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El dios más poderoso

Walt Whitman fue poeta, periodista, narrador y profeta, pero antes que nada fue un innovador y un amante de la libertad. Innovador porque inventó un nuevo lenguaje y una nueva manera de poetizar, menos formal por decirlo de alguna manera. Y un hombre libre, porque no tuvo miedo de hablar de cosas prohibidas como el sexo y el placer en medio de una sociedad pacata y represora.

Si no hubiera sido un gran poeta, su autobombo, su autopublicidad y sus ficciones periodísticas serían meras anécdotas. Qué personaje tan fascinante es el que se retrata el libro El dios más poderoso. Vida de Walt Whitman de Toni Montesinos, un personaje del "ego", del "yo" y del "sí mismo". «¿Cómo no adorar a un hombre que se adora a sí mismo? [...] Whitman quiso hacer el amor con todos los seres humanos. La única manera de hacerlo fue acostándose con la Democracia», dice Manuel Vilas citado por Montesinos.

El biógrafo también cita sobre el tema a Enrique López Castellón: «[...] se ha criticado de él su carácter egotista, sin comprender que el egotismo de Whitman no responde a la definición académica ("sentimiento exagerado de la propia personalidad"), sino que debe ser entendido dentro de su concepción filosófica del sí mismo, pues este no es concebido por el poeta como el íntimo y profundo ser personal, se trata más bien, del Ser universal manifiesto en el hombre; y, en este sentido, se opone al "ego" o "yo fenoménico. Dicho de otra manera, el "Canto a mí mismo" es, en realidad, un canto a todos los hombres identificados con la naturaleza entera».

Tamaño ser y tamaña desmesura poética, como la de Whitman,  tenían que ver, sin duda, con la clase de conciencia que había desarrollado. El psiquiatra Richard Maurice Blucke dijo al respecto: «La conciencia cósmica difiere de la conciencia corriente y de la autoconciencia; es una tercera forma de conciencia que nace de una compenetración del fondo más profundo del individuo con todos los seres del universo. Esa conciencia va acompañada de un estado de elevación, de júbilo, de exaltación, de un avivamiento del aspecto moral, un sentido de inmortalidad, de vida eterna, no como algo que se tendrá, sino como algo que ya se tiene». En su definición, el psiquiatra no se refería estrictamente a Whitman —del que además era amigo—, pero qué otro mejor ejemplo que él para explicar este poderoso tipo de conciencia. La influencia del autor de "Hojas de hierba" a través de su poesía, su conciencia cósmica y su visión original de la vida sigue ejerciendo una enorme influencia sobre la poesía, a más de doscientos años de su desaparición.

Otro dios, Borges, mucho más discreto, escribió sobre su admirado Whitman: «Durante un tiempo pensé en Walt Whitman no sólo como un gran poeta, sino como el único poeta. En esta última instancia suponía que todos los poetas que el mundo hubieron hasta 1855, meramente se habían dirigido hacia Whitman y que no imitarlo era un signo de ignorancia». Más radical fue D.H, Lawrence: «Por delante de Whitman, nada. Por delante de todos los poetas, explorando la jungla de la vida sin desbrozar, Whitman. Más allá de él, nadie. [...] nadie va realmente más allá. Porque el campamento de Whitman se halla al final del camino, y al borde de un gran precipicio. Sobre el precipicio, extensiones azules, y el vacío azul del futuro. Pero no hay manera de bajar. Es un callejón sin salida». No puedo dejar de pensar que un dilema parecido nos dejó Vallejo con su potente poesía. Recomiendo el libro de Toni Montesinos, un autor que ha sabido desnudar a un viejo y poderoso dios de la poesía universal.

Pero el poeta no la tuvo fácil. Paralelamente al autobombo publicitario que solía acompañar a cada nueva edición o reseña de Hojas de hierba,  recibía una oleada de críticas, muchas de ellas furibundas y enconadas. «El autor debería ser echado a puntapiés de toda sociedad decente, por pertenecer a un nivel inferior al de las bestias. No hay inteligencia ni método en este parloteo desarticulado, y creemos que debe tratarse de un pobre loco escapado en pleno delirio del manicomio» (anónimo en un periódico de Boston). Rufus Wilmot Griswold, un crítico muy importante de la época, escribió que el libro era «un montón de estúpida porquería escrita por un asno sentimental que hubiera muerto de amor no correspondido». Algo parecido sostuvo el irlandés Henry Bidgard Bagshawe: «Hemos hojeado este libro con asco y con asombro; asombro de que haya quien ose imprimir este fárrago de inmundicia, estas elucubraciones que se parecen más al desvarío de un borracho, o de alguien medio loco, que a lo que una persona sensata juzgaría adecuado ofrecer a la consideración de sus semejantes». Los ataques eran una reacción frente a una manera antiliteraria de hacer poesía, de poetizar en prosa digamos. Asimismo, se trataba de una crítica a lo que se consideraba inmoral o antiético, debido a que Whitman se permitió escribir con un gran margen de libertad sobre el sexo y el cuerpo masculino y femenino. «Él fue el primero en hacer añicos la vieja concepción de que el alma del hombre es algo “superior” a la carne, algo que está “por encima” de esta […]. Whitman fue el primer vidente heroico que tomó el alma del pescuezo y la plantó entre los tiestos de barro», escribió H.H. Lawrence.

Solo un dios tan poderoso pudo haber albergado una fe tan grande y resistido tanto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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