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Rating, democracia e independencia

 ¿Qué extraño vínculo perverso existe entre el rating con la defensa de la democracia, el modelo económico y las boberías y frivolidades?  Cuando la prensa se alía con un interés, violando los principios de la objetividad y la ética, ¿en realidad defiende al rating o a causas sociales que valen la pena?

Se ha escrito hasta el cansancio sobre el rol de la prensa en las últimas elecciones. Se ha criticado su falta de objetividad y su impune manera de mezclar información con opinión, así como de ponerse a órdenes de grandes intereses económicos en desmedro de la lo que quiere la mayoría: cambios, justicia e igualdad.

También se ha dicho, desde siempre, que la prensa debe ser una piedra en el zapato del poder y que debe mantener con este una relación de tensión antes que de complacencia o servilismo. Una prensa que se fiscaliza, que se enfrenta, que incomoda y vigila los vaivenes de los poderosos es ciertamente una garantía de que estos deben conducirse con cuidado sin no quiere exponerse a las críticas y revelaciones del poder mediático.

El comportamiento de nuestra prensa, por lo menos en las elecciones últimas, ha estado dividida: un monolítico 90% a favor de una candidata y un modelo: liberal, derechista; y un 10% (son mis cálculos) a favor de otro candidato, de izquierda extrema, en un inicio. Lo curioso es que el público al que se dirigían esos medios estaba dividido: mitad y mitad, sin embargo, el 90% de medios que estaban favor de una candidata y un modelo habían optado por escribir contra el público (eso otro 50% que pensaba todo lo contrario que ellos), no en el sentido que dice  Martín Caparrós.

El periodista Martín Caparrós afirma que a los verdaderos periodistas a veces no les queda más remedio que escribir contra el público, no para atacarlo, sino más bien para educarlo, para abrirle los ojos, para decirle la verdad, para revelarle un lado inédito y constructivo de la realidad. Esto es, a todas luces, una decisión valiente que tiene una dimensión ética que hay que admirar y valorar.  

Y cita como ejemplo su propio libro, El hambre, cuyo objetivo es denunciar la "pornografía de la miseria", llamar la atención sobre lo canalla de las luchas contra este mal que vienen desde la política y explicar que al hambre no es un problema de pobreza sino de riqueza, pues existen suficientes alimentos y dinero para que más 800 millones de personas no coman lo suficiente o simplemente no coman nada. “Uno ve las listas de lo más leído en muchos de los grandes medios y son una colección de variedades bobas. Si eso es lo que suponemos que el público quiere, cada vez más vale la pena escribir contra el público, contra lo que supuestamente el público pide y a favor de lo que uno cree que tiene que contar”. Hay que tener en cuenta, sin embargo, como dice el propio Caparrós, que este es un periodismo de dignos y hermosos fracasos, que tiene en cuenta más las intenciones que los efectos, pues su intención más que cambiar la realidad es descubrirla.

Esos periodistas de Willax, Canal N, RPP, América y Panamericana (por poner solo ejemplos de la televisión abierta de señal abierta o cerrada que optó por una campaña de favoritismo), ¿hacían periodismo contra el público para educar a este, para abrirle los ojos, para propiciar el cambio, democratizar la sociedad, defender la democracia y eliminar los privilegios de las minorías? No que yo sepa, y ustedes tampoco.

Si seguimos a Martín Caparrós, la razón oculta es el rating (la visible es la “defensa de la democracia”).  Y esto grave porque ha alcanzado también a los periodistas de medios impresos. dice el cronista argentino que hasta hace pocos años ellos estaban libres de la sombra letal de rating; es decir, de las medidas de audiencia de los programas de televisión o radio. Ahora, lamentablemente, han sido engullidos por este agujero negro mediático. Como el modelo del negocio periodístico vive una crisis muy aguda, los dueños de los medios y los periodistas en general no les queda más remedio (¿no les queda de verdad?) que dejarse arrastrar por esa descomunal fuerza gravitacional.

Si recordamos los titulares de medios impresos y digitales sobre la campaña electoral, Caparrós tiene razón. Si en los medios audiovisuales el rating busca las cifras que prueben cuántas personas o familias de un público objetivo están viendo un programa de televisión u oyendo un programa de radio, en los medios impresos se necesita saber cuántos lectores compran o leen determinado diario o revista para darles lo que solicitan de manera rápida y directa. Y encima les hacen creer que todo es por la democracia.

El rating parte de una condición perversa: que quienes ven, escuchan o leen medios son, antes que seres humanos, cifras y que estas cifras arrojan preferencias o necesidades artificiales que hay que satisfacer automáticamente. La televisión y la radio hace rato que se entregaron dócilmente a este juego perverso: tú me dices que quieres y yo te lo doy en gran dosis y, además, de manera muy entretenida. Por esta razón, una conductora de un programa de chismes puede pasar, sin ningún reparo, a ser conductora de noticias o un programa de noticias puede ser antes que un programa de noticias un parte policial, una sala chismes, un juzgado para líos de comadres o un consultorio de tonterías sentimentales. Hay algunas excepciones, por supuesto.

 

 


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