Las dos caras de la primavera
El periodista Omar Aliaga debuta con una novela sorprendente, bien escrita y de grandes resonancias literarias. En su trama dos historias convergen: por un lado, dos periodistas que buscan, ilusoriamente, derrotar al mal y dignificar su profesión; y, por otro, un policía antihéroe que recoge y encarna las fuerzas ambiguas y contradictorias de la moral ciudadana.
La aparición de la novela Los hombres que mataron la primavera del periodista Omar Aliaga me ha suscitado una serie de reflexiones sobre su naturaleza, calidad y ubicación en el contexto de la novela contemporánea peruana. Para empezar, se trata de una opera prima que supera todas las expectativas. Uno esperaría, tratándose de la primera novela que escribe un autor, un texto corto que trata de controlar sus inseguridades y tantea sus audacias formales, pero lo que tenemos más bien es un libro de más trescientas páginas, con un hilo narrativo que, pese a sus reiteraciones, se desenvuelve firmemente a lo largo de una estructura segmentada pero eficiente.
Los hombres que mataron la primavera es, desde el punto de vista técnico y estilístico, un thriller policial con grandes ingredientes de sexo e historias melodramáticas. Pero es también una novela que juega a la ambigüedad entre realidad y ficción en la medida en que se basa (se basa, digo) en un hecho real muy conocido y divulgado por los medios de comunicación y que, inevitablemente, confronta al lector con su imaginario.
El canon de la novela o el thriller policial manda dos cosas fundamentales: que haya mucho suspenso o misterio y que contenga una historia con crímenes de por medio. Por lo general, las novelas de esta naturaleza suelen tener a un héroe (un periodista, un detective o un curioso que no teme arriesgar su vida en pos de un objetivo) que devela un crimen o impide que el mal, la injusticia y la corrupción ganen la batalla. En el libro de Omar Aliaga hay un héroe y una heroína, así como un antihéroe: dos periodistas románticos que cree en la verdad y en la dignidad de la profesión, y un coronel de la policía que presenta dos caras: la del símbolo de la justicia y la lucha contra el mal, y la del hombre oscuro que lidera un comando paramilitar que ejecuta a culpables e inocentes por dinero.
Los periodistas son Mauricio Paz y Candy Monteverde. Sus fuentes les dicen que detrás del policía héroe hay un hombre que es una máquina de muerte que la sociedad trujillana hipócrita mira con disimulo. Ambos, como se lee en la contraportada de la novela, “no solo buscan averiguar si esas muertes fueron ilegales, sino, sobre todo, saber si la causa de esos ajusticiamientos obedece al robo de un botín producto de coimas millonarias en las altas esferas del poder político. En su inmersión descubren, además, innumerables pistas que los conducen hasta el mundo sórdido del crimen, la justicia corrupta y la prostitución. Pero Mauricio y Candy no solo investigan la naturaleza de las muertes, sino que indagan también en las raíces de la relación amorosa que mantienen, salpicada a su vez de intensidad erótica, baches sentimentales y traiciones pasajeras. Mientras, por un lado, averiguan quiénes fueron los hombres que mataron la primavera; por otro, paulatinamente, adquieren la certeza de los límites y frustraciones que conlleva el amor”.
Ahora, cómo y dónde se inscribe en el contexto de la novela moderna peruana Los hombres que mataron la primavera. Creo que aparece en un momento en que el que se vive una especie de auge de este género, lo cual supone la continuidad de una tradición, pero también la revelación de algunas paradojas: la escasa resonancia en los medios y la ausencia de una crítica especializada. Tratándose de una novela de corte policial, este problema es aún mayor.
La aparición de un grupo de nuevos novelistas y cuentistas (muchos de ellos menores de 40 años a los cuales Fernando Ampuero califica como “la más sorpresiva explosión de talento” en la segunda década del siglo XXI), el rescate tardío de excelentes escritores de generaciones anteriores y la acogida de estos autores en grandes y pequeñas editoriales (como Infolectura, el sello que publica a Aliaga) nos revela que la narración parece gozar de buena salud en el Perú. El libro de Aliaga se inscribe en esta línea.
¿Por qué un género como la novela es aceptado por la mayoría de los lectores en el Perú? Parte de la explicación está en lo que ocurrió en el siglo XIX, que es el del esplendor de la novela realista, la cual se adaptó fácilmente a los desafíos del mundo moderno y se subió en un dos por tres al tren de la historia; es decir, satisfizo las ansías de entretenimiento y placer que buscaban los lectores de aquella época: nada de problematizar la existencia ni buscar el absoluto, como en el caso de la poesía. Digamos que hoy la novela expresa mejor la complejidad del mundo moderno y esto es algo que han intuido muy bien los lectores.
Los hombres que mataron la primavera es una novela cuyo valor reside, entre otras cosas, en su lenguaje (los diálogos no son soporte de lo verosímil, sino que impulsan y le dan los ritmos necesarios a las diversas historias que se cuentan) y el desarrollo de una trama en la que se nota el pulso de la prosa precisa, trepidante, periodística en muchos tramos, pero de grandes virtudes literarias.