Cioran: liquidar el lirismo
El filósofo que decía siempre que la vida es soportable tan solo con la idea de que podamos abandonarla cuando queramos, deja al descubierto su pensamiento a través de sus "Cuadernos, 1957-1972", un conjunto de notas íntimas donde se gestaron las grandes obsesiones de su pensamiento radical.
Leo Cuadernos, 1957-1972, un volumen que reúne el íntegro de los diarios que Emil Cioran escribió en este periodo de tiempo; quince años en los que acumuló anotaciones íntimas, reflexiones escépticas, retratos feroces de amigos y enemigos y opiniones sobre lecturas y situaciones.
Los treinta cuadernos que acaban de publicarse fueron guardados, según Simone Boué, la mujer que lo acompañó durante varias décadas, en su escritorio y pueden considerarse como el germen de libros posteriores o borradores de ideas que luego desarrollaría con más ahínco. En la cubierta de todos ellos, sin embrago, anotó, fiel a su estilo: «Para destruir».
Entre los temas recurrentes de estos cuadernos está el insomnio atroz que lo persiguió toda su vida, así como su relación con la poesía, de la que, al parecer, nunca pudo librarse: «Todos los poemas que podría haber escrito, que he ahogado dentro de mí por falta de talento o por amor a la prosa, vienen de repente a reclamar su derecho a la existencia, me gritan su indignación y me desbordan».
En otra anotación dice: «Mi ideal de escritura: hacer callar para siempre al poeta que albergamos dentro de nosotros; liquidar nuestros últimos vestigios de lirismo; ir a contracorriente de los que somos, traicionar nuestras inspiraciones; pisotear nuestros impulsos y hasta nuestros gestos». Y luego añade: «Cualquier tufo a poesía envenena la prosa y la vuelve irrespirable».
Cioran, «un hombre corrompido por el sufrimiento», no pudo librar su prosa del tufo de la poesía ni a su vida de un halo de lirismo. ¿Qué mejor poeta que quien busca salvación en la utopía y consuelo en lo apocalíptico? A la mejor usanza de los poetas malditos. Renegar de la poesía fue su forma de afianzar una fructífera relación de amor-odio con ella.
Rimbaud fascina a los lectores gracias a su vida rutilante y aventurera. Emil Cioran, en cambio, los atrae gracias a las pequeñas dosis de veneno que inocula en su pensamiento. El poeta francés alteró los nervios de su época usando el “desarreglo de todos los sentidos”. El filósofo rumano, en cambio, asustó a sus contemporáneos a punta de lucidez y escepticismo.
El autor de Una temporada en el infierno fue un poeta de la acción, Cioran un profeta de la inacción y la lucidez. En realidad, no es fácil aceptar la fuerza demoledora de su pensamiento. Los títulos de sus libros nos espantan de por sí: En las cimas de la desesperación, Ese maldito yo, Del inconveniente de haber nacido, Breviario de la podredumbre o El ocaso del pensamiento. Frente a ellos, el optimista, supongo, pasará de largo y el esperanzado pondrá a buen recaudo las pocas fuerzas que le quedan.
Su pensamiento es exactamente lo contrario a la atmósfera “exitosa” y al “espíritu autoayuda” de estos tiempos. Regalarle un libro de Cioran a un optimista, a un “proactivo” o a un “hombre de fe” es como darle mermelada a un diabético. No digo que quien lo lea vaya a quitarse la vida o a perder la confianza en el destino humano. Máximo tomará conciencia de los enormes abismos que rodean al hombre y aprenderá que vivir no es una circunstancia que podríamos considerar como “políticamente correcta”.
Cioran nació en 1911 en Rasinari, en la región de Transilvania (tierra del conde sanguíneo), Rumanía. Hijo de un pope y de una madre religiosa. En su infancia y adolescencia adquirió el arte de “demoler” el optimismo y la costumbre de pensar en demasía, debido al insomnio que padeció por una larga temporada. De esa época data asimismo su vocación por la melancolía y el escepticismo, que él considera como características genéticas de los rumanos.
Casi toda su obra fue escrita de manera fragmentaria. Sostuvo que escribía aforismos porque él no sabía razonar de otra manera; que sus ideas eran resultados y no procesos; que nunca explicaba nada y que tenía gran cuidado en el estilo con que enunciaba sus reflexiones, pues eran como latigazos metafísicos Creo que uno debe leer a Cioran no para contagiarse de su escepticismo, sino para comprender cuan limitada y finita es la vida. Sus pensamientos son una especie de conciencia crítica, de oráculo, de recordatorio, de diccionario en el que buscamos las palabras que nos devuelven a la condición humana.
Cuadernos, 1957-1972 es una buena manera de aproximarse a su obra por varias razones, la más importantes de las cuales es la lectura de un pensamiento embrionario, germinal, en el estado previo a la genialidad del aforismo y el resumen iluminador. Emil Cioran era, después de todo, un escritor de carreras cortas.