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La mujer de MVLL

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La afirmación de un vocación literaria depende en buena cuenta de la perseverancia de un escritor y, más de las veces, de la capacidad de un mujer para organizar una vida a su alrededor. ¿Cuánto le debe en este sentido MVLL a su esposa Patricia?
Leo en las ediciones electrónicas de los diarios las reseñas sobre la nueva novela de Mario Vargas Llosa, El héroe discreto, y no puedo resistir la tentación de leerla. Afortunadamente, alguien me la acaba de prestar, de modo que estoy atrapado en la vida del “ordenado y entrañable” Felícito Yanaqué.
El héroe discreto es su novela número quince y el libro número treinta del total de su obra escrita. ¿Cómo ha podido escribir tanto este novelista de 77 años? Tenía hasta ahora varias explicaciones, entre ellas la firmeza con que ha sacado adelante su vocación, su edad prolongada y su enorme energía creativa, sin embargo faltaba algo más que lo explicara mejor.
Y entonces leo, también en Internet, una entrevista estupenda que acaba de hacerle la periodista Leila Guerriero.  En esta, su esposa, Patricia Llosa, ofrece datos absolutamente reveladores sobre la vida literaria que lleva el escritor. Muchos ya los conocíamos, pero no imaginábamos en qué medida escribir podía ser una vocación tan exclusiva y excluyente y, sobre todo, no sabíamos a ciencia cierta cuál ha sido hasta ahora el rol que en este proceso ha jugado  su mujer.
Según cuenta la propia Patricia, MVLL no tiene que preocuparse de nada doméstico. Ella se encarga de atender las llamadas importantes, de los correos electrónicos, de las compras, de los pasajes, del orden de la casa y otras tareas corrientes.  El novelista es incapaz de memorizar el número del departamento o el nombre de la calle donde viven, aunque es capaz de explicar en detalle la marcha de la economía mundial en cifras y otras cosas por el estilo. Un inútil, en pocas palabras, para las cosas simples de la vida.
Pero hay un dato que  a mí me ha conmovido mucho. Su esposa sostiene que todos los días salen a caminar (antes corrían) y que durante el trayecto ella trata de conversar mucho con él sobre cosas que les interesan a ambos. En apariencia, MVLL la escucha, pero en realidad finge, pues todo el tiempo está pensando en lo que sucederá con el personaje de la novela que está escribiendo o en el tema del próximo libro que tiene planeado escribir; es decir, el hombre nunca descansa. Ella ya está acostumbrada a esto y le sigue el juego.
Patricia está allí paran permitirle escribir y para resolver todos los problemas que de otro modo interferirían en su vida de escritor. ¿Fue así todo el tiempo?  Claro que no. Al comienzo de su carrera, también él (y por consiguiente ella) tuvo que pasar las de Caín y abrirse camino en un mundo muy competitivo y lleno de privaciones.  Con los años, las funciones se dividieron: él estaría dedicado a la escritura y ella a la solución de las dificultades que pudieran ocasionar el fracaso de esa escritura.
Organizar la vida de alguien que es famoso, ha ganado el Premio Nobel, dicta conferencias en distintas partes del mundo, tiene esposa e hijos  y se pasa más de la mitad de su vida en el asiento de un avión, no es fácil.  Mario Vargas Llosa es un escritor organizado, disciplinado, alguien que en palabras de Juan Carlos Onetti está “casado” con la literatura. ¿Qué hubiera pasado si él no hubiera tenido a su lado a una mujer como Patricia?
Así como otros necesitan de la anarquía y de cierto desorden para ser, otros necesitan de la rigidez, de la planificación y de la puntualidad para triunfar; y especialmente de la compañía de un ser que les organice una vida doméstica a fin de que puedan dar rienda suelta a sus demonios creativos sin que tengan que sufrir o distraerse.
En la entrevista con Leila Guerriero, MVLL le confiesa que cuando vivía en Londres y todavía no era el escritor célebre que es hoy, Patricia lo dejaba cuidando a su primer hijo, que entonces era un bebé. Su misión era darle la leche y cuidar que no llore. ¿Y saben qué? El escritor prefería encerrarse a escribir y dejar a medio hacer su tarea de padre. Le importaba poco si su hijo tomaba o no la leche o lloraba sin consuelo.  ¿Cuántas patricias hay por allí ahora mismo tratando de hacerle más fáciles las cosas a varios vargasllosas? Supongo que tuvo razón el escritor peruano cuando le agradeció a Patricia entre lágrimas, durante el discurso de agradecimiento por la concesión del Premio Nobel, haberle permitido llegar tan lejos en su vocación literaria.



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