Es muy hermoso escribir para la posteridad, pero carecer de ella convierte a un escritor en un ser impune, dice Víctor Hurtado Oviedo, uno de los columnistas más brillantes que ha dado el Perú.
Víctor Hurtado es uno de esos periodistas que a mí me hubiera gustado ser; o mejor dicho, uno de esos periodistas que escriben como a mí me hubiera gustado escribir: prosa diáfana, párrafos cargados más de ideas que de frases y uso mínimo de palabras para un máximo de contenidos. A esto hay que agregar una ironía punzante y un culto sagrado por el lenguaje literario.
Son muy raros los periodistas de este tipo. Por lo general, se trata de personas que no han estudiado el oficio y llegan a este porque lo consideran una extensión de la literatura, a la que rinden tributo bajo la línea de muerte del apuro. «La crónica es literatura bajo presión», ha escrito Juan Villoro, cosa que ya sabía Hurtado desde antes de que la onda del nuevo periodismo se afincara en Latinoamérica.
En los años 80 -los del alanismo torpe y el senderismo ciego- este periodista se ganaba la vida como corrector de textos y el odio como provocador ideológico. En un intento de conciliar a perro, pericote y gato creó el hayismo-leninismo; es decir,mezcló el pensamiento del joven Raúl Haya de la Torre de El antiimperialismo y el Apra con el del pensamiento totémico del Lenin de El Estado y la revolución. Al final, Hurtado terminó en el exilio voluntario y el hayismo-leninismo en el invernadero.
De aquella época aciaga del Perú data mi admiración por la prosa Víctor Hurtado. Los intelectuales anómalos de este tipo se cobijan siempre en el diarismo de opinión, donde brillan con luz propia escribiendo columnas y artículos que luego los archivistas e historiadores salvan de la burbuja del olvido. Este autor publicaba regularmente sus trabajos en diarios y revistas que yo leía con pasión. Más tarde, reunió sus trabajos en un volumen: Pago de letras (1998 y 2004), que tengo entre mis libros más estimados.
Son los seguidores de la dictadura de la claridad, los hijos extramatrimoniales de la corrección, los salmones que marchan a contracorriente. Como Francisco Umbral («Soy una bestia de carga de la literatura”), como César Hildebrandt («Escribir desde las vísceras humeantes, desde el dolor, desde el pesimismo como una estética de la vida»), como Manuel Vicent, como Héctor Abad Faciolince, Hurtado es un cultor de la elegancia que hiere y el verbo que disimula muy bien los golpes que lanza. Pero, sobre todo, es un cultor de la lectura y la palabra bien escrita. «El ensueño de mis ensueños es un prosa de aluminio», dice en el prólogo. Mucho me temo, ahora que la improvisación y el descuido campean en las salas de redacción, que sus aspiraciones han llegado a ser solo un noble anacronismo.
Hurtado se acostó escribiendo en máquinas Remingtony se levantó pulsando teclados volátiles de computadoras. Es, formalmente, un periodista que ha optado por una vieja costumbre: escribir como los dioses. Es de esos que consideran que su primer gran deber como columnista no es decir la verdad, sino escribir bien para poder decir la verdad. Y la verdad está, según su criterio, en todos lados: en los libros, en el bolero, en la salsa, en la política, en la historia, en la filosofía, en la vida corriente, que tales son los temas recurrentes de los que se ocupa con gran maestría.
¿Por qué son tan brillantes los escritos de periodistas como Víctor Hurtado? Supongo, en primer lugar, que por su ferviente deseo de ser legibles; es decir, por su incorruptible vocación de hacerles más llevadera la vida a los lectores antes que complicársela con la oscuridad hueca y barroca de los que emplean cientos de palabras para lograr cero en contenidos. Y, en segundo lugar, porque lo que dicen lo dicen con la expresividad de lo poético, lo figurado, lo que es y no es al mismo tiempo.
En su reciente libro, Otras disquisiciones(2012), reúne artículos, columnas y ensayos publicados desde 1996. Quienes no lo han leído, tienen ahora la oportunidad de encontrarse con este ejemplo de austeridad idiomática, claridad expositiva y profundidad. Se trata sin duda de un tipo de periodismo que ya nadie practica y que para poder existir tiene que mendigar espacios en la prensa moribunda o hacerse un lugar entre la espesura del ciberespacio en blogs y diarios electrónicos. Prosistas como este probablemente no tengan lectores. Y si los tienen, son todos fervorosos y los tratan como a autores de culto. ¿Quién, díganme, hace ahora un hueco en su apresurada vida para disfrutar de esta prosa alambicada que hurga en la piel de los sueños con el mismo cuidado con que un poeta intenta atrapar las pompas de la belleza mediante una miserable pinza de metal?