El auge de la novela peruana supone la continuidad de una tradición, pero también la revelación de algunas paradojas: su escasa resonancia en los medios y la ausencia de una crítica especializada.
La novela parece gozar de buena salud en el Perú. En una de sus columnas de julio, Mirko Lauer resalta, sin citar la fuente, que cada mes se publican treinta novelas nuevas. Si es cierto esto, al año tendríamos algo así como 360 novelas publicadas.
Las cifras parecen muy elevadas, pero en todo caso son un indicio de lo que está sucediendo ahora mismo en nuestra literatura: una gran producción narrativa nueva cuya cúspide, por el momento, son La distancia que nos separade Renato Cisneros y Contarlo todo de Jeremías Gamboa, la consolidación de sellos editoriales dedicados a la narrativa como Animal de Invierno o Estruendomudo, la aparición de un grupo de jóvenes novelistas y cuentistas peruanos menores de 40 años que, según Fernando Ampuero, “constituyen la más sorpresiva explosión de talento” en la segunda década del siglo XXI (“generación post” le llama él por sus vínculos con las redes sociales), el rescate tardío de excelentes escritores como Augusto Higa, Carlos Calderón Fajardo y la formación de nuevos lectores que podrían rastrearse en el éxito creciente de la Feria Internacional del Libro de Lima y otras ferias organizadas en el interior del país.“Hoy pues, más que nunca, somos un país de narradores”, dice muy optimista en su artículo Ampuero.
¿Por qué un género como la novela es aceptado por la mayoría de lectores en el Perú? ¿Por qué no ocurre lo mismo la poesía? Parte de la explicación está en lo que ocurrió en el siglo XIX, que es el del esplendor de la novela realista, la cual se adaptó fácilmente a los desafíos del mundo moderno y se subió en un dos por tres al tren de la historia; es decir, satisfizo las ansías de entretenimiento y placer que buscaban los lectores de aquella época: nada de problematizar la existencia ni buscar el absoluto, como en el caso de la poesía. Digamos que hoy la novela expresa mejor la complejidad del mundo moderno y esto es algo que han intuido muy bien los lectores.
Este supuesto auge de la novela peruana presenta, sin embargo, algunos problemas agudos: confirma el viejo centralismo (a pesar de que vivimos en un mundo global), de modo que, como dice Ampuero, “es primordialmente limeña” y “cosmopolita” con el consiguiente desdén involuntario con lo que se produce en la periferia; que los productos de la nueva novela peruana no son muy conocidos por los propios narradores; y que “no existen canales de difusión adecuados para un catálogo novelesco que crece a enorme velocidad”. Esto último lo dice Alonso Rabí do Carmo en el último número de la revista hueso húmero, tras aplicar una encuesta a 33 escritores para averiguar cuáles son las novelas peruanas preferidas aparecidas entre los años 2000 y 2015. Para Rabí do Carmo existe una paradoja, por ahora insalvable: “pese a contarse con un núcleo numeroso de editoriales, una cantidad considerable y creciente de novelistas y otro tanto de novelas, toda esta actividad encuentra escasa resonancias si es que no pasa inadvertida para los medios de comunicación”. A esta paradoja habría que añadir otro dificultad: la ausencia de un aparato crítico que dé cuenta de lo que está sucediendo actualmente con nuestra narrativa.
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Ilustración: Toamda de http://www.letras.s5.com/lp0201061.htm
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Ilustración: Toamda de http://www.letras.s5.com/lp0201061.htm