelho -argumentos que podrían aplicarse perfectamente a los libros de J. K. Rowling- estos aplican dos estrategias propias de los cuentos infantiles: «nuestra fascinación por los poderes de adivinación y conocimiento sobrenaturales y el uso, «intuitivamente y con alguna destreza, [de] las estructuras más primitivas del cuento infantil»; es decir, tramas como  “el héroe se pone en contacto con alguien que le dará un don”; “el héroe recibe un objeto mágico”; “el héroe cae en desgracia”; “el héroe se traslada o es llevado al lugar donde está el objeto de su búsqueda”, etcétera.
¿Qué quiere decir esto? Que los libros de Paulo Coelho y J. K. Rowling tienen, además de la ayuda del marketing, la ventaja de utilizar dos de las técnicas y procedimientos narrativos propios los cuentos infantiles, solo que sus contenidos carecen de la trascendencia de libros considerados como “serios” (los de Cervantes o los de García Márquez, por ejemplo). No digo que los escritores en adelante tengan que escribir como los autores de El alquimista y Harry Potter. Lo que hago es una constatación para identificar qué está fallando, por qué hay tan poco interés por la lectura entre adolescentes y jóvenes y por qué se prefieren los libros “superficiales” a los libros “serios” y de verdad  “enriquecedores”. La solución, en todo caso, pasa por lo que se elige, la pasión que se pone al elegir y las condiciones que se crean para el lector.

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