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Martín Adán: un hermoso crepúsculo

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Un poeta que vivía entre locos y escribía con maestría críptica, un hombre con nombres y apellidos largos que utilizaba un seudónimo escueto y conciliador, un poeta que escribía antisonetos y un creador que buscaba la belleza sin saber que ella lo tenía a él: Martín Adán.
En 1935 Martín Adán se internó por primera vez en el hospital Larco Herrera con la finalidad de curarse de una dipsomanía galopante. En realidad lo que hizo el poeta fue renunciar al mundo de afuera -donde estaban los locos- y refugiarse en el mundo de adentro –habitado por los cuerdos. Con esta actitud, el creador había abierto las puertas de un universo literario en el que la anécdota era parte de la obra creadora y la obra creadora el resultado de una vida marcada por el fracaso y la renuncia constante. Martín Adán no solo luchó durante toda su vida contra los convencionalismos sociales sino también con el abismo que lo aquejaba a su costado, contra sí mismo, contra la seducción del alcohol.
Sebastián Salazar Bondy lo describió así: “En cualquier café o bar de Lima es posible encontrar, perdido entre la múltiple fauna urbana, a un hombre descuidado en su traza y su traje, cuyo aspecto engaña con relación a su persona y a su personalidad. Dicho hombre desea pasar inadvertido, confundirse con la multitud, ser uno en la varia muchedumbre. De su boca, quien lo requiera, se oirán frases irónicas, viejos versos españoles, sentencias de clásicos y románticos, palabras de diverso calibre, verdades como un templo y simples juegos de sentido y concepto. Pero aunque rehuya la compañía con impertinencias francas o veladas, este limeño de vieja e ilustre prosapia anda en pos de la más completa compañía, de una total y absoluta identificación con la esencia humana, que es, en su pensamiento, parte de la divinidad inasible. Va tras el encuentro, en fin, de la belleza suma”.
Allen Ginsberg sostuvo que Adán se arrastraba por Lima con "el movimiento de un serafín que ha perdido las alas". José Carlos Mariátegui lo celebró como el creador del antisoneto y el llamado a darle el tiro de gracia a la poesía clásica.En 1954, el periodista cuzqueño escribió un perfil entre irónico y burlón de su apariencia: “Pese a que el poeta habla con voz pausada, su pensamiento va en poderoso avión de propulsión a chorro. El pensamiento le gana a las palabras, supera la velocidad del sonido y la luz […] A tanta insistencia, dice que se llamó Martín Adán por temor al socialismo. Hombre derechas, amigo de los escritores de tendencia revolucionaria ―Mariátegui es un ejemplo―, temió que por frecuentarlos lo creyesen socialista. Por eso nació el otro yo de Rafael de la Fuente Benavides”.
A los quince años tenía escrita una novela –La casa de cartón- casi al mismo tiempo que sonetos y versos libres provistos de una rara maestría lingüística. Muchos lo llamaron genio. A una estudiante argentina que le pidió datos sobre su vida, le respondió con unos versos: “¿Quieres saber tú de mi vida?/ Yo sólo sé de mi paso, / De mi peso, / De mi tristeza y de mi zapato. / ¿Por qué me preguntas quién soy, / Adónde voy?... Porque sabes harto/ lo del Poeta, el duro/ Y sensible volumen de mi ser humano, / Que es un cuerpo y vocación, / Sin embargo.// Si nací, / lo recuerda el Año/ Aquel de quien no me acuerdo, / Porque vivo, porque me mato”.

El mejor retrato de Martín Adán, sin embargo, lo hizo el propio Martín Adán: “Lima tiene muy hermosos crepúsculos. Yo, por ejemplo”. Y, efectivamente, su vida fue un crepúsculo que poco a poco se fue diluyendo en su belleza original. 

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