La poética del caos
Un segundo libro, en el que explora la naturaleza y el origen del caos como parte esencial de la naturaleza humana, confirma a Joe Guzmán como una de las voces más auténticas y originales surgidas en la poesía trujillana de los últimos años.
Todos los poetas, parafraseando a Borges, crean sus precursores; es decir, fundan su propia tradición a partir de las lecturas que acometen y las afinidades literarias que descubren.
Las lecturas y las afinidades literarias ejercen después una marcada influencia en el estilo y en la manera de mirar el mundo que tiene el poeta. Cuando este es joven, sus versos muestran, implícita o explícitamente, qué hay detrás, qué fuerzas y saberes ocultos sustentan su poética en ciernes, hasta que encuentra su propia voz y entonces ya puede recorrer, sin ningún apoyo, el camino que resta.
Joe Guzmán (Trujillo, 1991), es, si queremos seguir la discutida clasificación generacional impuesta por el marketing y el mercado, un millenial y, como tal, un hombre globalizado y conectado con la cultura a través de las herramientas que ofrece el mundo virtual. Destaco esto para explicar en cierta forma de por dónde y de dónde viene el arte poética que traslucen sus versos.
Para mi generación, a caballo entre los baby boomers y los X, la cultura en nuestra juventud era, por una parte, una especie de herencia que recibíamos de nuestros mayores y, por otra parte, algo que teníamos que salir a buscar en bibliotecas, conferencias, salones de clase y conversaciones con los amigos. En pocas palabras, un proceso carente de la inmediatez informativa y comunicativa de la que tienen ahora a su disposición las nuevas generaciones.
Sospecho que las lecturas formativas de Joe Guzmán han oscilado entre las condiciones que ofrece la tradición del libro físico y las bibliotecas y la marea informativa del mundo digital. Digamos que estas serían las premisas. Las consecuencias saltan a la vista tras la lectura de La arqueología del caos, el libro que acaba de publicar con el sello independiente Paloma Ajena: una escritura enriquecida por un temprano acercamiento a las tradiciones poéticas occidentales.
En su escritura de perciben y traslucen algunos de sus precursores: Allen Gisnsberg, Enrique Verástegui y la poética colectiva horazeriana y Juan Ojeda. Del primero hay ecos de su postura contracultural, de los segundos el sujeto poético que recoge una voz colectiva que se mueve entre el descontento y la incertidumbre y del tercero el arte de navegar entre las aguas procelosas del desorden y la autodestrucción que contaminan las relaciones humanas.
Ángel Flores ha explicado muy bien la ambivalencia conceptual del título: “El caos es sombra, desorden, espanto y oscuridad, pero también es el estado originario de la materia, de donde surge el cosmos que ordena lo existente. Esto es lo que busca el sujeto poético en La arqueología del caos: el estado primigenio de su identidad”. En su excavación del desorden, Guzmán busca también el origen del mismo y, de paso, se busca a sí mismo como parte de un ser histórico y colectivo.
La arqueología del poeta sigue un derrotero que rompe la linealidad del tiempo y se estructura en cuatro partes: una que lleva por título una fecha, 25 de mayo de 2012, que es en realidad un poema que recoge un sentimiento de frustración paternal basado en una escena en la que el poeta despide a su hijo en una terminar de autobuses; dos, La arqueología del caos (sin duda la mejor parte del libro), que podría considerarse una inmersión intemporal en el desorden de la realidad a partir del desarrollo de algunos ejes temáticos: el suicidio artístico, el amor, el miedo, la locura, la pobreza, el heroísmo, la poesía, las brujas como emblemas de la discriminación femenina y el destierro; tres, El crujido de los fósiles, una especie de revisión de nuestro pasado a partir del pensamiento mítico; y cuatro, 17 de noviembre de 2018, un bello poema en homenaje a su hija Almendra.
Un poema, Amor, contiende, creo yo, todas las virtudes del libro: ritmo firme y prolongado, construcción de imágenes originales y plásticas y uso de referencias culturales en perfecta consonancia con el lenguaje literario. El poema está dirigido a Lucia Berlin, la gran cuentista americana reconocida tardíamente, y es realmente conmovedor: “Cada noche sueño/ con una adolescente de vestido negro/ que se balancea en un columpio oxidado/ a treinta grados bajo cero/ mientras piensa que el crujido del metal en movimiento/ es lo más parecido al sonido del amor./ Sus ojos son rocas de hielo suspendido en el aire/ y yo la miro/ y lloro/ y tiemblo/ porque ahora ya tiene treinta y dos años/ y una botella de whisky en lugar de un corazón. //Querida Lucía: yo te haría el amor/ con el estómago ardiendo de ibuprofenos/ te sacaría los ojos para colgarlos sobre mi pecho/ como un collar que sirve para alejar a los malos espíritus/ sabiendo que no hay peores fantasmas que tu escritura/ y tu bella sonrisa”. Notable, sin duda.