Los animales no humanos sienten placer y dolor, felicidad y miseria, como los seres humanos. Según el filósofo Jesús Mosterín, solo podemos interactuar con ellos a través de las emociones, sobre todo a través de la compasión. Es imposible hacerlo lingüísticamente.
Entre las emociones de los hombres hay una de carácter moral, la compasión, que consiste en una situación desagradable que sentimos al colocarnos en el lugar imaginario de quien sufre o padece algún mal, situación que nos mueve a la identificación y a la solidaridad. David Hume afirmó en el siglo XVIII que las dos emociones morales básicas de la vida del hombre son el amor por uno mismo (amor propio) y la compasión por los demás. Por la compasión tratamos de impedir que un mal moral físico (el dolor propiamente dicho) o un mal moral psíquico (sufrimiento artificialmente provocado) cause daño a cualquier animal capaz de sentir dolor.
Comparto la solidaridad que algunas personas muestran frente a un animal herido, hambriento o maltratado. Comparto también las acciones de quienes practican una ética de la compasión y quieren convertir en leyes los derechos universales de los animales. Lo que no comparto es el doble discurso de algunos, su ambivalencia como supuestos defensores de criaturas indefensas y su moral relajada frente a situaciones propiamente humanas. Me refiero a que los mismos que defienden con ardor el derecho a que un perro no sea maltratado por un ser humano cruel son los mismos que deberían oponerse, con la misma fuerza y conciencia moral, a que un ser humano torture, física o moralmente, a otro semejante.
La historia de la consideración moral de los animales no ha sido uniforme. Ninguna de las religiones monoteístas (cristianismo, judaísmo e islamismo) ha considerado a los animales como sujetos de derechos o criaturas dignas de ser apartadas del sufrimiento. No lo eran porque simplemente se trataba, según los preceptos de esas religiones, de criaturas inferiores a los ojos de Dios y, por lo mismo, incapaces de sufrir. Tampoco los capaces, salvo muy raras excepciones, los filósofos griegos. Algunos llamaron a esto especismo (superioridad de la especie humana sobre cualquier otra especie) y otros antropocentrismo (el hombre es el centro, las demás criaturas son la periferia y, por lo tanto, hay que ignorarlas). Los únicos consecuentes con el derecho de los animales han sido, desde tiempos remotos, los budistas y los jainistas, quienes no solo han practicado la ahimnsa (no violencia), sino también se han opuesto radicalmente a cualquier forma de sacrifico animal. Más adelante, gracias al espíritu que impulsó la Ilustración, las cosas empezaron a cambiar y los animales fueron tratados con menos desprecio.
La relación entre los animales humanos y los animales no humanos es una relación muy especial que extrae lo mejor y lo peor de nosotros mismos. De nuestra conciencia moral depende cómo manejemos eso que David Hume consideró como emociones morales no excluyentes y que pueden practicarse de un modo equilibrado y profundo: el amor propio y la compasión.