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 El regreso de Katya Adaui

Escrito con un lenguaje disruptivo y compuesto por unas historias oscuras y envolventes sobre las relaciones familiares, el libro de Geografía de la oscuridad consolida a Katya Adaui como una de las más importantes narradoras peruanas de los últimos tiempos

 Hace poco, en la presentación del libro Geografía de la oscuridadde Katya Adaui, el escritor Iván Thays destacó —hasta donde recuerdo— que ella era, entre los narradoras y narradores peruanos, un caso único: una autora no discursiva; es decir, alguien que no sigue el modelo, la lógica de razonamiento, el tono o la composición tradicionales. Alguien, en otras palabras, que ha encontrado su propia manera de respirar y decir las cosas.

Sostuvo, asimismo, que en este nuevo libro Katya Adaui había logrado sumergirse con mayor profundidad en su mundo personal. Se trataba, dijo, de una especie de exploración, de búsqueda y hallazgo de  “un puerto sumergido”, en alusión a un célebre poema de Giuseppe Ungaretti. “Se ha despojado de los elementos accesorios y ha entrado a una exploración completa”, dijo. Y puso como ejemplo, el tratamiento del dolor, al que ahora enfrenta sin rodeos, a partir de ella misma. “A mí me gusta explorar mis propias sombras”, ha reconocido la narradora en una entrevista con Pedro Escribano.

El cuento es un género difícil, entre otras cosas, por su brevedad y su intensidad. Para lograr estos objetivos debe valerse, por un lado, de un lenguaje concentrado, eficaz, directo y concordante con las emociones que pretende provocar; y, por otro lado, de un tratamiento visible y, a la vez, invisible del tema. En Geografía de la oscuridad tengo la impresión de que convergen estos dos elementos de manera complementaria.

El lenguaje está compuesto de oraciones cortas, de fogonazos conceptuales y emocionales. Un lenguaje que por momentos no termina de ser (frases inacabadas o que requieren de la complicidad del lector) y en el que abundan las interpelaciones, las dudas y las construcciones sintácticas que ocultan las emociones profundas. Lenguaje hermético, cierto, pero al mismo tiempo sugerente, que le exige participar al lector. “Solemos leer quizás una literatura que abusa de ese control, el de querer darle al lector, lectora, todo deglutido, puesto en la boca. A mí no me interesa darle en la boca, sino darle en la mano. Escribe conmigo, lee conmigo, acompáñame a pensar la literatura como un lugar de cuestionamiento también para el lenguaje. No como en un colegio, donde todo es gramatical: sujeto, verbo y predicado. Lo interesante de la literatura es que, si sabes estas reglas, juega a romperlas. Esa es la escritura para mí, la búsqueda poética, el arrastre de la trama por el lenguaje”, dijo en la citada entrevista.

Las complejas y oscuras relaciones entre padres e hijos son temas recurrentes en su literatura, sin embargo, en este libro se desarrollan de una modo más abierto, crudo y ambivalente. Las historias, como en los cuentos Los pulpos tienen tres corazones y En lugar seguro muestran los conflictos abiertos e insalvables entre personajes violentados por sus contradicciones, pero al mismo tiempo los ocultan. Las historias valen también —y mucho— por lo que no dicen, por lo que no muestran en la superficie, por los detalles que se escamotean y que el lector tiene que inferir siguiendo el rastro del lenguaje y el ritmo seco y cortante de la prosa.

“En los relatos de Geografía de la oscuridad se solapan las dos perspectivas: cuentos de duelo por la muerte del padre y, a la vez, un estilo que practica un corte no limpio, irregular, un corte que no es la disección del bisturí, sino el rastro de un serrucho contra o sobre la apariencia de una realidad organizada, con precisión biblioteconómica, en familias con signatura y sociedades-colmena. El modo de representación de esas realidades cuestiona las mismas realidades y un orden lingüístico identificado con el valor literario”, ha escrito Marta Sanz.

Los dos cuentos mencionados a mí me parecen notables. En ellos Katya Adaui no solo despliega esa nueva manera de respirar y de decir las cosas de las que habla Thays, sino por la forma en que se presentan los golpes, se asumen los abandonos, se tensan los discursos (En Los pulpos tienen tres corazones entre padre e hijo y En lugar seguro entre madre e hija) y se esquiva el contacto directo con la ternura.

Son también notables Por cosas de hombres no debes dejar de creer en Dios (una ironía sobre la negación y el redescubrimiento del placer postergado por los prejuicios y el fanatismo religioso) y Fiesta de guardar (un Papá Noel atormentado por la contradicción de ser “padre de tantos hijos y de ninguno”) y El que no está (la pérdida de un hijo desde la perspectiva de una solidaridad distante). En todos estos cuentos, y en los que no he citado, podemos comprobar que estamos ante una de las más importantes y talentosas narradoras peruanas de los últimos tiempos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Para superar sus tres miedos atávicos (la oscuridad, el silencio y la soledad) los seres humanos han inventado las luces, la música, la vida en sociedad y, sobre todo, la narración de hechos fabulosos.
El imaginario de la gente que habita las zonas rurales es tan rico que cualquier historia real que ocurra allí se vuelve necesariamente ficción. En las ciudades ocurre al revés: la vida es tan cruda y concreta que toda ficción termina convertida en un relato periodístico. Sin embargo, por los intersticios del pragmatismo citadino se filtran a veces hechos

 


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