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La verdad informativa

 Las posverdades y las fak news no solo instalan en el imaginario lo falso como verdadero y la desinformación como dato certero, sino que mueven a los seres humanos a tomar acciones violentas e irresponsables de impredecibles consecuencias para la seguridad y democracia de un país.

Los científicos sospechan que la realidad podría ser una construcción de nuestro cerebro y no lo que creemos que realmente es. Al parecer, esto estaría ligado a las emociones, los deseos, los prejuicios y los intereses de los individuos.

Existe otra manera de construir la realidad en la que participa el cerebro, aunque apoyado por los medios y las redes sociales para construir cortinas de humo, medias verdades y posverdades que responden a determinados intereses personales o colectivos.

El término posverdad vine del inglés post-truth que, según el Diccionario Oxford,  “denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”, es decir, se trata, como dice la periodista Jacqueline Fowks, de un conjunto de informaciones con un alto componente emocional, dogmas personales y hasta supersticiones que tergiversan la verdad.

La posverdad adquirió vigencia a raíz de los sucesos relacionados con el  Brexit y el triunfo del republicano Donald Trump en las últimas elecciones norteamericanas. En ambos casos, los protagonistas han sido los políticos, quienes en base a una serie de informaciones enemistadas con la verdad, usando la ignorancia de la mayoría, movilizando emociones y aprovechándose de la miopía de los medios han construido una realidad a su medida.

En su libro sobre la post verdad Jacqueline Fowks analiza los mecanismos que usa la posverdad para imponerse. También estudia una serie de situaciones posverdades vinculadas con el censo, los acusados injustamente de terrorismo y la realidad política peruana. Según su perspectiva, los psicososiales, tan comunes en algunos países como Colombia, México y Perú, serían el preludio de lo que en otras realidades norteamericanas se denomina posverdad y que, de acuerdo al análisis de los mensajes que divulgan líderes de opinión a través de los medios electrónicos y las redes sociales, moviliza emocionalmente a los destinatarios de esos mensajes.

Existe una variante de la posverdad que son noticias falsas, conocidas también con el anglicismo fake news. Se trata de información seudoperiodística difundida través de portales, redes y medios de comunicación cuyo objetivo es desinformar o imponer mentiras como si fueran verdades a través de la repetición y las apariencias.Podríamos usar dos ejemplos para demostrarlo. Abundan por estos días de pandemia, polarización, angustia y larga espera electoral: Bastaría con nombrar solo una para entenderlas: la afirmación de Ernesto Bustamante sobre la ineficacia de la vacuna china Sinopharmdivulgada a través de una entrevista en  el canal  Willax. Él desde luego, no tenía forma de probar de que la vacuna era pura agua, pero igual lo divulgó y los destinatarios igual lo creyeron. El resultado de la posverdad: millones de personas con temor y, por lo mismo, resistentes a inmunizarse, con los enormes costos en salud que esto supone.

Y así como este caso, ahora hay miles en las redes de hechos que la gente toma como ciertos y envía y reproduce hasta que toman la apariencia de verdaderos. De modo que las actividades de verificación de datos y desmontaje de los fak news (como ha hecho con mucho éxito la ONPE) se han convertido en actividades paralelas e indispensables para la tan ansiada credibilidad de los medios, las personas y las instituciones.

Cada vez que escuchamos el término posverdad no podemos dejar de relacionarla con la distopía que imaginó George Orwell en su novela 1984 y la frase atribuida a  Joseph Goebbels: «Miente, miente, miente que algo queda».  

Los analistas sostienen que las sociedades asustadas por los psicosociales y motivadas por los mensajes de líderes de opinión irresponsables son caldo de cultivo para las posverdades. Una muestra: el miedo al terrorismo de la gente y el subsiguiente aprovechamiento de este temor para inocular el pánico de la inseguridad (que es real, pero no el infierno que nos pintan).

 

 

 

 


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