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Juan Gonzalo Rose, ternura a flor de piel

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El autor de Cantos desde lejos es, probablemente, el poeta más tierno de la literatura peruana.  Detrás de esa voz, pocos saben que habitaba un hombre con un gran sentido del humor y con mucho ingenio para las frases efectistas.
Los libros tienen como un soplo de vida que los lectores descubren apenas posan sus ojos en ellos. No importa si este soplo de vida encarna en un cuerpo de pasta dura, blanda o de bolsillo. Lo que los lectores hacen es simplemente conectarse con ese soplo de vida que llamamos, según sea el caso, mensaje, cultura, conocimiento, sabiduría.
Esa fue mi experiencia con un libro de Juan Gonzalo Rose que compré en 1983. La ternura de Juan Gonzalo Rose que descubrí en el tomito de marras  cambió mi rumbo como lector de poesía. Sin embargo para llegar hasta ese sentimiento de cariño entrañable que representaba Juan Gonzalo Rose tuve que hacer un itinerario sentimental completo para descubrirlo.
Empecé con la lectura de sus poemasde entusiasmo y beligerancia social: “Al paredón, al paredón las penas /...al paredón, el mismo paredón / si no quiere servirnos de testigo /…  mi propia poesía al paredón / si no quiere cantar lo que digo”.  Pero fue sino con sus poemas más intimistas que caí rendido ante su ternura. Carta a María Teresa: “Para ti debe ser, pequeña hermana, / el hombre malo que hace llorar a mamá”. Las cartas secuestradas: Tengo en el alma una baranda en sombras. / A ella diariamente me asomo, matutino, / a preguntar si no  ha llegado carta; / y cuántas veces la tristeza celebra con mi rostro / sus óperas de nada.// Una carta.// […] Si no fuera poeta, expresidiario, / extranjero hasta el colmo de la gracia, / descubridor de calles en la noche, / coleccionista de apellidos pálidos,/ quisiera ser cartero de los tristes/ para que ellos bendigan mis zapatos (…)”.El vaso: “Roto ha de estar, supongo, / el vaso cojo de mi antigua casa. / ¡Cómo ha podido contener, él solo,  el agua toda que bebí en mi infancia! …”.
Detrás de la imagen de un hombre víctima de su propio infortunio, la incomprensión y el intimismo destructivo que proyectaba Juan Gonzalo Rose había, sin embargo, otro ser: un tierno e ingenioso personaje, dueño de una simpatía y de un humor profundamente lúcido. Se cuenta que en cierta ocasión Haya de la Torre lo increpó diciéndole: “Recuerde que usted fue aprista” y Rose, con finísima ironía, le respondió: “Y usted también”.
En otra ocasión, algunos amigos, preocupados por el despeñadero al que lo conducía su dipsomanía, le aconsejaron que visitara una institución de alcohólicos anónimos. Rose, sereno e interesado, preguntó inmediatamente por el horario de atención. Como ya era entrada la noche, consultó su reloj y dijo con implacable ironía: “Ya es muy tarde”.
Un hombre con este humor solo podía haber escrito poemas muy delicados y compasivos, casi sin parangón en nuestra literatura. Yo lo sigo leyendo por temporadas y a intervalos. Ya no poseo más el tomito blanco que le editó el INC en 1974, pues lo perdí por cuestiones del azar y la necesidad. Pese a que tengo un libro de una edición más moderno que reúne toda su poesía, siento que he perdido algo que ya no podré recuperar. Tal vez el entusiasmo de antaño, el asombro, el sentido alegórico del libro físico, aunque no la ternura. Esa es imposible de extraviar y me sirve siempre de consuelo como lector impenitente de Juan Gonzalo.



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