La tradición literaria de Trujillo
La riqueza literaria de un medio se mide no solo por la calidad de los libros que sus autores producen, sino también por la forma en que estos asumen su tradición, ya sea mediante el doble juego de la ruptura y la continuidad o a través de un diálogo fructífero entre el presente y el pasado.
Es una suerte —o una coincidencia o un juego del azar —para quienes vivimos en Trujillo que en este parteaguas tengamos como representante a un poeta que funda una tradición. Sí, que la funda, pues todo lo que tuvimos antes no tenía, como creen muchos estudiosos, un carácter autónomo o independiente.
Vallejo no es solo una voz genial que encarna en sí misma un universo literario, sino también el representante de una generación que —otra vez debido a una coincidencia o un juego del azar— cambió radicalmente el modo de escribir, producir y entender la literatura peruana.
Cualquiera podría pensar que el protagonismo de Vallejo y La Bohemia de Trujillo en las primeras décadas del siglo XX torció para siempre el magro y mediocre proceso literario trujillano, pero eso fue circunstancial: mientras Vallejo y sus amigos vivieron aquí ejercieron una gran influencia sobre sus contemporáneos. Después, nada o muy poco
¿Qué pasó en las décadas venideras? Entre los años 20 y 30, la época del oncenio, el postmodernismo y el vanguardismo no parecen haber tenido voces destacadas en estos lares, al menos en la dimensión de Vallejo. Es más bien en la década del 40 cuando emerge la narrativa indigenista y la épica andina de Ciro Alegría, que otra vez tenemos a un autor muy ligado a Trujillo y a La Libertad, pero, igual como sucedió con el periodo de Vallejo y La Bohemia, un autor casi sin seguidores en el medio, sin un vínculo visible y claro con una propuesta literaria y crítica local que se pudiera sostener en el tiempo. Vallejo y Alegría son como cabos sueltos, como caminos que las generaciones venideras no siguieron o simplemente no conservaron como auténticas rutas de escape.
Las generaciones de Vallejo, Orrego Alegría, hombres ligados, al menos los dos primeros, a la vida universitaria parecen no haber ejercido la menor influencia sobre el proceso educativo regional. La mayor prueba de ellos es que ni la vieja universidad pública ni las privadas que se fundaron después han tenido las carreras de Literatura o Filosofía como resultado de este rico y pasajero proceso de la cultura surgida del poder de las provincias. ¿Cómo y desde dónde pensar entonces la literatura que se produce en esta parte del país?
En los años siguientes, en las décadas del 50 y el 60, digamos, con el surgimiento de la literatura urbana y la hegemonía de la generación del 50, alcanza un liderazgo —discreto por decirlo de alguna manera— el grupo Cuadernos Trimestrales de Poesía, una de cuyas mayores virtudes fue publicar una estupenda revista y crear el concurso El poeta joven del Perú; y el grupo Trilce, una generación de brillantes poetas y narradores que encumbró por algún tiempo individualidades, aunque no logró remecer colectivamente las estructuras culturales del medio, como lo hizo Hora Zero en Lima y algunas ciudades del interior. Algunas antologías y ensayos sin mayor penetración crítica y sentido histórico dan cuenta de estos momentos.
Hay, por supuesto excepciones en toda esta orfandad, sin que esto signifique que estas excepciones han llenado el vacío existente, al menos en los que a estudios críticos se refiere. Es oportuno reconocer los estudios pioneros y de gran valía de Saniel Lozano Alvarado, Jorge Chávez Peralta o Elmer Robles Ortiz, por ejemplo. Pero es tan poco que es como tener nada.
Y en cuanto a creación, nadie podrá negar la existencia de voces de altísima calidad reconocidas en premios como Copé o El Poeta Joven del Perú. ¿No nos dice acaso algo esta cadena de nombres: ¿Vallejo, Orrego, Alegría, Romualdo, Watanabe, Lizardo Cruzado y David Novoa? Y paro de enumerar para no generar polémica ni enconos. Hay que anotar, por cierto, que algunos autores de esta lista hicieron su carrera literaria fuera de Trujillo.
Frente a esta constatación de este complejo proceso creativo y de la carencia de estudios críticos más ambiciosos, ha llegado, creo, la hora de articular o recomponer o refundar esta tradición despedazada.Escritores, poetas, editores y críticos están llamados a retomar ese camino abierto por Vallejo, Alegría, Orrego, los integrantes de los grupos literarios Cuadernos Trimestrales y Trilce y tantos otros autores. Pero antes, creo, los creadores jóvenes deben abrir los ojos muy bien y dejarse de zalamerías, paterías, envidias y deslealtades que a nada bueno conducen. Y, sobre todo, deben dejar de lado la soberbia de pensar de que con ellos comienza todo, negándose así a un diálogo con el pasado, con las generaciones anteriores, con la tradición.