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Trilce y Ulises: casi cien años después

El 2022, Trilce de César Vallejo y Ulises de James Joyce cumplirán cien años de publicados por primera vez. Uno representa una revolución en la poesía escrita en lengua española; y el segundo, un antes y después en la narrativa mundial.  Ambos libros son la cabecera de playa de la literatura que se escribió en la primera mitad del siglo XX cuya influencia sigue viva entre los contemporáneos.

 Hacia 1922, César Vallejo era estilística y creativamente un modernista tardío, un deudor de Rubén Darío, Leopoldo Lugones y Herrera y Reissig. Pero de pronto algo cambió radicalmente en su escritura. ¿Qué pasó por su mente creativa? Vaya uno a saber.

Lo cierto es que la expresión de ese golpe de timón en su escritura es Trilce: la negación absoluta del modernismo y el hallazgo de un vanguardismo propio y original. ¿Y dónde reside su vanguardismo personal? Pues en la actitud revolucionaria con que asumió el lenguaje. Vallejo revela sin trabas su mundo anímico, aunque para conseguir este propósito transgreda las normas de la gramática y la preceptiva. El ritmo tradicional que le infunde la métrica a los poemas desaparece para dar paso a un ritmo interior desconocido, descarnado y profundo.

“Las reglas gramaticales, los vocablos mismos son sometidos a violentos descoyuntamientos. Hasta la ortografía resulta vulnerada y las palabras parecen escritas no de acuerdo a una tradición semántica ni a una realidad sonora, sino a imprevistas asociaciones automáticas”, dice Washington Delgado. Para muestra un botón: “999 colorías. / Rumbb…Trrrarrrrracha…chaz / serpentínica u del bizcochero / enjirafada al tímpano”. El resultado es una escritura tan personal es una poesía expresiva, hermética, incomprensible y ajena al propósito comunicativo del lenguaje corriente.

Vallejo sabía lo que había hecho y lo que iba a enfrentar. Tras la aparición de Trilce le escribió a Antenor Orrego una carta en la que reconoció: “Mi libro ha caído en el mayor vacío”. En esa misma carta, le expresa más adelante, con emotiva lucidez, la enorme audacia que había acometido: “Me doy en la forma más libre que puedo, y ésta es mi mayor cosecha artística. […] ¡Dios sabe cuánto he sufrido para que el ritmo no traspasara esa libertad y cayera en el libertinaje! ¡Dios sabe hasta qué bordes espeluznantes me he asomado, colmado de miedo, temeroso de que todo se vaya a morir a fondo para que mi pobre ánima viva”!

César Vallejo, debo decirlo, escribió su libro revolucionario con sinceridad. Nada en él es artificial o se rige por el puro juego verbal. Es una creación transparente, que responde a una necesidad imperiosa: hacer decir a las palabras lo que el sentimiento manda; y si el lenguaje se opone, convertir ese lenguaje en algo propio, manipulable y nuevo, sujeto a la voluntad y a los vaivenes emotivos del creador. Vallejo escribió Trilce “en difícil”, porque no lo podía hacer de otra manera.

Trilce fue publicado el mismo año que otro libro de difícil comprensión: Ulises de James Joyce. Mientras Vallejo dejaba de ser modernista y pasaba a la cabeza de la vanguardia con Trilce, Joyce llevaba al límite el modernismo anglosajón (que no tiene que ver con el modernismo de habla hispana, sino más bien con la radicalidad más vanguardista) y los recursos de la lengua inglesa, igual que Vallejo hizo con el español.

Siempre me pregunto: ¿cómo logró un libro como Ulises, considerado por sus contemporáneos como “obsceno” e “indecente” convertirse en un libro revolucionario?; y, sobre todo, ¿cómo llegó a adquirir un valor literario fuera de la común? Una buena parte de la explicación reside en el talento y la vida de su autor: James Joyce.Ulises es, probablemente, una de las novelas más famosas de la historia, una que transformó la historia de la literatura con la fuerza de un cataclismo.

Cuando Ulises fue publicada por Sylvia Beach se convirtió en un best seller y en uno de los libros más pirateados de la historia gracias a que estaba considerado como libro “peligroso” y “prohibido” y, en cierta medida, como un libro con gran valor literario. Al cabo de los años, gracias a la célebre sentencia dictada por el juez americano, Jhon Woosley, en la que declaraba que la novela debía ser admitida en los Estados Unidos y, por lo mismo, librada de la absurda calificación de “indecente” y “corruptora”, el texto de Joyce alcanzó definitivamente el estatus de “clásico moderno” y comenzó su periplo por círculos académicos.

Ulises es una novela revolucionaria por muchas razones: la libertad con que fue escrita, la invención de un nuevo código literario (una nueva manera de decir las cosas), la incorporación de nuevas maneras de contar historias, la pulverización del narrador único, la eliminación de los signos de puntuación, la mitificación de la futilidad y, sobre todo, —como comprendió el juez Woosley— porque expresa de forma abierta el libre flujo de la conciencia; es decir, la compleja vida mental de las personas.

En el recorrido de ambos libros hay mucha semejanza: los dos hicieron añicos la sintaxis de las lenguas en que se escribieron; los dos fueron incomprendidos debido a la audacia de sus planteamientos estéticos y formales que sus contemporáneos no lograron entender; los dos partieron del mayor vacío hasta abrirse camino en la historia y los dos crearon nuevas maneras de decir las cosas. Hace casi cien años de esto.

 

 

 

 

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