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La novela y la memoria

¿Qué impulsa a alguien a escribir una novela? ¿Qué extraños mecanismos íntimos se mueven para que salte del oficio de la poesía al oficio de la narración? ¿Pueden convivir ambos géneros sin excluirse mutuamente? La única manera de saberlo es ser fiel al llamado de la necesidad y la memoria.

Siempre quise ser novelista. Me seducía la idea de contar historias y disponer de la suerte de los personajes y, sobre todo, imaginar escenarios en los que se materializaran lo sueños del mundo real y limitado. Como dije, quería ser novelista, pero yo era consciente de que, antes que nada, era un lector de cuentos y novelas.

Lo primero que escribí fue un texto que ahora no sabría decir si era cuento, glosa o poema narrativo, el cual en todo caso tenía la intención de relatar la historia de un tío mío, un anciano célebre por su manejo de las armas de fuego. Y ya no sabría decirlo por dos razones: uno, porque carecía de la experiencia y de las herramientas teóricas que debe poseer un narrador; y dos, porque el texto se ha perdido.

En el camino ―para bien o para mal— descubrí la poesía en las clases de literatura en el colegio y la pequeña biblioteca que teníamos en casa. Llegué a ella casi al mismo tiempo que a la narración,  aunque debo confesar que mi interés mayor en esos primeros tiempos era por la segunda. Con el paso de los años, mis lecturas de poesía fueron en aumento y mi interés mayor se desvió hacia ella. Y, además comprobé que ambos géneros no tienen por qué contradecirse o excluirse mutuamente.

Desde entonces llevo treinta y cinco años escribiendo y publicando libros de poesía. Y estoy muy satisfecho. Durante este tiempo he podido comprobar, entre otras cosas, que se trata de una necesidad espiritual y que muchas de las ideas en torno a las relaciones entre los lectores y la poesía son mitos o verdades a medias. Un ejemplo: los lectores comunes y corrientes viven al margen de la poesía.  Si esto fuera cierto, no se publicarían cientos de libros de este género cada año en todas partes del mundo. Quizás lo que no funciona es la forma en que los poetas se aproximan a los lectores.

Paralelamente, he publicado cada cierto tiempo uno que otro libro de cuentos y crónicas, con timidez y sin ninguna esperanza de lograr algo más que lo poco —muy poco― que he conseguido escribiendo poesía. Algunos malintencionados dicen —y probablemente siguen diciendo a escondidas— que yo no sirvo para la narrativa, que lo mínimo que puedo hacer es dejar de escribir ‘mamarrachos’ y dedicarme solo a lo mío: escribir versos y ya. Pero yo escucho más a mi conciencia y procuro serle fiel a mi necesidad: inventar historias. Digo necesidad, no moda.

A lo largo de los años, escribí un puñado de cuentos, pero nunca me atreví a escribir una historia larga, una historia de ficción que comprometiera en su escritura a todo mi ser. Mientras tanto,  la poesía seguía tocando mi puerta y prodigándome sus afectos como lector. Se trata de un oficio que me ha dado muchas satisfacciones y me ha ayudado a conocer mejor el lenguaje.

La primera novela que escribí es una de mediana extensión muy mala cuyo tema es la muerte de mi padre. Felizmente nunca la publiqué.  Y luego insistí y escribí otra que tiene como punto de partida mi experiencia emocional, política y social de mis años como estudiante universitario. Esa segunda novela, Señor Cioran, que curiosamente ganó un premio antes de publicarse, es un homenaje a Emil Cioran, el ilustre pesimista rumano, nombre que los protagonistas de una de las historias usan como contraseña para reconocerse en la clandestinidad. 

El libro desarrolla cuatro historias en paralelo, las cuales se mezclan en distintos momentos. La primera: la relación tortuosa entre un miembro del servicio de inteligencia con una ex subversiva convertida en prostituta; la segunda: el drama de un grupo de soñadores e inconformes que quieren cambiar el mundo, pero el miedo los paraliza y termina cambiándolos a ellos; la tercera: la crisis existencial de un aspirante a poeta —y admirador de Cioran— que traiciona a sus amigos “revolucionarios” y termina suicidándose; y la cuarta: el amor entre el narrador de las historias y la mujer de su juventud, amor que los conduce al exilio en Europa.

Ahora, contra todo pronóstico estoy a punto de publicar una segunda novela, también premiada, El lugar de la memoria.Narra la relación entre un padre, Amado, y su hija Cayetana. Él, un hombre de sesenta y un poco más de años, al que le diagnostican Alzheimer, narra, mientras conserva la lucidez, una historia dramática: teme que su hija lo olvide, sin embargo, es él, debido a su enfermedad, el que termina borrándola de su memoria.  Ella es testigo de cómo Amado pierde el control de todas sus funciones cognitivas y también fisiológicas, de modo tal que borra toda relación entre su cuerpo y su mente.

¿Por qué insisto en escribir novelas? El oficio de escribir ficciones es, en principio, un acto de arrojo que con el tiempo se pule, se organiza y se estudia. Está motivado por la necesidad de llenar el imaginario de las sociedades y por un estado existencial interior: expresar los sentimientos. Hacerlo mal o bien depende de cuánto sacrificio esté uno dispuesto a asumir. Por lo pronto, El lugar de la memoria estará allí, a disposición de los lectores.



 

 

 


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