Baudelaire y Las flores del mal
Doscientos años después de nacido, Charles Baudelaire, el dandy oscuro de la poesía francesa, sigue convocando la admiración de los lectores a través de Las flores del mal, libro que alguna vez fue considerado como ‘obsceno’ por los censores de la moral. Con este, publicado por primera vez en 1857, Baudelaire saca a los versos de sus ataduras formales y funda la modernidad poética.
Es casi unánime considerar a Charles Baudelaire como el padre de la poesía moderna por dos razones muy poderosas: una, expresó estados emocionales muy poderosos usando y destruyendo al mismo tiempo las formas clásicas de la poesía; y dos, “inventó—como dice Felix de Azúa— un cierto extremismo de los sentidos”; es decir, un mundo sensible cerrado en sí mismo en el que predominaba más la imaginación que la memoria.
Los poetas contemporáneos y posteriores a él lo usaron como modelo y reconocieron que su camino era no solo novedoso, sino también perdurable. En este sentido, “Baudelaire […] convivió con su posterioridad, con sus inventores: Rimbaud, Mallarmé y Verlaine. Y esa posterioridad fue la posterioridad misma, pues nada hay en ese trío que no se encuentre afirmado y redundado en Pound, Eliot, Celan, Rilke, Valéry […] o cualquier otro emblema reconocible”, dice Félix de Azúa en su libro Baudelaire y el artista de la vida moderna. Es decir, la línea literaria abierta por Baudelaire no se interrumpió nunca.
Su campo de acción fue la segunda mitad del siglo XIX, un periodo en el que la fotografía era el ‘invento’ más emblemático de la modernidad. Baudelaire odiaba la fotografía porque contradecía lo que él buscaba afanosamente: la superioridad de la imaginación. Las fotografías, según creía, destruían la capacidad para imaginar el pasado y se convertirían con el tiempo en las sustitutas del recuerdo. En la lógica de poeta francés, la imaginación permite inventar mundos en tanto la memoria —expresada en la fotografía—permite únicamente conservarlos.
La paradoja en todo caso fue que mientras la fotografía congelaba a la imaginación y el presente, Baudelaire inventaba la modernidad con su sensibilidad y su nuevo tratamiento de las formas poéticas. Fue él, dicen todos, el que cambió el concepto de ‘modernidad’ en tanto el significado etimológico (“lo que acaba de suceder” o “lo reciente”) se convirtió “en lo que todavía no es” o “la perpetua novedad”. La modernidad consistía, en pocas palabras, en inventar mundos desconocidos para provocar la aparición de nuevas maneras de hacer poesía.
Baudelaire no solo introdujo una sensibilidad nueva y extrema, sino que dio cabida al empleo de términos vulgares como “quinqué”, “ómnibus” o “vagón” para satisfacer la demanda de un nuevo público lector: “Lejos de dolores, remordimientos, crímenes,/ llévame, oh, tú, vagón; ráptame, oh, tú, fragata” (Las flores del mal, LXII). Baudelaire buscaba liberar a las palabras de su encierro formal y crear una literatura nueva, moderna, cuya unidad sería la fragmentación y la hibridez, objetivo que, según los críticos, logra en El spleen de París, compuesto por pequeños poemas en prosa en donde demuestra que la poesía no es exclusiva de ningún género literario.
Hasta antes de Baudelaire, los autores consideraban la función social y moral de la poesía; él, en cambio, estaba contra todo empleo funcional de ella y más bien abogaba por la inutilidad y gratuidad de la obra de arte. Según su criterio, un poema debía ser una producción técnicamente acabada, aunque también una creación socialmente inútil. Fue uno de los primeros, si no el primero, en defender la autonomía del lenguaje poético. “La lógica de una obra sustituye cualquier postulado moral”, escribió. Charles Baudelaire fue un artista de los extremos. Por un lado, tenemos al autor de un libro, Las flores del mal, por el que alguna vez fue acusado de obsceno. En realidad, un juez consideró que seis poemas del libro osaban “cantar la carne sin amarla”. Uno de estos poemas era Lesbos: “Lesbos, donde los besos son como las cascadas /que sin miedo se arrojan en abismos gigantes, / y corren, con sollozos y quejas sofocadas, /tormentosos, secretos, profundos y hormigueantes ”. Esto ocurrió en agosto de 1857, unos meses antes, en enero, ese mismo juez había abierto un proceso similar a Gustave Flaubert por su novela Madame Bovary.
Se afirma que Las flores del mal es el libro que mejor recoge y expresa la influencia de la vida moderna en el yo. Llegar a esto le costó a Baudelaire años de trabajo y un esfuerzo en el que se le fue la propia vida. El libro se abre con el famoso poema Al lector: “¡Es el Hastío!—El ojo lleno de involuntario/ llanto, sueña cadalsos, mientras fuma su pipa. Lector tú ya conoces a ese momento exquisito,/ ¡Mi semejante, —hipócrita lector, —hermano mío!”.
Y, por otro lado, tenemos al poeta excesivo, al dandy oscuro, al rebelde, al amante impenitente de Jeanne Duval (“Y mis uñas, semejantes a las arpías, / Sabrán labrar un camino hasta tu corazón”, Bendición), al artista, al farsante, al mártir, al poète maudit, al hombre consciente del desarraigo que impuso un nuevo estilo de composición y lectura. Doscientos años después de su nacimiento, todos lo reconocen así.