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Expansión y contracción de la literatura regional

No siempre los procesos creativos van de lo mano con los estudios literarios. Cuando esto no ocurre, tenemos una visión empobrecida de lo que se hace y una suma de autores que brillan como estrellas solitarias, desarticulados, sin saber muy bien cuál es su vínculo con la tradición. No obstante, existen excepciones que hacen posible un nuevo impulso para revalorar el proceso literario trujillano.

En un artículo anterior,  La tradición literaria de Trujillo (La Industria, 12 de diciembre del 2021), sostuve que la influencia y el impulso propiciado por César Vallejo y la narrativa indigenista de Ciro Alegría no se había correspondido con una propuesta literaria y crítica local que se pudiera sostener en el tiempo. Dije, además, que ambos eran “como cabos sueltos, como caminos que las generaciones venideras no siguieron o simplemente no conservaron como auténticas rutas de escape”.

La interrogante central de mi artículo era la siguiente: ¿cómo es que las generaciones subsiguientes a Vallejo y Alegría asumieron la tradición literaria de Trujillo, ya sea por el doble juego de la ruptura y la continuidad o a través de un diálogo fructífero entre el presente y el pasado? También afirmé que desde los años 20 hasta la actualidad, el proceso creativo y la crítica literaria no habían dialogado lo suficiente y que esto se traducía en una gran pobreza en los estudios literarios y un proceso creativo desarticulado y atomizado por la falta de investigaciones en este campo.

Una manera de constatar este divorcio entre los estudios y la creación —vuelvo a decirlo— es que ni la vieja universidad pública ni las privadas que se fundaron después han tenido las carreras de Literatura o Filosofía como resultado de un rico y pasajero proceso de la cultura surgida del poder de las provincias. Otra pista es indagar cuántas tesis sobre el tema se han desarrollado en las universidades locales en los últimos cincuenta años. “¿Cómo y desde dónde pensar entonces la literatura que se produce en esta parte del país?”, me preguntaba en el artículo citado.

También afirmé que, por supuesto, habían excepciones en toda esta orfandad, sin que esto significara que estas excepciones habían llenado por completo el vacío existente. Destaqué los estudios pioneros y de gran valía de Saniel Lozano Alvarado, Jorge Chávez Peralta y Elmer Robles Ortiz. Pero, aclaré, que era tan poco que era como no tener nada. En ningún momento negué sus aportes e importancia. Es más, varias veces me he ocupado de reseñar los libros publicados por algunos de estos autores. Es verdad que, por premura y por sentido de la oportunidad, no cité los ensayos escritos por el historiador Blasco Bazán Vera y Edición extraordinaria. Antología general de la poesía en La Libertad (1918-2018) de Bethoven Medina Sánchez, entre otros autores; omisiones involuntarias que, según me he informado indirectamente, parecen haber generado algún malestar. Tengo reparos puntuales a los trabajos de estos últimos, pero eso no significa que niegue su contribución.

No sé si motivado directa o indirectamente por mi texto, Saniel Lozano Alvarado publicó el artículo Sentido y razón de ser de las literaturas(La Industria, 19/12/21). Allí sostiene que las literaturas regionales “son fruto natural de todas las sociedades y naciones heterogéneas”; que en el Perú se ha priorizado, como si fuera el único el sistema literario valedero,  “la literatura culta en español” en desmedro de las literaturas populares; que en Latinoamérica, como en otras partes del mundo, “las regiones tienen su realización literaria propia”; y que “lo característico en el Perú es la diversidad local y regional”. Cierra su artículo con una enumeración de autores y libros que han estudiado la literatura regional desde Marco Antonio Corcuera hasta Danilo Sánchez León.

No puedo estar más de acuerdo con lo señalado por Saniel Lozano Alvarado, pero hago las siguientes salvedades a su punto de vista: los estudios que existen son excepciones que confirman la regla (su valor es, por la tanto, singular); son en su mayor parte muestrarios de lo que se hace, no llegan a ser ensayos críticos que hagan dialogar lo universal con lo local (como sí lo son, por ejemplo Escritores de la Región La Libertad o Literatura Regional de La Libertad del autor citado);  no creo que mi enfoque sea hacerle el fuego a la literatura culta, creo, más bien, que se complementa con lo que Alvarado Lozano sostiene. La literatura regional no tiene por qué oponerse a la literatura universal. Si fuera así, no existirían las obras de Vallejo, Valdelomar y Watanabe, autores que supieron combinar, con gran maestría, ambos conceptos.

De lo que hay que cuidarnos es de mirarnos siempre al ombligo. Hay que estudiar el proceso literario liberteño como un todo, no como una suma de datos, biografías y enumeraciones de libros, como si se tratase de un compendio de recetas. No nos quedemos en la periferia y en el plancito lector regional (eso es para vender y paracontentar a mediocres). Lo local, debe, tiene, que ser al mismo tiempo universal. Hay que instalar un telescopio más allá del espacio del proceso literario regional para mirar las primeras estrellas, el instante del Big Bang, para ver cuánto se expande o se contrae lo que estamos escribiendo.

 

 

 

 

 

 

 

 


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