La muerte simbólica de los maestros
Las doctrinas y las ideas que defienden ardorosamente los verdaderos maestros tienen como costo sus propias vidas. Una fuerte carga simbólica acompaña, por ejemplo, a las de Sócrates, Pitágoras, Empédocles y Cristo.Enseñar, como dice Steiner, es un poder cuya fuente de autoridad es un misterio. Los que enseñan son maestros; es decir, seres humanos que tiene un mérito relevante y son capaces de trasmitir conocimiento a los de su clase.
La modalidad más apreciada a lo largo de la historia es enseñar con el ejemplo, con la puesta en escena. Es lo que hicieron Sócrates y Pitágoras en Grecia, lo que hizo Buda en la India, lo que hizo Jesús en Judea y Galilea: demostrar a sus seguidores su propia comprensión del mundo. De este modo, los maestros logran perdurar entre sus discípulos y proyectarse en el tiempo.
Pero así como tener seguidores es una constante entre quienes trasmiten provechosamente conocimientos, también lo es que en ese “ejercicio oculto de poder” (Foucault) entre maestros y discípulos las cosas no sean tan coherentes como se espera. En el proceso de transformación de maestro a discípulo la lealtad y la traición, afirma Steiner, están estrechamente unidas.
La fidelidad, el amor y la gratitud deberían ser lo común, sin embargo estos valores son a menudo rotos y el maestro termina siendo objeto de deslealtad e incluso abandonado por quienes antes seguían sus enseñanzas. Se podría decir que a Sócrates, Pitágoras, Empédocles, Plotino y Cristo les fue bien por el lado de la lealtad, pero también fueron, en algunos casos, traicionados por uno (Judas a Cristo) o algunos de sus discípulos (con Sócrates no estuvieron a la hora de su muerte Platón y otros distinguidos alumnos).
Pese a la alta o baja traición de sus seguidores, la muerte de algunos maestros, por coherencia y por simbolismo, constituyen grandes lecciones y pruebas fehacientes de la enorme soledad e ingratitud que supone educar con el ejemplo. El feo Sócrates fue condenado a beber cicuta por “corromper” a los jóvenes e introducir la idea de nuevos dioses. El filósofo bebió el veneno con entereza y dignidad, en clara demostración de que seguía enseñando con el ejemplo. En el caso de Pitágoras, su muerte tiene también implicancias políticas y mucho simbolismo. Luego de que fuera expulsado de Crotona, decidió ayunar voluntariamente en solitario durante cuarenta días hasta desfallecer.
En el caso de Empédocles, se afirma que como decidió no aceptar la corona en Siracusa y Agrigento fue desterrado de esos lugares mediante una protesta popular. Empédocles, lo mismo que Sócrates y Pitágoras, decidió quitarse la vida con el mismo estoicismo y dignidad que ellos: ascendió hasta la cumbre del volcán Etna y se arrojó sobre el cráter en llamas. Lo único que quedó de él fue una de sus sandalias abandonada al borde del ojo de fuego.
La muerte de Jesucristo tiene asimismo esa carga simbólica y dramática, solo que resulta más próxima a quienes hemos crecido bajo el influjo de la cultura cristiana, católica y occidental. Pedro lo niega antes de que el gallo canta por tercera vez y Judas lo vende por un puñado de monedas. Muere en la cruz para redimir a la humanidad de sus pecados y para trasmitir su legado de paz y amor, puesto que era, ante todo, un maestro, un maestro cuyas enseñanzas han logrado perdurar pese al zigzagueante camino que a veces ha seguido el cristianismo frente a los poderes políticos y fácticos.