Un periodista es como un historiador del presente; y un diario, como el espejo donde los ciudadanos leen sus quejas y contentamientos. Memorias de papel. 120 años de historiaes un libro que documenta, al mismo tiempo, lo efímero y lo perdurable de la información.
"Periódicos: Museos de minucias efímeras", escribió Jorge Luis Borges. Este pensamiento es parecido a este otro de Gabriel García Márquez: “los periodistas escriben para el olvido”. Y a este otro más: “El periodismo dura la eternidad de 24 horas”.
Para contrarrestar esta idea de lo efímero y fugaz, ser habla ahora del periodismo como “historia del presente”, pero estos términos son en realidad contradictorios. El título del libro Memorias de papel. 120 años de historia contiene esta seductora contradicción. La historia, por definición, trata del pasado. ¿Cuál es límite entonces entre periodismo e historia? ¿Acaso al periodismo solo le está reservada “una fina línea, un milisegundo de longitud, entre el pasado y el futuro”?, como dice Timothy Garton Ash. Los periodistas son testigos de la vida real, los historiadores no.
Los especialistas sostienen que el defecto de la labor periodística es la superficialidad y el del trabajo académico, la irrealidad. Los periodistas escriben bajo presión para poder cumplir con los plazos de cierre, mientras que los historiadores pueden demorar semanas, meses o años en terminar un solo artículo y, sobre todo, no necesitan conocer la realidad sino investigarla con la finalidad de comprobar hechos, nombres, citas, etc.
El Libro Memorias de papel. 120 años de historia que acaba de publicarse es un compendio de textos y fotos del diario La Industria que le llevó un año de trabajo a Pepe Hidalgo Jiménez y al director creativo Henry Silva, trabajo en el que Pepe tuvo que hacer de periodista e historiador al mismo tiempo.
Pero los diarios no son máquinas que producen historia. Son medios escritos por personas y para personas. A mí siempre me ha inquietado, por esta razón, la relación entre un diario y la ciudad donde se publica y difunde. Entre La Industria y Trujillo hay como una especie de relación de amor-odio puesto que, por un lado, la información que se publica da cuenta de lo feo y lo malo; y por otro, de la positivo y edificante. La relación se da en una atmosfera de tocador: los trujillanos sienten que el diario es como el espejo en el que todos se miran; por eso, en esencia, sienten que les pertenece.
A través de las ilustraciones y los textos elegidos podemos observar las costumbres, oficios, manifestaciones del progreso, quejas y contentamientos de los trujillanos, el crecimiento y progreso de la ciudad y, sobre todo, qué hacían, qué pensaban y escribían los intelectuales de comienzo de siglo. Supongo que elegir temas e ilustraciones es muy difícil, en tanto queda siempre la sensación de que falta algo, sin embargo un periodista es siempre un editor, un maniático de lo prioritario y, en este sentido, selecciona lo actual, lo trascendente, lo que tiene más impacto en el imaginario de los ciudadanos.
La Industrianació cuando en el Perú, tras el caos y el desorden que dejó la Guerra del Pacífico, se peleaban pierolistas con caceristas, se abrían paso los grandes latifundios, la publicidad gráfica estaba en pañales y las revistas y diarios estaban guiados por enfoques ideológicos, por el debate de ideas. Ese es espíritu es que animó a los fundadores de La Industria que durante los tres primeros años de creación fue un semanario para luego convertirse con los años en el diario más importante del norte del Perú.