Quizás la tragedia de vivir no consista en desaparecer, sino en que no sabemos vivir la vida como corresponde. Hay casos, como el de Aquiles, en el que la belleza de vivir consiste en luchar y decir las cosas con pasmosa sinceridad.
Querido Aquiles:
Hay muchas cosas que nos unen y otras que nos separan, pero las que nos unen son las más importantes y las que nunca nos podrán lastimar, así no estemos de acuerdo. Ser padres, por ejemplo. Cuando yo era tu profesor de periodismo, tú ya estabas orgulloso de tu hijo Salvador y yo, un cuarentón embutido en su soledad, no tenía ni un perro que le ladre. Me di cuenta cómo ese niño te cambió la vida, y no solo eso, me di cuenta cómo cambió incluso tu manera de escribir. Después, cuando me ocurrió a mí, lo de ser padre, comprendí por qué hacías lo que hacías. Por añadidura, mi vida tuvo otro sentido a partir de esta experiencia. Ahora mismo tengo a Luciana enferma y no puedo dejar de pensar en tu hijo, y en ti mismo que eres a tu vez el hijo enfermo de unos padres maravillosos.
Nos une también la pasión por el lenguaje, el culto por las palabras bien usadas y las textos bien escritos. En realidad, tú eres un purista y yo un esteta improvisado. El que descubre los yerros, los gazapos, los deslices y las metidas de pata eres tú. Yo soy solo un notario de las barbaridades. No me equivoqué, por esta razón, cuando te propuse ser editor de díatreinta, una revista de periodismo narrativo más vieja que la mítica Etiqueta negra y más decente que todas las publicaciones frívolas que atiborran los quioscos callejeros. Esta revista ha sido, por muchos años, el refugio de nuestras penas literarias y el motor principal del humor negro del que a veces haces gala. El tercer jurásico del periodismo diatreintero es José Caros Castillo, una de tus amigos más entrañables, padre a tiempo competo e incompleto, y el único diseñador que se preocupa de que un texto esté bien corregido.
Pero sabes una cosa, querido amigo, tú has ido más lejos con el lenguaje. A partir de lo que vives y piensas, me refiero a tu enfermedad, has hecho decir al lenguaje lo que yo, en cincuenta años, Alfieri en cuarenta, y los escritores que admiras, en cientos de años, no hemos podido decir. Cada vez que leo tus mensajes, luminosos y oscuros a la vez, en Facebook, en tu hígado virtual (tu blog)y en los e-mails estilo “martin-dice-hola” siento que has tocado la esencia verbal que los demás estamos condenados a asediar, nunca a tocar por completo. El desenfado, los estiramientos, la sinceridad aplastante, los sentimientos inéditos, la crudeza de los conceptos, la manera de estirar el tiempo con los verbos, las contradicciones de los sentidos, la honestidad despojada de toda ropaje y la fuerza, la poderosa fuerza, con que reniegas de la compasión, la mentira y la artificialidad de quienes te doran la píldora, me convierte en un chancay de a medio en la artesanía del español. No quiero decir que para escribir así hayas tenido que padecer cáncer; lo que digo es que tú usas las palabras como una extensión de tu propio cuerpo; es decir, tienen vida propia.
Nos une el culto a la amistad. Hace mucho tiempo que dejé de ser tu profesor, ahora solo soy tu amigo. En realidad, ahora que lo pienso bien, nunca tuve necesidad de enseñarte nada, aunque sí de compartir mucho. Se trataba nomás de asumir roles: yo hacía como que te enseñaba y tú hacías como que aprendías. El que tiene mucho que enseñarme ahora eres tú, aunque no lo digas ni lo quieras. Tienes tu vanidad, pero no llega a tanto. Me has enseñado, querido amigo, aunque no lo creas, cómo se combate el dolor, cómo se da cara a los malos tiempos y cómo se grita en público el encuentro con la brevedad del tiempo Ya no se trata de roles, sino de aprender que en la marcha de la vida, como decía Heráclito, nadie se baña dos veces en las aguas de un mismo río y, por eso mismo, cuán importante es vivir la eternidad del presente. Martín dice y dirá siempre hola.
Te escribo para decirte que la amistad es uno de los amores que perdura siempre, para reiterarte cuánto te queremos los que te conocemos de antes y de después de nosotros mismos y para decirte en voz alta ―y espero que con corrección gramatical― que sigas peleando y enseñándonos a pelear. Un fuerte abrazo.