Desde El viejo saurio se retira (1967) hasta Una pasión latina (2011), Miguel Gutiérrez construyó un universo literario original, donde el tiempo, la violencia y el poder ejercen un influjo devastador sobre la vida de los hombres. Ahora descansa en paz. He aquí el fragmento de una entrevista que le hice hace muchos años.
Su carrera como escritor comenzó en 1968, con la publicación de El viejo saurio se retira, de modo que usted tiene más de un cuarto de siglo como autor de novelas. ¿Qué reflexión le provoca el tiempo en su quehacer literario?
La reflexión es que luego de cada novela que escribo siento que todavía no he aprendido lo suficiente. Un nuevo libro es un nuevo aprendizaje, un motivo de exploración en el campo temático y en la dimensión de las formas, las estructuras y las técnicas. Si bien puede haber motivos y temas recurrentes en mis novelas, pienso que cada una de ellas es distinta. No hay un patrón único de estructuración.
¿Qué convierte a un ser humano en escritor? ¿Cómo ocurrió ese proceso en su caso?
Cada escritor, cada novelista tiene su propia manera de contar. Yo parto de lo siguiente: que el acto de fabular es una dimensión esencial de los seres humanos. Todos somos fabuladores, pero sólo algunos logramos plasmar este fabular en un lenguaje literario. En mi caso, parto de lo que recuerdo de mi propia niñez y luego lo traduzco en formas literarias. Continuamente, incesantemente, estoy contándome historias a mí mismo. Esto, por supuesto, lo puede explicar muy bien un psicólogo. Se trata de formas y maneras que los seres humanos adoptamos para completar el mundo o para defendernos de él.
LITERATURA E IDEOLOGÍA
¿Para qué y para quién escribe? ¿Qué esperanzas alienta con la escritura de un libro?
Yo ya estoy lejos de la concepción imperante en los años 50 y 60, según la cual la novela es un agente de los sucesos de cambio de una sociedad y de un país. Yo ya no creo más en esa idea, porque me parece presuntuoso pensar que yo tengo la capacidad de ilusionar a las masas y a las personas cuando puedo expresar mejor todas mis certidumbres personales. Además, ¡son tan pocas las personas que leen! Mis ediciones son a veces de mil o de dos mil ejemplares y, en el mejor de los casos, de tres mil ejemplares. Me parece pues pedante pensar que con ese tiraje voy a contribuir al cambio del mundo.
¿A qué se debe que su libro La generación del 50: un mundo dividido haya corrido una suerte distinta a sus novelas? Porque, a diferencia de sus novelas que la mayoría reconoce como buenas, este libro ha desatado polémicas encendidas y agudas controversias.
Justamente por eso, porque no es una novela sino ensayo. Los ensayos son para mí una forma eficaz de participar en el debate. Los ensayos son igualmente aportes estilísticos. El libro La Generación del 50: un mundo dividido es el debate de toda una generación. En él hago una distinción muy clara entre lo que es una generación de escritores y lo que es su participación como ciudadanos en la vida política. Ese libro, por ejemplo, contiene, por un lado, un ensayo muy elogioso sobre los cuentos de Julio Ramón Ribeyro; y por otro, juicios muy severos sobre su conducta en la vida política o pública.
¿Su generación no entendió bien lo que dijo en el libro o usted fue muy lapidario y exageró sus apreciaciones?
Gracias a este libro se resintió mucha gente. Algunos de mis amigos me quitaron el habla. Hasta ahora siento las consecuencias de haberlo escrito y publicado. No obstante, pienso que mi ensayo no se leyó —ni se lee todavía— con atención. Debido a que en una de sus partes celebro la poesía de Jorge Eduardo Eielson.