Fragmentos de un letraherido
¿Qué es la escritura: un privilegio, una discapacidad; en qué consiste el placer de leer; qué demonios perturban y qué ángeles acogen al escritor durante en su quehacer; qué semejanzas creativas hay entre el cine, el jazz y la literatura? Hasta perder el aliento, el reciente libro de Guillermo Niño de Guzmán nos da mano con las respuestas.
El autor de este libro es un destacado y fino cuentista, uno de los más importantes aparecidos en los 80. Sus libros de cuentos Caballos de medianoche (1984), Una mujer no hace un verano (1995) y Algo que nunca serás (2007) son, con toda seguridad, textos claves para comprender a un autor singular, personalísimo, con un tratamiento de la prosa que no se parece a la que practican otros miembros de su generación.
El primer sentimiento que me asaltó tras echarle una primera hojeada al libro fue el de desconcierto. Claro, esperaba un libro de cuentos, pero, para mi sorpresa, tenía ante mí un texto híbrido, inusual, del denominado género íntimo, ese que le gustaba tanto a Julio Ramón Ribeyro. Confieso que de la sorpresa pasé rápidamente al goce puro.
¿Qué es en estricto Hasta perder el aliento? ¿Una bitácora, un diario literario, unas memorias fragmentarias sobre el arte, un cuaderno de notas sobre las lecturas, las utopías personales, los aciertos, los fracasos y otros avatares de la vida de un escritor, de un letraherido como dice Niño de Guzmán? Creo que todo esto, y más.
Dije que se trata de un libro fragmentario, uno que tiene una cualidad que le permite mantenerse como un todo gracias a una estrategia sutil del autor: cada texto —corto por lo general— está enlazado con el siguiente gracias a unas reflexiones personales, inteligentes y plagadas de admiración por los temas y personajes abordados. De este modo, un texto puede saltar de la literatura al jazz y de este al cine, pero siguiendo un derrotero, una idea eje: qué es el oficio de la creación y, sobre todo, en qué consiste escribir. Los fragmentos están salpicados, cada tanto, de proyectos de cuentos, ideas para cortometrajes (las de Noche de fiesta, p. 185, son magníficas) y traducciones del inglés y el francés que, lejos de quebrar la lógica y el ritmo de las notas, proponen una manera novedosa de incorporarnos en la lectura.
Es muy difícil mantenernos al margen de los temas y el estilo que propone el autor. Hay textos, en verdad, memorables, por la forma tan precisa, insólita y trasparente con que son presentados y, también, por la manera en que se narran algunos episodios de la vida trágica y compleja de escritores, músicos, poetas y cineastas que vivieron en el siglo XX. El gancho con el lector es fulminante por todas estas razones.
Ora manera de mantener la conexión con el lector es la siguiente: cuando Niño de Guzmán presenta las ideas de un autor, enseguida saca de la manga las contrarias, las que se oponen o difieren de las primeras, o si no, busca nexos y distanciamientos de otra naturaleza, de modo tal que el lector tiene un muestrario muy amplio de experiencias que elegir. El autor, por supuesto, tienen sus preferencias y no se las calla. En este sentido, el texto Ray Bradbury e Ítalo Calvino en las antípodas (p. 197) es un verdadero deleite.
Mientras leía el libro iba marcando con banderitas de colores las ideas más originales, las más audaces y las más freak, si se quiere. Destaco dos. La literatura: privilegio o discapacidad: «A menudo me he preguntado si el don de la literatura, en lugar de ser un privilegio, como podría creerse, no es sino una discapacidad, una carga que el escritor está condenado a llevar… Un narrador tan talentoso pero atormentado como Truman Capote, con una salud resquebrajada por la dipsomanía y la drogadicción, reveló en su último libro, Música para camaleones, que tenía muchas dificultades para ejercer su oficio […] Capote dejó de disfrutar con su trabajo al percatarse de la diferencia entre escribir bien y mal. Y, lo que era peor, hizo “un descubrimiento más alarmante aún: la diferencia entre escribir muy bien y el verdadero arte. Después de eso, cayó el látigo”».
Otro texto que se lee con igual delectación es el ya mencionadoRay Bradbury e Ítalo Calvino en las antípodas. Leamos: «¿Por qué un individuo en su sano juicio elegiría dedicar toda su vida a una actividad [la literatura] que no le resultara agradable? A primera vista sería un despropósito. […] En uno de los textos, el autor italiano [Calvino] revela las dificultades que enfrentó cuando aceptó responder una encuesta que planteaba la cuestión: “¿Por qué escribe usted?”. Según él, se sintió en un aprieto: “¿Qué podía decir yo, dado que escribir me cuesta siempre un gran esfuerzo, una gran violencia sobre mí mismo, y no me divierte en absoluto?”. […] Salvando las evidencias distancia, ¿qué podría decir yo al respecto? Me temo que me alineo al lado de Calvino, aunque envidio a Bradbury [alguien que gozaba con su trabajo]».
Hasta perder el aliento es no solo una fuente de placer,es un mapa literario que debemos seguir para evitar el extravío y compartir el fervor de aproximarnos a la belleza efímera de la creación, la propia y la ajena.