Selva física y emocional
¿Qué es la Amazonía? ¿Un vasto mundo físico y desmesurado? ¿Una emoción desbocada que hechiza, que nos engulle en su belleza? ¿Un recuerdo poético, una fantasía perdida? Para Alfredo Pérez Alencart es todo y nada a la vez. Con su libro Selva que cabe en el tamaño de mi corazón, dice Alfonso Ortega Carmona, “no sentimos como introducidos en la fragua de la esencia de las cosas”.
Tras la lectura de un libro, los lectores manifestamos nuestros júbilos y emociones mediante inferencias, comentarios y opiniones a otros lectores. Creemos, ilusamente, que lo que hemos descubierto por nosotros mismos puede tocar también el corazón de nuestros interlocutores ocasionales.
La escritura y la lectura de un libro son actos profundamente personales e íntimos que, sin embargo, se deben comunicar a los demás por una razón ética: porque la belleza, o el encuentro con la belleza, nos devuelve a la condición humana . Y el arte, la poesía quiero decir, es, en principio, un mediador formidable para reencontrarnos con esa condición que a veces, de tanto verla, pasa inadvertida.
Confieso que no había leído antes la poesía de Alfredo Pérez Alencart; nada de nada. Sin embargo, creo que esto tiene una ventaja: leer sin condicionamientos ni prejuicios tus poemas. Y, sobre todo, leerlos previamente seleccionados por él bajo la idea de que la selva, tan gigantesca y misteriosa como es, pudiera amoldarse al espacio de ese territorio simbólico, estrecho y finito que es el corazón de un autor.
Alguien podría acusarme de ser un lector impresionista, un lector que privilegia las sensaciones y deja de lado las dimensiones intelectuales y reflexivas de la literatura. Aunque no es cierto, prefería que lo sigan creyendo. La verdad es que, como dice Alfonso Ortega Carmona en la contratapa de su libro, la poesía de Pérez Alencart tiene un impulso especial de representación plástica —yo añadiría emocional también— que debe ser conocida y divulgada a partir de estos condicionantes emocionales. ¿De qué otra manera el universo amazónico, desbordado y desbordante, podría ser poetizado? ¿Puede un lector en medio de la avalancha de sensaciones que convocan la flora, la fauna, los ríos, los vientos y las fuerzas naturales mantenerse incólume ante tu poesía?
Una cosa es la selva física y otra la emocional, aunque ambas estén conectadas. En su poesía convergen ambas de un modo peculiar Una, es asumida como el espacio nutricio, como la geografía maravillosa que, no obstante, gracias a la codicia de los enemigos de la naturaleza, está siempre amenazada. Pero no se trata de una visión ideológica, sino poética: talar los árboles y envenenar los ríos es matar la belleza de lo que no es solo físico; es matar al hombre mismo. El poema No dejarán cazar a son Luis Sanihue es muy representativo: “No dejaron cazar a don Luis Sanihue/ en el territorio que conmemoraba/ sus latidos.// […] No lo dejaron entrar. /No quisieran que buscara comida./ […] El mundo está al revés, se dijo./ Colgó arco y flechas/ y se dejó morir de hambre”.
Y la otra selva es la que llevas en su corazón, en su ADN, en sus recuerdos. Es la selva de la vida cotidiana, de los personajes pueblerinos, de los familiares y amigos que lo acogen cada vez que vuelve, de los pájaros, las plantas y lo alimentos que lo reconocen y reconoce. Hay dos poemas muy buenos atravesados por este enfoque temprano, y digo temprano porque están presentes en el primer libro, Madre selva, del 2002. “[…] Es de rigor volver/ con el asombro jubiloso/ de la infancia./ Las palabras endebles se sostienen con tamishi./ Las palabras reumáticas se curan con ishanga colorada./ Las palabras famélicas se alimentan con tacacho./ Las palabras ebrias se maceran con chuchuhuasi. / Las palabras se expresan con cautela: /podrían parecer el anverso de lo real; podrían no dejar germinaciones deseadas. / Lentamente/ me embadurno con la humedad del aire,/ con la dimensión que no se oculta,/ con la tierra caliente que me hunde en alabanzas/ mientras caigo de rodillas, tal y como caen los viajeros/ extraviados cuando encuentran un oasis […].” (Soliloquio ante el río Amarumayo). En este poema, además de la evocación de las bebidas, plantas y comidas sagradas y ancestrales, el poeta indaga en torno a las relaciones entre las palabras y las cosas, entre el lenguaje y la realidad; un arte poética atravesado sin duda por la ansiedad de expresar la esencia de las cosas.
En otro poema, Peticiones, uno de los más bellos del libro, el autor se coloca en el lugar de quien solicita a la madre naturaleza, a la tradición, a las palabras, a la fuerza poderosa de la amazonia que tu clamor interno se convierta en poesía, en selva íntima: “Pedí constelación de pájaros/ y en mi entorno revolotearon picaflores./ Pedí aromas esparcidos en mil962/ y por el aire se cruzaron parabienes./ Pedí peces, lagunas de orillas gredosas, / y las aguas aumentaron sus compartimentos./ Pedí familia y copiosas bienvenidas/ fluyeron desde selva adentro. […]Pedí Madre Selva y el mundo fue más leal/ con los hombres apegados a la tierra./ Pedí puntos cardinales y el horizonte/ se hizo himno, vigorosas pulsiones […]”.