El tiempo me ha puesto en la encrucijada de los libros. Me hallo a su merced, estoy expuesto a su multiplicación inesperada, a su presencia casi fantasmal que se apiña entre anaqueles de madera y cajas de cartón. Pero se trata de acoso placentero, de una persecución gozosa, de una vieja relación de amor con la lectura.
De niño fue el propietario de un libro con el cual iba a todas partes. Contaba la historia de un pirata y estaba primorosamente ilustrado. Era de esos que se hacen especialmente para los niños: páginas gruesas, de gran formato y muy resistente. Debido al uso, el librito, sin embargo, se caía a pedazos y yo, que apenas sabía leer, lo amaba por sus figuras y el misterio que encerraban las letras que narraban las aventuras del personaje. Al parecer, el amor era tanto que dormía con el libro. Un día, mientras jugaba en el parque cercano a mi casa, un grandulón me lo arrebató de un zarpazo y lloré, según me cuentan, varios días.
Mi historia de lector comienza con ese robo violento. Soy, en cierta forma, un lector que se la ha pasado lamentando en silencio la pérdida de ese objeto tan preciado. Quiero creer que partir de entonces la historia de mi vida es algo así como la búsqueda de ese santo grial. Cada libro al que le he metido diente es la recuperación parcial de la historia del pirata y de esos dibujos primorosos que tanto me gustaba mirar.
Desde hace más o menos treinta años, con la disciplina de un asceta y la seriedad de un detective privado, he estado tras las huellas del libro perdido. He buscado no tanto al libro físico (al que a veces creo ver en las librerías de suelo o en esos antros informales donde reinan las polillas), sino al objeto que mi imaginación convirtió en algo vivo, en un ser al que yo quería por lo que contenía y no por lo que era. Claro que sin el libro físico me ha sido casi imposible recuperar ese amor que el grandulón de mi historia destruyó por pura maldad.
Leer es un arte de vivir. En mi caso, de vivir buscando un libro que me hizo feliz en la infancia. Por añadidura, cuando me ha sido imposible recuperar una de las partes de la historia del pirata he optado, como hacen todos los escritores, por escribirla. La literatura es, de algún modo, el arte de vivir con los libros perdidos y con los libros encontrados. Los primeros son los que se escriben porque la escritura es la construcción minuciosa del pasado, la corrección de la realidad, la recuperación de lo que hemos amado y hemos perdido para siempre. Los segundos son los que se leen porque a través de la lectura los seres humanos convivimos con los fantasmas ajenos. Yo leo por ejemplo a El Quijote para establecer una relación de amor-odio con el idealista que me hubiera gustado ser. Aunque en realidad lo que algunos seres humanos hacemos todo el tiempo es leer con la escritura los libros que hemos perdido y escribir con la lectura los libros que hemos encontrado en forma inesperada.
A veces el espejismo de la lectura me ha llevado por falsas pistas; en otras, la emoción de la lectura me ha hecho creer que había dado finalmente con lo que tanto buscaba. Los libros son finalmente lo que son: cajas de mentiras verdaderas. ¡Cuántos poemas de Vallejo, de Juarroz y de Pessoa fungieron como mapas para llegar al tesoro! ¡Cuántas novelas de Tabucchi, de Flaubert, de Auster, me alertaron de la inminencia del descubrimiento! ¡Cuántos ensayos de Montaigne, cuántos sonetos de Quevedo, cuántas crónicas de Villoro me anunciaron que el camino había llegado a su fin!
Es probable que mi búsqueda nunca llegue a coronar su meta. Sigo por tanto en la persecución de ese librito colorido que guarda la historia del pirata en tanto escribir es ir tras algo que nunca se encuentra. La paradoja es que mientras en el texto que amaba el pirata ya había encontrado su tesoro, en mi historia real yo soy un pirata que lo busca y que, sin duda nunca lo va a encontrar. Es cierto entonces: el arte es una batalla perdida de antemano, y en esto felizmente reside su riqueza.
¿Pero qué hay detrás de ese amor por las figuras y el misterio de las letras que contaban la historia del pirata? «El libro es la valiosa materialización de una emoción, o la posibilidad de sentirla algún día, y separarse de él sería correr el grave riesgo de crear un vacío» dice Jacques Bonnet. Por esta razón, leer es un arte de vivir, una guía para retener o resucitar un estado anímico que hemos extraviado en el camino de la vida, un manual para acometer el disparate de eternizar lo fugaz o alentar la esquizofrenia de vivir con un pie en la realidad y con el otro en el recuerdo.
Lo que quiero decir finalmente es que leer es el acto fundacional. La escritura, por tanto, no sería más que la consecuencia lógica de este acto de arrojo primigenio: escribimos los libros que nos hubiera gustado leer o los libros que hemos perdido o que alguien nos arrebató con furia de nuestras manos. Ahora caigo en cuenta que lo único que he hecho todos los días de mi vida es reescribir inútilmente un libro sobre la historia de mi pirata favorito.
------
Fotografía: Instalación de Stilkey realizada con 2000 libros.