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Ser o no ser universales

1. De la provincia y el mundo

Podemos ser universales escribiendo a partir de los temas que nos rodean y sin caer nunca en la seducción “del diablo de la provincia”, que no es otra cosa que una estrechez de miras o una vocación por la gloria fugaz y local como la de Efimov, el violinista que se creía el mejor de la tierra.

El riesgo de mirar el mundo de manera estrecha y provinciana es que puede darnos una idea equivocada de lo que valemos. En el arte, uno puede partir de lo específico, pero la proyección de lo que hacemos tiene que ser universal, de lo contrario creeremos que la realidad se reduce a lo que nuestra limitada perspectiva nos permite.

En su novela SolenoideMircea Cărtărescu cita el caso de Efimov, uno de los personajes centrales de la novela Niétochka Nezvánova de Fiódor Dostoyevskiquien aprende a tocar el violín con pasión e inspiración y es muy célebre en la provincia remota donde vive. Efimov, debido a esa minúscula celebridad territorial y a una repentina soberbia, llega al extremo de creerse el mejor violinista del mundo. Un día, sin embargo, llega a su pueblo un verdadero violinista, alguien con una experiencia más universal, y brinda un extraordinario concierto. Luego de escucharlo, Efimov abandona el violín y no vuelve a tocar más en su vida. Así acaba, dice Cărtărescu, sus días un “pobre hombre seducido por el diablo de la provincia”, el autoengaño y la gloria ridícula.

Distintos son los casos de César Vallejo, Fernando Pessoa y V. S. Naipaul. Los tres crearon una espléndida literatura a partir de los temas banales que les proporcionaron los mundos provincianos en los que nacieron: Santiago de Chuco, Lisboa y Chaguanas (Trinidad y Tobago), solo que ellos aspiraron a lo universal, a eso que según el DRAE “comprende o es común a todos” y se logra a través de la conexión con las fibras más íntimas del alma humana.

Estos autores mencionados elevaron a una categoría estética superior lo cotidiano, lo local y lo simple a través del lenguaje y el sentido de la existencia. Los tres, además, no se dejaron persuadir por el diablo de la provincia y la soberbia y construyeron, desde la periferia, una visión cosmopolita del mundo gracias a las lecturas y las relaciones políticas y culturales que cultivaron. Esta es la única manera de romper una estructura cultural de poder: un centro que acapara todo y una periferia que pugna, sin ninguna posibilidad de éxito, por conseguir un pedazo de los privilegios de ese centro.

Es curioso que en un mundo interconectado y globalizado algunos escritores defiendan la idea de que lo local es lo único auténtico y vendan su alma al diablo de la soberbia y el chauvinismo provinciano. Peor todavía: que ignoren que la lengua en la que escriben, el español, es una lengua de la periferia que, aunque cuente con más de quinientos millones de hablantes, no es todavía una lengua de poder. La importancia de una lengua, de acuerdo a Fernando Iwasaki, está determinada “por su grado de influencia en la vida cotidiana de las sociedades o en la aprehensión del conocimiento”. Quizás lo primero lo tenga el español, pero no lo segundo.

En su libro Momentos literarios, V. S. Naipaul confiesa que de joven sintió que carecía de una “tradición literaria viva” y que haber nacido en una colonia era un lastre para su vida. Pero tras una serie de dificultades y fracasos, adquirió conciencia de la historia de Trinidad, de su origen hindú y del objetivo personal que perseguía; entonces se lanzó a escribir sin mayor temor que su propia capacidad y se apropió del mundo que tenía al alcance de la mano, de las calles de su barrio, de las personas que lo rodeaban, de los recuerdos que alimentaban su vida provinciana; es decir, decidió ser universal.

(Suplemento Enfoque del diario La Industria de Trujillo, 17 de marzo del 2019)

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Kundera el provincianismo literario

En su historia personal de la novela, Milan Kundera indaga en los prejuicios e interpretaciones a que ha dado lugar entre los escritores la vieja confrontación entre provincianismo y contexto universal desde hace varios siglos.

He escrito sobre este tema varias veces, pero me gustaría enfatizarlo a raíz de la lectura del libro El telón. Ensayo en siete partes de Milan Kundera.

Creo que el provincianismo y su mayor manifestación ―la estrechez de miras―, son males que corroen a la literatura en general, pero tratándose de un país desarticulado y plural como el nuestro, con literaturas orales y escritas, antiguas y modernas, autóctonas y occidentales, el tema cobra capital importancia.

Kundera define al provincianismo como “la incapacidad (o el rechazo) a considerar su cultura en el gran contexto”. El gran contexto sería para nuestro tiempo la cultura universal y lo global que, para bien o para mal, ha reconfigurado los conceptos de centro y periferia.

El provincianismo literario sería una ideología, aunque también un estado de ánimo y una postura personal. Él novelista checo estudia los casos de los países del centro de Europa, sin embargo su análisis se puede extrapolar a lo que ocurre en Latinoamérica y el Perú.

Hay dos tipos de provincianismo, según Kundera: el de las naciones grandes y el de las pequeñas. “Las primeras “se resisten a la idea goetheana de literatura mundial porque su propia literatura les parece tan rica que no tienen que interesarse por lo que se escribe en otros lugares”.

En el caso de las segundas, las pequeñas, “se muestran reticentes al gran contexto por razones precisamente inversas: tienen la cultura mundial en alta estima, pero les parece ajena, como un cielo lejano, inaccesible, por encima de sus cabezas, una realidad ideal con la que literatura tiene poco ver. La nación pequeña ha inculcado a su escritor la convicción de que él sólo le pertenece a ella”.

Pero esta división puede también analizarse desde el marco de lo nacional. En principio, la soberbia de no mirar más allá de nuestras fronteras no iría con nosotros, un país más bien apocado o dañado en su autoestima. Lo peligroso, en todo caso, es lo segundo:  ver la literatura y la cultura globales como lejanas y difíciles de alcanzar. Es lo que Mircea Cărtărescu llama “el diablo de la provincia”, que no es otra cosa que una estrechez de miras o una vocación por la gloria fugaz y local. Como escribí en otro artículo, el riesgo de mirar el mundo de manera estrecha y provinciana es que puede darnos una idea equivocada de lo que valemos.

La literatura, aquí y en todas partes, es apreciada por sus valores estéticos y culturales y por su esfuerzo en elevar a una categoría estética superior lo cotidiano, lo local y lo simple a través del lenguaje y el sentido de la existencia. O, también, por tomar lo mejor de lo global para enriquecer una literatura nacida en un contexto definido, popular o provinciano. Esos valores que hacen grande a una literatura son percibidos mal o de manera distorsionada, dice Kundera, “desde el punto de vista del pequeño contexto”.

Vivimos en un mundo interconectado y globalizado y, pese a esto, se defiende la idea de que lo local es lo único auténtico o lo que único que posee valor. La importancia de una literatura se define, como dije antes, por sus valores estéticos y culturales, así como por su capacidad para darle sentido a la condición humana venga de donde venga: de lo local, de lo folclórico, de lo provinciano o de lo aldeano.

 (Suplemento Enfoque del diario La Industria de Trujillo, 14 de agosto del 2019)


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