“Maestro mágico y liróforo celeste”
Paul Verlaine fue un excelente poeta, pero no todos los recuerdan por su poesía, sino por su relación desenfrenada con Arthur Rimbaud. Pese a todo, su influencia literaria se dejó sentir entre los modernistas, sobre todo en Rubén Darío, quien lo llamó “maestro mágico y liróforo celeste”.
“Padre y maestro mágico, liróforo celeste / que al instrumento olímpico y a la siringa agreste / diste tu acento encantador; / ¡Panida!, Pan tú mismo que coros condujiste / hacia el propileo sacro que amaba tu alma triste, / ¡al son del sistro y del tambor!”. En 1896, tras la muerte de Paul Verlaine, Rubén Darío, su más aprovechado discípulo en lengua castellana, le escribió este magnífico responso.
Paul Verlaine fue un magnífico poeta, pero no todos los recuerdan por su poesía, sino por sus amoríos con Arthur Rimbaud, a quien conoció en 1871, cuando éste contaba con diecisiete años. Esta relación fue un verdadero desenfreno público. Consumían ajenjo y haschish, cuando no alcohol, amándose de una manera salvaje, casi violenta. Debido a esto, un periodista amigo de Verlaine, Edmond Lepelletier, llamó al autor de las Iluminaciones“mademoiselle Rimbaud”, atrevimiento que casi le cuesta la vida. La alusión era clara: la unión sodomita era la comidilla de París.
La aparición de Rimbaud en la vida de Verlaine quebró el matrimonio entre y Matilde Mauté. Ella nunca le perdonó al “chiquillo insolente” que sacara al marido de su tranquilidad espiritual y lo echara otra vez a la existencia libertina. De ahí en adelante la cosa fue de mal en peor: escapadas continuas a Bélgica y Londres; crisis de nervios hasta rozar la esquizofrenia; y, finalmente, el epílogo de la unión sodomita. Verlaine intenta suicidarse porque su esposa no quiere regresar más a su lado; y como no lo consigue, se emborracha hasta el embrutecimiento. En este trance, discute con Rimbaud y luego le dispara a quemarropa, hiriéndolo en la muñeca. Arthur se asusta y pide ayuda a la policía. Verlaine es detenido y condenado a dos años de cárcel y al pago de 200 francos de multa.
Pero no todo era conflicto, placer libertino y escándalos. Verlaine no sólo sentía afecto por Rimbaud; también lo admiraba y estaba convencido de la genialidad de su amigo: “No se trataba al principio —confiesa— de un afecto ni de una simpatía cualquiera entre dos temperamentos tan distintos…, sino de una admiración y un asombro extremados ante aquel chico de dieciséis años, que ya por aquel tiempo había escrito cosas que, como ha dicho muy bien Fenelón, puede que estén por encima de la literatura”.
Verlaine, sin embargo, no es Verlaine por la vida trashumante y libérrima que tuvo, sino por los versos que escribió. Después de Charles Baudelaire es quien —según los entendidos— más honra da a las letras francesas. Éste es indiscutiblemente el rey; aquél, el heredero, el príncipe que deslumbró con su música al París del siglo XIX, la del vino, la bruma y la revuelta social: "Y sin duda temblando entre los tres horrores / si acaso es más terrible / morir por los terrores / de las tinieblas densas / o en el río profundo, / en tus brazos, Sirena, París, Reina del mundo”.
Cuando Verlaine cobra protagonismo literario, Víctor Hugo y Baudelaire dominan la vida literaria de Francia. Ambos influyen, como el mismo lo reconoce, en su trabajo, especialmente Baudelaire con Las flores del mal. Con él descubre la alquimia del verbo, la inspiración plástica y pagana, la música ante todo. Entonces su capacidad de asimilación es tan grande, que alguien tuvo el acierto de llamarlo “el camaleón de la poesía francesa”. Si bien creció a la sombra de los parnasianos, su voz halló un aliento propio en el que priman la espontaneidad melódica, el temblor de la emoción y el pensamiento.
Verlaine fue antes que nada un magnífico creador. Los biógrafos y críticos reconocen que su capacidad de creación era tanta que podía hacerlo en medio de los climas emotivos más disímiles. Lo prueban, sin duda, sus poemas. La buena canción(1870), quizás lo mejor que escribió, es un libro donde se consagra a la exaltación del amor nupcial. Fue compuesto en gran parte durante sus años de noviazgo con Mathilde Mauté, época de sosiego y de transfiguración amorosa: “Quiero, guiado, por vos, bellos ojos de llamas dulces, / Por ti conducido, oh mano donde temblará mi mano, / Marchar recto, ya sea por senderos de musgos / O entre rocas y guijarros entorpeciendo el camino…” (Poema XV).
Por encima de esta biografía azarosa de Paul Verlaine, plagada de hechos ignominiosos, vicios, lupanares y arrepentimientos paganos, creemos distinguir al amigo de la palabra, al hechicero que desmitificó a la gloria en tres palabras. Su poesía, ciertamente, lo sobrevive.