Verbo, ficción y geografía de Lima
Las novelas son narraciones extensas que seducen o desestabilizan emocionalmente al lector por lo que cuentan, pero también son espejos de un lenguaje y una geografía que revelan —a través de mentiras y verdades o ambas cosas— de que está compuesta una época y una ciudad. Esto sucede con Nueve vidas, la nueva novela de Leonardo Aguirre.
Un concepto convencional y apretado de novela dice que se trata de un género narrativo de ficción en prosa, extenso, en el que un narrador relata una serie de sucesos que ocurren en el tiempo y en el espacio, encadenados y configurados entre sí. No es una definición completa, pero recoge sus elementos más importantes.
A la luz del concepto anterior, Nueve vidas de Leonardo Aguirre es una novela, pero una que podríamos calificar de autoficción, un género en el que el narrador, el personaje y el autor son una misma persona en una historia que se supone ficticia. Digo esto, porque este parece ser el punto más sensible de la novela: el conflicto y la duda permanente entre lo que es ficción y lo que no lo es.
En Asociación ilícita publicada hace algunos años, su autor ya nos había adelantado su predilección por la autoficción y lo “vitriólico”. En dicho libro presentó una historia grotesca y estrafalaria de nuestra literatura basada en el dato biográfico, los dilemas éticos, las incontinencias verbales y la contradicción de sus protagonistas.
Aguirre es consciente de que el tipo de novelas que escribe le exigen un esquema compositivo claro y preciso, incluso banal, pero esquema al fin y al cabo. Nueve vidasse abre con una pequeña explicación/introducción en la que un narrador en primera persona revela un encuentro con el director de la Casa de la Literatura Peruana y anuncia la redacción de un informe que servirá como guía para una futura exposición en ese lugar sobre su vida y obra.
El esquema estructural y la trama de la novela contemplan un relato central (el informe/guion) y un diálogo que se interpola luego de cada parte o capítulo del anterior. El primero, tiene como punto de partida un juego de naipes al que llaman “Nueve vidas” alrededor del cual el narrador y sus amigos Ariel, Dorian y Rogelio mantienen vivo su vínculo afectivo. Todos ellos, además, comparten una compleja educación sentimental ambientada en la Lima de las décadas del 80 y el 90, un periodo tumultuoso, violento y desesperanzador de nuestra historia.
El informe/guion, además del relato central, desarrolla una serie de microrrelatos vinculados al narrador: su vida familiar y religiosa, sus hazañas y derrotas en la escuela, su relación con la música y los objetos más queridos, sus performances amorosas y su relación verbal y geográfica con la ciudad. El ritmo no es homogéneo ni lineal, está salpicado de una serie de saltos hacia atrás y de desaceleraciones que, sin embargo, no alteran ni pervierten la cadencia en general de la historia. La prosa de Aguirre es expansiva, llena de frases subalternas, con predilección por la coma y la explicación irónica.
Nueve vidas transgrede, asimismo, los convencionalismos de la novela. Por ejemplo, cuando emplea el pie de página, que, por lo general, es incómodo en la medida en que interfiere en la fluidez de la lectura. No sucede esto con Nueve vidas, donde, como en el caso de los libros anteriores, sirven para ampliar y complementar el relato.
Los diálogos que suceden a las partes narrativas parecen seguir el esquema de una entrevista informativa, pero son fragmentarios, los turnos de intervención no siguen un esquema lógico y las preguntas y respuestas están llenas de suposiciones y referencias reales. Es en este intercambio de palabras con un interlocutor (que parece ser más bien su alter ego) donde el narrador enfatiza y cuestiona, al mismo tiempo, el carácter ficticio de su literatura, la veracidad de los personajes femeninos que aparecen en sus libros, así como su desprecio por los críticos, reseñadores y demás fauna de la literatura limeña.
La novela es original por su estructura, por su eje compositivo y, desde luego, por el lenguaje con que está escrita y la ambición espacial que persigue. Lo primero, se refiere a la forma en que Aguirre alterna su prosa quebradiza con las reiteraciones de la jerga de barrio y la oralidad, lo cual se complementa con un despliegue minucioso, detallista y visual de la geografía de Lima. El narrador parece conocer los nombres y la disposición (así como el pasado) de cada una de las calles de Lima, una ciudad con la que mantiene una relación de amor/odio. Pero este lenguaje y este recorrido geográfico son el pretexto de lo que realmente nos quiere dejar ver: una ciudad caótica, llena de gente racista, (los jugadores de “Nueve vidas” tienen un “Cholométrico” para medir y almacenar las huachadas de la gente), machista, sexista, prejuiciosa y otras pestes más.