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 Para encontrar la ruta natural


Un conjunto de textos extraídos de conferencias y colaboraciones periodísticas de Alberto Benavides Ganoza, marca el derrotero para un aprendizaje híbrido (budismo, contacto con la naturaleza y filosofía griega), libre de prejuicios y lleno más bien de sabiduría .  La ruta natural, ese es el título del libro,  nos ayuda a filosofar y, al mismo tiempo, a poner los pies sobre la tierra.

Uno conoce a sus amigos por lo que hacen dicen o escriben. Confieso que en estos últimos tiempos he aprendido de Alberto Benavides Ganoza leyéndolo, a pesar de que él parece continuar con la tradición socrática de pensar para producir libros, sino para encontrarse consigo mismo o con la verdad.

Digo leyéndolo porque eso es lo que he hecho al acercarme por segunda vez a La ruta natural, un libro en el que más me parece oírlo. Oírlo en el sentido de que dice las cosas directamente, sin armatostes teóricos, como si todo el tiempo nos hablara y los lectores todo el tiempo lo escucháramos, como ocurre en las conversaciones cotidianas donde se trasmite sabiduría.  Por eso, siguiendo las enseñanzas de Sócrates o Cristo, la verdad no se deja por escrito: se practica, se hace carne, se enseña con el ejemplo.

Y, sin embargo,  detrás de ese sencillez y sutileza de conocimiento, de esta oralidad socrática, hay una enorme experiencia con los libros y la cultura que se exhibe sin soberbia, sin frivolidad, con un afán de enseñar cuál es la ruta natural que debe seguir el ser humano para aprender, para alejarse de la bestia que lo acecha, para adquirir la educación que lo saque de la profunda oscuridad en que habita.

Si bien las ideas que presenta Alberto en La ruta natural no son sistemáticas —esa nunca ha sido su intención― están, sin embargo, articuladas alrededor de algunos ejes de pensamiento y acción, que son en buena cuenta los derroteros que sigue su propia vida. Uno de esos ejes es la rol educativo —educativo en el sentido de descubrir el sentido de la belleza y propiciar el hallazgo de las zonas desconocidas del alma humana― de la poesía. En la antigüedad clásica griega se le había concedido una gran importancia a la poesía en la formación de los jóvenes, de quienes dependía algo tan importante como el porvenir de la polis griega. Los filósofos, los pre-socráticos especialmente , querían ser los únicos responsables de esta tarea tan delicada y no soportaban ser eclipsados por los poetas. Entonces convinieron en atacarlos y acusarlos de acciones amorales, de estar agitados por las furias de las pasiones y las acciones poco dignas de heroísmo.

La fe de Alberto en la poesía, en la suya y en la ajena, es una especie de recuperación de ese rol educativo, edificante y magnífico que tuvo la poesía entre los antiguos griegos.  Los griegos utilizaron las obras de Homero y Hesíodo para fines educativos, no políticos. En el mundo contemporáneo la poesía no compite con los filósofos envidiosos de las virtudes educativas de la poesía, sino con la ignorancia, la chabacanería, la vulgaridad y los malos sentimientos.

Una idea eje de La ruta natural es la relación del hombre y el intelectual con la naturaleza. Al alejarse de ella, el hombre parecer haber perdido el rumbo. “ ¿Por qué es natural que los filósofos se vayan al campo?”, se pregunta Alberto Benavides Ganoza provocadoramente en uno de sus textos. Él mismo nos recuerda que los primeros filósofos vivían o procedían de comunidades más pequeñas que las ciudades.  En principio, dice, es necesario que vayan al campo — y no solo ellos―para que se mantengan saludables. Luego, porque el alma y el mundo se encuentren en su estado natural y, por último,  porque la escuela de la naturaleza es lo que define al filósofo. Y cita a Heráclito: “La sabiduría es actuar de acuerdo a la naturaleza, escuchándola”.

Otra idea rectora es la educación libre o liberadora; la educación del porvenir, la que convertirá las bibliotecas, físicas o virtuales, en las nuevas escuelas. La forma en que ocurre la relación entre educación, ciudadanía y democracia es la forma en la que ocurre el desarrollo de las sociedades. En esto, como en muchas otras ideas, Alberto Benavides Ganoza, al menos de lo que puedo inferir de ese estupendo libro que es La ruta natural, es un heredero de la paidea, de la educación benefactora.

Pero hay algo que atraviesa casi todo su pensamiento y su accionar: su amor por el Perú. Esto, sin duda, es una herencia familiar, un derivado de su vocación por los viajes, de su amor por las culturas y lenguas diversas del Perú (especialmente del quechua). Esto se hace más evidente en su vocación por la agricultura. El Perú es para él, me atrevo a pensar, la Pachamama; es decir, el mundo, la tierra y, al mismo tiempo, la madre acogedora.

Todas estas ideas están desarrolladas de manera breve, fragmentaria, quizás porque cree más en las pocas palabras que dicen mucho o porque está convencido que la poesía filosófica y la filosofía poética ―en otras palabras el decir sabio, bello y concreto― es más efectivo que la retórica literaria y los discursos filosóficos convencionales.

 

 

 

 

 

 


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