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Poesía y lenguaje cotidiano

¿Por qué la gente común y corriente se siente tan lejana del lenguaje poético? ¿ Por qué la poesía tendría que ser diferente y difícil para alguien que comprende su mecánica y usa con eficacia sus recursos en la vida práctica? Sin duda, algo cambia en nosotros cuando vamos dejando la adolescencia: entre otras cosas, la capacidad de mantener el asombro. Una grata experiencias en un colegio me ha enseñado cuál es la salida para esta paradoja.

 En días pasados, gracias la invitación de los docentes Milagros Alegría y Amós León, asistí a dos reuniones con estudiantes del colegio particular donde estudia mi hija Luciana para ofrecer una charla sobre la poesía, ese género ‘raro’ que sobrevive a duras penas en diversos ámbitos de la vida.

Confieso que, en un primer momento, estuve renuente a asistir a las charlas en la medida en que soy incrédulo respecto al número de personas que la leen, siempre inferior a la cantidad de personas que la producen (los poetas). Un prejuicio, una exageración, una negatividad —llámenlo como quieran— que he desarrollado, ahora entiendo, sin tener plena conciencia de cómo ocurre en realidad la recepción de la poesía entre la gente común y corriente.

La primera charla fue para unos sesenta estudiantes de sexto grado de primaria, entre los que estaba mi propia hija. Y la segunda, para unos ochenta de secundaria, todos a punto de egresar de la institución. Adapté los contenidos de mi charla para cada grupo. En la primera me enfoqué en el lenguaje de la poesía, que es, creo, la principal causa de que los potenciales lectores huyan de ella. Y en la segunda repetí los contenidos de la primera, con un tema adicional: qué hizo César Vallejo con el lenguaje poético que recibió en herencia.

Confieso que me fue mejor con los de primaria, quienes se mostraron más atentos, hicieron muchas preguntas y hasta me leyeron los poemas que habían escrito para la ocasión. En medio de las preguntas y los comentarios que se sucedían y parecían interminables, eché en cuenta que había subestimado a los estudiantes de primaria. La charla con el tema adicional destinada a los de secundaria debió haber sido para ellos, o solo para ellos. Por qué no contarles de las veleidades de Vallejo con el español y la forma en que este lo había deconstruido para poder escribir los versos que escribió. No es que me fuera mal con los estudiantes mayores, es que para los menores la poesía resultaba un desafío, una aventura que podían acometer sin prejuicios. Sin duda, algo cambia en nosotros cuando vamos dejando la adolescencia: entre otras cosas, la capacidad de mantener el asombro.

¿Por qué elegí tema central el lenguaje de la poesía? Por una razón elemental: la misma causa que aleja a la poesía de las grandes masas de lectores es la misma que debería acercarlos a ella. ¿Cómo así? Una de las razones por las que el gran público se alejó hace algún tiempo de la poesía, como dije antes, es su lenguaje. Con lectores cada vez más banales y frívolos, el lenguaje poético necesita ser explicado. Los lectores no poetas necesitan familiarizarse —o volver a familiarizarse— con la metáfora y la imagen. Viven en un mundo global y pragmático y a ellos no se les puede hablar con un lenguaje que no dice directamente las cosas.

Pero todo lo anterior no es sino una paradoja, La mayoría de la gente piensa que la metáfora es un recurso de la imaginación poética; es decir, un recurso cultista más que de la vida corriente. La verdad es que la metáfora y las figuras literarias en general impregnan la vida cotidiana. Expresiones como “Ponte mosca”, “Tirar la casa por la ventana”, “Eres la muerte”, “José es un pesado”,  son imposibles lógicos, pero frases irremplazables en su efectividad. Esto prueba, además, que hablamos con el lenguaje de la poesía todos los días de nuestras vidas.

El otro ámbito donde abundan las metáforas o cuando menos la estructura poética de los contenidos es el periodismo. Por ejemplo, el titular «La discusión es una guerra» es un concepto metafórico, puesto que el significado de la palabra “guerra” ha sido trasladado a la palabra “discusión” y de este modo ha adquirido una nueva realidad semántica. Ahora, este concepto metafórico, dicen estos autores, está presente en nuestro lenguaje corriente a través de una amplia variedad de expresiones: “Sus críticas dieron justo en el blanco”, “Destruí su argumento”, “Nunca le he vencido en una discusión”, “Sus argumentos son indefendibles”. Esto quiere decir que la metáfora no está meramente en las palabras, sino también en el proceso del pensamiento, en los conceptos.

¿Y si esto es así, por qué la gente común y corriente se sienta tan lejana del lenguaje poético?¿Por qué ocurre esto si, como hemos visto, el lenguaje metafórico es utilizado con intensidad en la vida cotidiana?¿Por qué la poesía tendría que ser diferente y difícil para alguien que comprende su mecánica y usa con eficacia sus recursos en la vida práctica? Es cierto que, conformen crecen, los lectores se banalizan y, conforme pasan los años, la poesía se vuelve cada vez más críptica debido a la ausencia de un público lector que le trasmita sus necesidades; pero esto no explica todo.

Hay que ir con los niños, con los adolescentes y con los jóvenes, quienes se conectan mejor con los usos inesperados de las imágenes y las palabras y parecen disponer —como los estudiantes de primaria y secundaria del colegio de donde salí gratamente impresionado— de una mejor capacidad para expresar en el lenguaje, personal y social, el asombro ante lo simple y  lo complejo o ante la bello y horripilante del mundo que nos ha tocado vivir.

 



 


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