El Perú nació como una utopía, un lugar pródigo que, por la abundancia de su oro y perlas, más parecía de la imaginación que de la realidad.
El sustantivo Perú fue al principio impreciso. Los españoles que vivían en Panamá en la primera mitad del siglo XVI lo asociaban a una persona, a un lugar y a una leyenda. Birú llamaban a un cacique de las tierras del sur, a un señorío lleno de riquezas y a una tierra incógnita.
Las sucesivas exploraciones hacia los territorios inhóspitos del sur fueron descubriendo la verdadera naturaleza de Birú. El nombre a su vez, quizás conforme la nebulosa de la codicia se disipaba, fue mutando a Pirú y más tarde a Perú.
Nuevas y bien documentadas indagaciones históricas han demostrado que antes de que Pizarro y sus socios pusieran un pie en tierras peruanas vía el Pacífico, un grupo de soldados portugueses encabezado por Alejo García llegó por tierra al Tahuantinsuyo vía Paraguay. En ese lugar, García oyó hablar a los nativos de la Sierra de la Plata, que no era otro que el Tahuantinsuyo. Los datos históricos informan que llegó hasta Bolivia y capturó la fortaleza de Cuscotuyo, hasta que Huayna Cápac, que por entonces se hallaba en Quito, ordenó su inmediata recuperación al general Yasca. Derrotados, los portugueses regresaron a Paraguay y la historia, en cierta forma, los olvidó, igual que el nombre que le pusieron al lugar: “El país de los caracaraes”.
Desde tiempos remotos se impuso la visión del “poniente”, la del país costero, rico, centralista y hegemónico. La otra visión, la andina, la del “levante”, la que venía del centro mismo de sus entrañas fue olvidada por desconocimiento y por desinterés. Es verdad que ni Pizarro y sus socios ni García y sus huestes se lo propusieron, pero esa es finalmente la estructura de país que heredamos. De allí nació el dilema en el que nos hemos movido hasta hoy: centro y periferia, atraso y modernidad, riqueza y pobreza, sierra y costa, indios y blancos.
En la Independencia tuvimos, por un lado, a San Martín, quien defendía un estado monárquico; y por otro, a Bolívar, quien era partidario del régimen republicano. Luego aparecieron en escena los intelectuales criollos (como los miembros de la Sociedad de Amantes del País) que nunca consideraron al Perú estructural o “profundo”. Después, en los siglos XIX y XX , intelectuales y políticos como Manuel González Prada, José de la Riva Agüero, Víctor Andrés Belaúnde y José Carlos Mariátegui plantearon tesis socio-políticas cuyo fines eran interpretar correctamente la realidad.
A fines de los 40 del siglo XIX, los científicos sociales introdujeron las nociones de “choledad, “Perú mestizo” y “utopía andina”, que resultaron insuficientes para entender los cambios. En 1984, José Matos Mar sostuvo que en el Perú ocurría un «desborde popular» de los límites normativos e institucionales. De ahí en adelante, se habla de un Perú informal, emergente o en formación. En realidad, lo que prevalece es un país utópico, una nación que necesita cerrar sus heridas y conquistar su futuro.