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El “Síndrome de Salomón”

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El “Síndrome de Salomón” no solo explica la tragedia de país como el Perú, sino que revela, por un lado, la falta de confianza en nosotros mismos y, por otro, la envidia; es decir, la acción de minar el éxito y el talento ajeno.
 El psicólogo estadounidense Salomon Asch sometió en 1951 a 123 seres humanos a una serie de pruebas con el fin de comprobar la influencia del entorno social en las decisiones de las personas. Una de las conclusiones del experimento fue que en su actuación las personas trataban siempre de no ir en contra de los demás o de no convertirse en un elemento discordante en su entorno. En pocas palabras, de que no eran libres, de que estaban condicionadas por el medio más de lo que creían.
Los psicólogos modernos llaman al fenómeno anteriormente descrito “Síndrome de Salomon” y lo describen como la conducta que adoptamos con la finalidad de evitar que los reflectores caigan sobre nosotros; es decir, asumir eso que llamamos perfil bajo o negativa a sobresalir así lo merezcamos. ¿Por qué? Para evitar, dicen los psicólogos, llamar la atención en exceso o por miedo a que los demás se sientan ofendidos por nuestros triunfos.
«El síndrome de Solomon pone de manifiesto el lado oscuro de nuestra condición humana. Por una parte, revela nuestra falta de autoestima y de confianza en nosotros mismos, creyendo que nuestro valor como personas depende de lo mucho o lo poco que la gente nos valore. Y por otra, constata una verdad incómoda: que seguimos formando parte de una sociedad en la que se tiende a condenar el talento y el éxito ajenos. (…) Detrás de este tipo de conductas se esconde un virus tan escurridizo como letal, que no solo nos enferma, sino que paraliza el progreso de la sociedad: la envidia», escribe Borja Vilaseca.
«Solomón tendría que conocer el Perú, porque la envidia es la gran lacra del país», ha escrito en Facebook Rodolfo Hinostroza. La frase es dura, pero cierta.«Si oyes solo cosas buenas acerca de un escritor, si ves que todos los quieren como a un hermano,  puedes estar seguro que nadie le teme, de que todos le estrechan la mano para ser generosos con él pues, en cualquier caso, no representa un peligro. Los compañeros de profesión no se permiten nunca alabar a los que son mejores que ellos ni tampoco siquiera a los iguales (…) los alabados son elegidos con gran cuidado entre los inofensivos, entre los tiernos fabricantes de “sofisticados destellos lingüísticos” (…) mientras que los verdaderamente buenos están rodeados por el famoso cordón sanitario: o bien no se habla de ellos en absoluto, o bien se habla mucho, pero  a sus espaldas (…) o bien se les somete a una encarnizado tiroteo de insultos tan pronto como uno los ve en el objetivo», ha escrito en sub libro Las bellas extranjeras el rumano Mircea Cărtărescu.
Las consecuencias del “Síndrome de Salomon” son la baja autoestima y el deseo de que al otro le vaya mal porque es más que nosotros. Este es, sin duda, un escenario recurrente en el Perú, el cual explicaría nuestros complejos y fracasos como Estado y como nación. La solución, según Vilaseca: «comprender la futilidad de perturbarnos por lo que opine la gente de nosotros» y «dejar de demonizar el éxito ajeno para comenzar a admirar y aprender de las cualidades y las fortalezas que han permitido a otros alcanzar sus sueños». Es difícil, pero se aprende.







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