¿Qué se necesita para llegar a la condición de escritor perdurable? ¿Basta el éxito de ventas o la fama o más bien una mezcla de talento, esfuerzo y casualidad? Lo importante, dicen otros, es llegar al corazón de los lectores.
En realidad, todas las afirmaciones son ciertas a condición de aclarar que entendemos por literatura. Si nos referimos al «oficio (ocupación habitual) que emplea como medio de expresión una lengua», sin duda debemos admitir que la literatura vende, y mucho. Allí tenemos a los libros de autoayuda, cocina y de entretenimiento en general. Sus autores tienen objetivos económicos muy definidos y, sobre todo, cuentan con el olfato y las herramientas básicas para lograr su cometido.
Pero si hablamos de la literatura como el «arte que emplea como modelo de expresión una lengua», estamos hablando de cosas mayores, pues «arte» implica una actividad muy compleja cuyo objetivo central es conmover al lector. Para llegar a su meta, un autor tiene que convertirse en un artista; esto es, alguien dotado y preparado técnica y emocionalmente para producir belleza.
Vamos definiendo entonces las primeras diferencias. Mientras la literatura que llamaremos práctica persigue vender sus productos, la literatura que llamaremos artística tiene como meta desestabilizar afectivamente al lector, lo cual se consigue a través de la belleza del lenguaje y una visión sorprendente e inesperada de la realidad. A un autor de best-sellers le interesa vender libros más que lograr la condición de artista, mientras que a un escritor verdadero le interesa ser un artista antes que un comerciante de libros.
Para ser un Paulo Coelho o un Dan Brown no se necesita poner en riesgo la vida, mientras que para ser Fernando Pessoa o César Vallejo hay que asomarse al borde espeluznante del abismo y mirar cuán lejos está el suelo. Unos y otros representan los extremos de la literatura. De un lado, Coelho y Brown como productores de historias hasta cierto punto superficiales y eficaces; y de otro, Pessoa y Vallejo como creadores de un arte en cierta forma imposible, por cuanto está despojado de estrategias de éxito económico. Los primeros, además, escriben para ser, en tanto los segundos son para escribir.
Ocurre a veces que los escritores de la segunda categoría, la de los verdaderos, alcanzan fama y fortuna en vida o muertos. Esto ocurre no por una estrategia bien pensada o porque usaron los medios de comunicación como cajas de resonancia, sino porque el tiempo obra con ellos el milagro de la universalización de sus creaciones; es decir, que los lectores se sientan identificados con los contenidos de sus libros y se conmueven con sus maneras de mirar la vida. Son los llamados exitosos a su pesar. Roberto Bolaño, por ejemplo.
También existen excelentes escritores que han llegado a donde están por una mezcla de libertad y calculada promoción. Las estrategias de marketing no funcionarían sin el talento natural que poseen novelistas como Mario Vargas Llosa o Paul Auster. Es una mezcla extraña en la que siempre hay que andar en la línea del equilibrio; el territorio del justo medio; el modelo que, dicen los optimistas, deben seguir los aspirantes a escritores. Este es el tipo de literatura surgido en la edad contemporánea como consecuencia de la aceleración del desarrollo humano y el poder del marketing y los medios de comunicación.
El quid del asunto no es, sin embargo, llegar a ser famoso y vender miles de libros, sino lograr que los libros se lean y después de esto meterse en el corazón del lector. Esto en pocas palabras se llamar ser perdurable y no tiene nada que ver la publicidad y los medios, aunque sí muchas veces con la suerte.