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La necesidad de la ficción

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¿Qué impulsa a los escritores a crear historias o a los lectores a leerlas si ambos ya tienen suficiente con la complejidad del mundo real? ¿Qué clase de necesidad vital se halla detrás de esto?
«¿Por qué añadir una realidad inventada a la realidad existente?», se pregunta el escritor Cees Noteboom refiriéndose al sentido de la creación literaria. En realidad, esta interrogante es clave porque nos permite encontrar no solo una respuesta provisional al misterio del quehacer literario, sino también otra sobre la inexplicable preferencia de los seres humanos por las historias producidas a partir de la imaginación.
El escritor alemán Rüdiger Safranski, afirma que «si ya tenemos bastante con hallar nuestro camino en la realidad, ¿por qué complicar las cosas batallando por añadidura con ficciones?». En principio, según Noteboom, es imposible separar de manera nítida la ficción de la realidad. En segundo lugar, añade Safranski, «interpretamos nuestra vida en el horizonte del destino de personas inventadas».
Una demostración de la imposibilidad de separar la ficción de la realidad es lo que sucede con un personaje como El Quijote de la Mancha. En su afán de perseguir las huellas de Miguel de Cervantes, los lectores terminan tras las huellas de El Quijote, Sancho Panza o Dulcinea del Toboso, en la medida en que estos personajes se han vuelto más reales o han calado más hondo en la mente de los lectores. Cees Noteboom cuenta en su ensayo sobre Cervantes que en su visita a la casa de Dulcinea se sintió maravillado por la situación que trastocaba la realidad real: «Para alguien que ha hecho de la escritura su vida es un momento maravilloso. Entrar en la casa real de alguien que nunca ha existido no es ninguna nimiedad».
En cuanto a interpretar nuestras vidas en base al destino o modelo de personas inventadas, los ejemplos son extensos. Además de El Quijote que personifica la vida de los idealistas o soñadores que no temen hacer el ridículo por el mundo con tal de hacer justicia, tenemos a Edipo, Antígona, Hamlet, Don Juan, Joseph K., Aureliano Buendía, Gregorio Samsa, el capitán Ahab, Hans Castorp, Zavalita, Horacio y la Maga y tantos otros personajes  gracias a cuya existencia es posible hacer comprensibles nuestras propias vidas. Esos seres inventados explican y dan luces sobre las manías, los sentimientos, los prejuicios, los anhelos, las miserias, las alegrías y las zonas insondables de nuestras propias existencias. Somos lo que somos en la medida en que nos parecemos a esos seres creados por la mente enfebrecida de poetas y novelistas.

Entonces, inventamos historias porque la naturaleza humana necesita a la vez a la ficción y a la realidad porque no encuentra, en esencia, una gran diferencia entre ambas en tanto una revela a la otra. Hay que cosas que son más reales de lo que parecen y otras más ficticias de lo que realmente son. Se trata de una complicación humana, por esta razón preferimos, por una parte, convivir con esta ambivalencia y, por otra, reconocer en los personajes inventados el sentido de nuestras vidas. Los escritores escriben ficciones y los lectores leen esas ficciones porque son parte de una necesidad vital: imaginar mundos paralelos que parezcan reales.
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Ilustración tomada de Actualidad Literaria.

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