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Las lecciones del «Niño Costero»

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¿Los efectos del Niño Costero han podido ser menores? Todo parece indicar que si existieran planes de prevención, se gastara lo que se hubiera que gastar y se asumieran las responsabilidades que le competen a autoridades y políticos.
El fenómeno de El Niño costero, o como se llame, ha dejado hasta ahora, según cifras oficiales del gobierno peruano, 75 muertos, 264 heridos, 20 desaparecidos y cerca de 700.000 mil afectados. Estas cifras probablemente irán en aumento conforme pasen los días.
Si bien se trata de un fenómeno natural cuya magnitud y efectos exactos no se pueden determinar, todo indica que si se hubieran planeado y ejecutado labores de prevención ahora tendríamos menos cosas que lamentar. En Ecuador, por ejemplo, gracias a un proyecto de control de inundaciones y a la ejecución de megaproyectos hídricos su población del sur sufre muchísimo menos los estragos de los desbordes y deslizamientos. Una manera inteligente de vincular desarrollo con prevención.
En el Perú, los desastres naturales funcionan como el eterno retorno y, sin embargo, no aprendemos ―no queremos aprender― la cultura de la prevención. Hace noventa y dos años (1925), de acuerdo a los archivos periodísticos, sucedió un fenómeno semejante y hace treinta y cuatro (1983) uno parecido y hace diecinueve (1998) otro igual. Ni un solo megaproyecto hídrico con la finalidad de controlar las inundaciones se ha ejecutado durante todo esto tiempo. El dinero destinado a la prevención o no se gastó o terminó en los bolsillos de autoridades corruptas.
En 1998, de las cinco quebradas que cercan a Trujillo solo la de San Idelfonso causó problemas. En el 2017, las aguas de esta, hasta el cierre de esta edición, han bajado y llenado de lodo por siete veces consecutivas gran parte de la ciudad, en tanto las quebradas del León, del Cerro Las Cabras, de San Carlos y Santo Domingo han causado graves daños materiales y psicológicos a la población de distritos aledaños a Trujillo.
La primera gran lección que inferimos de estos malos momentos que padecemos los peruanos es la importancia de la cultura de la prevención. Cuando hablamos de cultura de la prevención nos referimos, por un lado, a la responsabilidad que le compete a las autoridades y a los políticos para asumir su rol y no dedicarse al pillaje de las arcas públicas; y, por otro lado, a la conciencia que deben desarrollar los ciudadanos para organizarse y no desafiar a la naturaleza levantando casas en cauces naturales de ríos y quebradas o ensuciando las riberas de los mismos. La segunda gran lección es la solidaridad, que siempre funciona en situaciones límites. Realmente es admirable la actitud y el optimismo de los jóvenes frente a la adversidad y, sobre todo, es admirable su predisposición para ayudar a quienes menos recursos materiales tienen. Lo mismo pasa con la capacidad de los vecinos para organizarse y paliar los efectos de la destrucción, ya sea levantando muros con sacos de arena para contener el lodo o respondiendo al llamado de las cadenas de donaciones.

No obstante la buena reacción del gobierno, la actitud positiva de los jóvenes y la unión de los vecinos, no hay que olvidar que un desastre natural no se enfrenta con la buena suerte, sino con inteligencia, planeamiento y estrategias de prevención.  Ojalá lo aprendamos de una buena vez.

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