El valor de lo inadvertido
¿De dónde vienen los temas que impulsan una historia de ficción o de no ficción? ¿De nuestras experiencias conocidas o de impulsos más bien oscuros de nuestro mundo interior? Antón Chéjov no se hacía problemas con esto: él creía que los mejores temas se encuentran en la realidad que pasa desapercibida.
Durante el desarrollo de un taller para escribir historias de ficción y de no ficción que vengo dictando hace unas semanas, se me ocurrió preguntar en la primera clase a los participantes de dónde creían ellos que podían sacar los temas para sus relatos y cuáles eran las motivaciones que los impulsaban a elegirlos.
El tema, como se sabe, es crucial para desarrollar una historia, pues se trata del asunto general que va a guiarla de principio a fin. El tema, dicen los manuales de técnicas narrativas, se establece comprimiéndola hasta dejarla en su esencia, abstrayéndola, sacando de ella detalles y excesos para hacerla general, de modo que podamos definirla en unas cuantas palabras tipo la soledad, el odio, la traición, los celos, la desobediencia, etc.
Las respuestas de los participantes a mi pregunta fueron variadas. Unos dijeron que los tomaban a partir de historias ajenas, otros que los sacaban de alguna noticia que habían leído o visto en la televisión y algunos dijeron que no podían explicar cuál era su procedencia, pues sentían que la elección era el resultado de un impulso interior un poco confuso. Uno sostuvo que él creía que los temas más bien elegían a los escritores, aunque no en todos los casos.
El magnífico novelista inglés de origen pakistaní Hanif Kureishi afirma que los temas “vienen de la experiencia, de lo que ya ha sucedido” y que “las historias están en todas partes, y pueden elaborarse de las cosas más simples”. Por su parte, Richard Ford, el autor del hermoso libro autobiográfico Flores en las grietassostiene que la escritura viene del caos, de la incertidumbre y que el escritor parte de la nada. “Los relatos, y también las novelas […] tienen su origen en impulsos vigorosos y desordenados; se proveen de acumulaciones azarosas de vida volcadas en palabras, y en su creación se valen de la desgracia, la memoria defectuosa, el azar […] todo lo cual culmina a menudo en un objeto de tensión, difícil de contener y que sólo se sostiene gracias a un control feroz y a veces insuficiente”, dice Ford.
¿Quién tiene la razón: Kureishi o Ford respecto a la procedencia o motivaciones de los temas? Los dos, sin duda. Las historias se escriben a partir de la experiencia y lo conocido, pero también a partir de lo caótico y lo azaroso. No hay una regla de oro para esto: los temas pueden venir de lo que nos resulta familiar y también de zonas oscuras de nuestras vidas.
Alonso Cueto cree que los temas se eligen en función a una premisa: que el escritor es un proveedor sofisticado de instintos básicos del ser humano, como un religioso y un cocinero. Es decir, que, así como el primero proporciona a los individuos alimentos exquisitos y el otro una fe inquebrantable y todopoderosa, el escritor tiene la capacidad de crear para los seres humanos historias convincentes, bellas e inolvidables.
Según Anton Chéjov, los grandes temas de la literatura se encuentran en lo que no vemos, en lo que pasa desapercibido. En otras palabras, que los grandes temas están en la realidad corriente, pero que de tanto frecuentarlos terminamos por ignorarlos o cubrirlos con el manto de nuestra ceguera diaria, esa que elige ver solo aquello que considera “importante”. Basta leer la famosa crónica Nueva York, una ciudad de cosas inadvertidas, de Gay Talese, para saber cómo funciona esto. En su historia, este miembro canónico del Nuevo Periodismo norteamericano se fija en la otra Nueva York para pergeñar su relato: la ciudad inadvertida, la de los gatos, las hormigas y los armadillos, así como la de los personajes como botones de hoteles, un mendigo, una fabricante de pelucas y una predicadora que llega al lugar donde ofrece la palabra de Dios en una limusina.
Pero hay más cosas inadvertidas que Talese introduce en su crónica: las veces en que parpadean los neoyorkinos, los litros de cerveza que beben y las libras de carne que se llevan al estómago a diario y el número de los que nacen y se van a la tumba durante las últimas veinticuatro horas. Y así por el estilo. El resultado es una ciudad que parece extraña, pero que está retratada a partir de lo conocido, solo que como son hechos y datos corrientes sus habitantes no los reconocen o tardan en establecer una relación con ellos. Y sí, como dice Chéjov, los grandes temas se encuentran en lo que no vemos, en lo que pasa desapercibido.
En realidad, no importa de dónde procedan los temas y cuál sea su naturaleza, lo cierto es que a partir de un asunto determinado un escritor pueda narrar una historia convincente, seductora, que tome por asalto la atención del lector o del escucha y lo arrastre cautivado desde las primeras hasta las últimas palabras, que lo haga su cómplice, que lo introduzca en la materia narrativa así sea con una carnaza manida o banal. Qué importa. La narración es un poder: el poder de la persuasión, y a los seres humanos nos gusta que nos persuadan con buenas historias.