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Redoble por la amistad

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En la amistad verdadera, unas son de cal y otras son de arena, pero, como dice el escritor Alfredo Bryce Echenique, hay que tener grandeza de alma para perdonar a los amigos que nos fallan, aunque esto nos cueste un gran dolor. 
Hay dos pensamientos de dos escritores que admiro que resumen muy bien, creo, el valor de la amistad. Las cito por dos razones: por su lucidez y certeza y porque caen como anillo al dedo por las circunstancias que he vivido en las últimas semanas con motivo de la publicación de mi primera novela.
«El amor, para existir, no requiere necesariamente del consentimiento del ser amado. Podemos querer a una persona que nos desprecia o incluso que nos ignora. La amistad, en cambio, exige la reciprocidad, no se puede ser amigo de quien no es nuestro amigo. Amistad: sentimiento solidario, amor solitario. Superioridad de la amistad», ha escrito Julio Ramón Ribeyro en Prosas apátridas.
Aunque la amistad, de acuerdo a Ribeyro, es superior al amor en cuanto a calidad y durabilidad, no es la perfección ni mucho menos. También los amigos nos suelen fallar y cuando fallan las heridas que producen no son poca cosa. Entonces aparece la frase certera de Alfredo Bryce Echenique para que esas fallas no se conviertan en una catástrofe afectiva: «En el fondo era como si todos estuviesen presintiendo o hasta descubriendo que, así como el amor es ciego, la amistad es entender hasta lo que uno no entiende de sus amigos y perdonarles absolutamente todo, aunque joda».
Todos quisiéramos tener la capacidad de perdón para con aquellos que nos dan la espalda, nos envidian, se muestran indiferentes o se esfuman cuando más lo necesitamos. De sus amigos uno no puede sino esperar lo mejor, pero todos somos seres humanos y cometemos muchos errores y, como afirma Bryce, es de amigos perdonar o, por lo menos, intentarlo.
«La envidia es la gran lacra del país», ha escrito en Facebook Rodolfo Hinostroza. La frase es dura, pero cierta y desgraciadamente es un factor disociador. «Si oyes solo cosas buenas acerca de un escritor, si ves que todos los quieren como a un hermano,  puedes estar seguro que nadie le teme, de que todos le estrechan la mano para ser generosos con él pues, en cualquier caso, no representa un peligro. Los compañeros de profesión no se permiten nunca alabar a los que son mejores que ellos ni tampoco siquiera a los iguales (…) los alabados son elegidos con gran cuidado entre los inofensivos, entre los tiernos fabricantes de “sofisticados destellos lingüísticos” (…) mientras que los verdaderamente buenos están rodeados por el famoso cordón sanitario: o bien no se habla de ellos en absoluto, o bien se habla mucho, pero  a sus espaldas (…) o bien se les somete a una encarnizado tiroteo de insultos tan pronto como uno los ve en el objetivo», ha escrito en su libro Las bellas extranjeras el rumano Mircea Cărtărescu.

La amistad, a diferencia del amor que simplemente sucede, se elige. Y no es fácil elegir a quiénes serán en adelante nuestros amigos y menos saber cuándo debemos perdonarlos o aceptar que ya podemos considerarlos nuestros amigos. La vida es un aprendizaje continuo y cuando se aprende, dice Héctor Abad Faciolince, «lo más difícil es saber escoger en quién confiar. Y lo más difícil de todo: no equivocarse. Casi siempre, para no equivocarse, se empieza por los parientes. Se confía, por ejemplo, en un hermano». Y un amigo es un hermano. La amistad, cuando es verdadera es, sin duda, confiable. Y los verdaderos amigos, aunque suene exagerado, son antes que nada seres confiables. Viva la amistad.
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Ilustración. Tomada de http://www.lanacion.com.ar/1919996-amigos-en-la-literatura-argentina-entre-el-carino-y-los-celos

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