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El Santo Grial del arte

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¿Dónde reside el origen de la creatividad o la pasión por el arte? Se cree que todo comienza con un estado de comunión entre el hombre y la naturaleza que el artista busca repetir inútilmente a lo largo de su vida.
 El placer artístico no parte nunca de la nada. Tiene un punto de partida que puede estar en nuestras vidas, en los libros, en el azar o en las experiencias ajenas. Tampoco es un solo instante, yo diría más bien que es suma de instantes. Es una persecución que, como dice Borges, nunca se produce pero se siente desde la perspectiva de lo inalcanzable, de lo próximo, de lo que roza la profundidad de nuestro ser.
La felicidad absoluta es para mí una edad: la infancia, y una imagen: unos niños bañándose debajo de un sauce a orillas del río Piura, a las 5 de la tarde, un lugar en donde solo se escucha el ruido del viento y el canto de los pájaros. El escenario es casi como el haiku de Basho, en el que la quietud de un estanque se ve interrumpida por el ruido de una rana que se sumerge de improviso en su misterio. Para mis  hermanos y yo, arrojarse sobre las aguas cristalinas del Lengash (nombre tallán del río) desde un árbol era encontrarnos con el vacío, con la nada, con el silencio supremo. Luego volvíamos al mundo pedestre y regresábamos a casa tiritando de frío mientras el sol se hundía en el horizonte con sus matices rojos, lilas y naranjas. Según los maestros espirituales de Oriente, el estado de la creatividad sería estar en armonía con la naturaleza o sintonizado con la vida y el universo. Los artistas, en general, buscan recobrar ese estado de sintonía o aproximarse a él.
Cuando era niño hubo una competencia con mis vecinos para determinar quién era más diestro con la honda. Para hacer más atractiva la competición, alguien dijo que la piedra que debíamos lanzar debía estar envuelta en un papel en el que cada uno de los competidores debía escribir un mensaje a Dios. Todos lanzamos las piedras, las cuales cayeron una a una en los techos del vecindario o en el descampado. Para mi fortuna (¿o para  mi desgracia?), yo no vi ni oí caer la mía. Seguramente fue amortiguada por la rama de un árbol o por la arena del camino donde jugábamos. Gracias al espejismo de mis sentidos, por un lapso de varias horas creí que mi mensaje había llegado a su objetivo y anduve como un sonámbulo por las calles hasta que alguien me sacó del sueño y me demostró que todas las piedras que se lanzan hacia el cielo caen debido a la fuerza de la gravedad. Fue duro escucharlo, pero así es la realidad de cruda e injusta.

Muchas veces he pensado que mi amor por el arte tiene que ver con esa imagen de unos niños bañándose a orillas del río Piura, a las 5 de la tarde, en una orilla donde solo se escucha el ruido del viento y el canto de los pájaros o con el mensaje envuelto en una piedra que surcó los confines del universo y que yo no vi ni oí caer. Gracias a la creatividad, estas experiencias son revividas todos los días de mi vida a la hora en que escribo. Se trata de imágenes que persigo infructuosamente, el Santo Grial de una pasión insaciable cuyo placer es no llegar nunca a sentirlas por completo.

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